Fragmento del texto: El Amo y la Histérica. Lacan, J.
(1969-1970). En: El Reverso del Psicoanálisis, El Seminario, libro 17.
Editorial Paidós. 1999. pp. 30.
“Lo que descubrimos en la menor experiencia del
psicoanálisis es ciertamente del orden del saber y no del conocimiento o de la
representación. Se trata precisamente de algo que une a un significante S1 con
otro Significante S2 en una relación de razón.”
Comentario:
Nos encontramos en la llamada “era de la información”. Y es
que la velocidad con la que ésta circula, así como la aparente facilidad de
acceder a ella, hace suponer a todos la posición de sabios. Menuda confusión si
se atiende con cuidado al hecho de que, cuando la información se hace masiva,
el ocultamiento del saber es mucho más eficaz. Basta ingresar a Google y
teclear las cosas tal y como vienen a la cabeza para que, el susodicho sabio de
la aletosfera, responda sin titubear; a tal punto que puede devolverle al
escribiente la tentativa de “tal vez usted quiso decir”.
La fantasía de que allí
todo es sabido silencia el no saber que puede hacer hablar al sujeto. Los
chicos en las escuelas y también, por qué no, en las universidades, acuden
apurados al ciberespacio a encontrar la información que les hará parecer sabios
ante el profesor, aunque ello implique la frecuente práctica del “copiar y
pegar”. La información deviene entonces al estatuto de la cosa mejor
distribuida, a saber, la tontería en masa. Tanta como es padecida por el angustiado que encuentra en la web el detalle médico que le permitiría nombrar su no saber para callar así su angustia aunque, en tal práctica, devenga hipocondríaco.
Por su parte, el conocimiento tampoco es el saber. Pero está claro que lo
que con él se puede construir habla del interés de aquel que busca el acceso a
un objeto que es el centro de su estudio, lo que no cambia que allí, el sujeto,
también está velado pues, a pesar que habla, todo acontecimiento que le sea
propio deberá ser desterrado si es que desea hacerse algo que tenga el derecho
a ser llamado ciencia. Sea como fuere, hay en el conocimiento un esfuerzo por
descubrir la verdad tal y como ella sería en lo más real, cuestión, por
supuesto, probada como imposible una y otra vez pues a su paso todo objeto de
estudio se revela como sustituto del objeto a y, como tal, presenta una
imposibilidad que conlleva el desplazamiento permanente. La verdad no se
alcanza sino por vías torcidas.
Así, el saber, que habla de una relación de razón, no es
cosa fácil de soportar para la civilización que busca encontrar la manera de
velar el sinsentido estructural propio de la pregunta por cualquier origen. La
razón de la que se trata es la de la letra del inconsciente, aquella que funda
como causa el movimiento metonímico del sujeto, que no es el Yo. Eso habla a
pesar del Yo y de la dificultad del éste último para reconocer lo que de Ello
lo constituye sin que él lo sepa. Saber no sabido es la condición del saber por
una experiencia a la que no puede accederse por la experimentación, pues
implica la posición éxtima del sujeto respecto del Yo y la tarea de leer lo que
está escrito en un cuerpo que a pesar de su apariencia individual está hecho
del Otro que lo habita por el lenguaje. El
saber llama a una responsabilidad que no puede derivarse en la velocidad de acceso a la información
ni en la ilusión de verdad plena de las aspiraciones del conocimiento científico.
Convoca a uno por uno a separarse de una alienación en la que se mueve en la "felicidad" que le brinda la ignorancia acerca del deseo y del goce que lo
constituyen. Por poco que ocurra en la experiencia del psicoanálisis, lo que no
significa que visitar a un psicoanalista sea su equivalencia como experiencia, lo que se
descubrirá allí sólo podrá se del orden del saber.
John James Gómez G.
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