jueves, 24 de octubre de 2013


Fragmento del texto: ¿Por qué la Guerra?. Einstein, A y Freud, S. (1933). En. Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1979. 

“Rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, que ya en sí y por sí debe estar compuesta de Eros y destrucción. En general confluyen para posibilitar la acción varios motivos edificados de esa misma manera. Ya lo sabía uno de sus colegas, un profesor Lichtenberg, quien en tiempos de nuestros clásicos enseñaba física en Gotinga; pero acaso fue más importante como psicólogo que como físico. Inventó la Rosa de los Motivos al decir: «Los móviles {Bewegungsgründe} por los que uno hace algo podrían ordenarse, pues, como los 32 rumbos de la Rosa de los Vientos, y sus nombres, formarse de modo semejante; por ejemplo, "pan-panfama" o "fama-famapan"». Entonces, cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie de motivos, nobles y vulgares, unos de los que se habla en voz alta y otros que se callan.” (p. 173)

“El entrelazamiento de esas aspiraciones destructivas con otras, eróticas e ideales, facilita desde luego su satisfacción. Muchas veces, cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales sólo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas; y otras veces, por ejemplo ante las crueldades de la Santa Inquisición, nos parece como si los motivos ideales se hubieran esforzado hacia adelante, hasta la conciencia, aportándoles los destructivos un refuerzo inconciente. Ambas cosas son posibles.” (p.174).


Comentario:

Tal vez sea posible vincular la violencia con dos vertientes. Por un lado con las pasiones derivadas de la ilusión de ser, antes que pasiones del ser, entendiendo que si al hablar del sujeto nos referimos a una falta en ser estructural, las pasiones derivarían no del ser propiamente sino de esa ilusión narcisistica que reportaría la existencia de un ser y en cuyo caso el deseo de reconocimiento se convierte en algo primordial. Tan primordial que de no encontrar tal reconocimiento podría derivar en la agresión y la violencia. La identificación a un ideal del ser por ejemplo: comunista, neoliberalista, bolivariano, proletario, maestro, psicoanalista, o cualquier otra posible, estaría en esa vertiente y podría llevar al YO a estar dispuesto a la violencia con tal de evitar la pérdida de esa imagen, de esa ilusión de ser. Ya Freud nos alertaba en De Guerra y Muerte y en La Negación, de esa confusión entre extranjero y enemigo, en la que el yo rechaza todo aquello que no acepta como propio y lo coloca en el otro, así que puede agredirse al otro bien sea porque representa algo que se rechaza de sí, o porque no entrega el reconocimiento narcisistico que el yo espera.

Por otro lado, vincularía la violencia con la Otra satisfacción a la que hace referencia Lacan siguiendo a Freud, es decir, la que por vía del lenguaje se encuentra atada a la pulsión de muerte. Así, podríamos plantear que hay un goce particular de aquel sujeto que se inserta en un discurso del colectivo como el propio de los ejércitos, guerrillas, paramilitares, crimen organizado, etc. Significantes que brindan a cada sujeto un lugar para poner en marcha un goce que se ubica en a nivel del cuerpo: “eludiendo su responsabilidad subjetiva y permitiéndose el despliegue del goce en el embeleso del poder”. Ese goce supera la satisfacción de la necesidad, va más allá de que se cuente con techo, comida y cualquier otra forma de necesidad que el “buen Estado” considere fundamental. Supera también las finalidades instrumentales de la violencia, así que un sujeto al ya no encontrarse en las filas, como ocurre con los desvinculados del conflicto armado, extraña la satisfacción proporcionada por ese goce.

La clínica nos da una vía fundamental para escuchar los efectos de lo que acontece en la cultura y la sociedad por vía de la experiencia del sujeto. En ese sentido, diría que lo que surge como manifestación inicial en los sujetos es el silencio a propósito de la violencia social, como si ésta no existiese, como si sus vidas nada tuvieran que ver con ello. Podría decirse que la represión opera allí de manera importante. Quienes no son tocados directamente por la violencia no se cuentan dentro de la serie de la violencia y se constituyen en observadores, silenciosos, con la certidumbre de estar exentos, de estar protegidos. Pero ¿acaso es válido suponer que el silencio y la distancia que ubican al sujeto en la indiferencia frente a la violencia social, significa que no hay efectos sobre ellos? Creo que más bien la indiferencia habla de un “no querer saber de eso” que por demás implica que no hay quien se haga responsable de lo que acontece y que por lo tanto se espera, se fantasea, que el Estado o cualquier otro, tendrá que hacerse cargo. Me parece que hay allí un adormecimiento que da cuenta de una alienación, de una pasión por no querer saber del horror de lo familiar poniéndolo como lejano, cuestión que ya Freud indicaba en su texto Lo Ominoso.

De otro lado, están los sujetos que han sido tocados directamente por la violencia. Bien sea por haber participado en ella, o por haber sido sus “víctimas”: desplazados, secuestrados, familiares de secuestrados, etc. La cuestión aquí circula alrededor del horror propio del encuentro con ese real insoportable, a partir del cual el sujeto busca un saber hacer con eso. Una de las dificultades estriba en el trabajo con los familiares de los desaparecidos de los que no es posible la recuperación de los cuerpos, pues de allí deriva la sobre-investidura de la imagen del objeto ausente ante la falta de su soporte material. Este punto es crítico, pues no se trata de la aceptación consciente de la muerte del ser amado, sino que además de que no existe en lo inconsciente representación para la muerte, no hay tampoco en estos casos un objeto sobre el cual poder hacer circular un duelo, pues la ausencia manifiesta en la excesiva presentificación del objeto en la fantasía, constituye la base de la negación de la muerte, a pesar de las pruebas que el Estado presente de ello: placas dentales para el reconocimiento y demás formas de las que hoy se dispone a través de la tecnología.

De otro lado, están aquellos jóvenes que se desvinculan de las filas de los grupos armados ilegales, bien sea porque son capturados por el ejército o porque deciden desmovilizarse por cuenta propia. Al ser recibidos por los programas del Estado, ingresan en la categoría de “víctimas de la violencia”. Los programas asistenciales les entregan un sin número de beneficios, entre los cuales se cuentan: apoyo económico, resolución de trámites de documentos con trato especial y en menor tiempo que a la comunidad general, participación en programas de capacitación sin costo alguno, entre otros. No obstante, la primera pregunta que en estos sujetos surge cuando se les escucha es: “¿Pero por qué me tratan así?, si yo maté gente, yo he sido malo!”. Una posición que llama una escucha de lo que el sujeto tiene allí como responsabilidad. Sin embargo, esta pregunta es respondida usualmente por las entidades del Estado con la insistencia en la desculpabilización, a través de la cual se deriva la responsabilidad a los grupos armados en los que estaban vinculados, lo cual silencia el sujeto y, como hemos visto, en una buena cantidad de casos los jóvenes no logran articularse a los programas, algunos retornan a los grupos, otros se dedican a la delincuencia común, otros encuentran salida en adicciones. Sin embargo, a partir de la reflexión realizada desde la mirada psicoanalítica se ha logrado que algunos centros que administran los programas, tomen la palabra de los sujetos y empiecen a construir un saber hacer que permita el paso de estos jóvenes a la vida civil. La estrategia inicial consistió en dar un lugar a su palabra y la segunda en retirar los tratos especiales; todo ello con el ánimo de dignificar al sujeto y permitirle hacerse responsable de lo que le acontece para tratar de abrir un lugar para el deseo. La experiencia ha resultado en un incremento de la permanencia de los jóvenes en las ofertas del programa y poco a poco en la articulación a la vida civil. Muchos de ellos han encontrado formas de poner el goce que producía su participación en la guerra al servicio de una función social. Por ejemplo el caso de un joven que tenía importantes conocimientos en electricidad y que se dedicaba a la fabricación de dispositivos explosivos, encontró en la mecánica eléctrica un lugar para articularse a través su saber previo. En otras palabras, se trata de que el sujeto pueda enunciar aquello que desde la posición asistencialistas del Estado se pide que callen, desapareciéndolo como deseante, y que pueda a su vez articularse un deseo posible. Curiosamente resulta que la eficacia de las intervenciones ha comenzado a ser vista con desgano por las instituciones, ¿acaso por las implicaciones que tiene la acumulación económica basada en el fracaso de los programas y por lo tanto en el mantenimiento de un “negocio” basado, de manera indirecta, en la violencia?


John James Gómez G. Fragmento del texto: Cinco Preguntas Sobre la Violencia al Universo Social. Entrevista a John J. Gómez G. Saraspe, G y Bianchi, M. (2011). Revista Borromeo, Nº 2. Universidad Argentina John F. Kennedy. 
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