martes, 29 de octubre de 2013

Fragmento del texto: El Amo y la Histérica. Lacan, J. (1969-1970). En: El Reverso del Psicoanálisis, El Seminario, libro 17. Editorial Paidós. 1999. pp. 30.

“Lo que descubrimos en la menor experiencia del psicoanálisis es ciertamente del orden del saber y no del conocimiento o de la representación. Se trata precisamente de algo que une a un significante S1 con otro Significante S2 en una relación de razón.”

Comentario:

Nos encontramos en la llamada “era de la información”. Y es que la velocidad con la que ésta circula, así como la aparente facilidad de acceder a ella, hace suponer a todos la posición de sabios. Menuda confusión si se atiende con cuidado al hecho de que, cuando la información se hace masiva, el ocultamiento del saber es mucho más eficaz. Basta ingresar a Google y teclear las cosas tal y como vienen a la cabeza para que, el susodicho sabio de la aletosfera, responda sin titubear; a tal punto que puede devolverle al escribiente la tentativa de “tal vez usted quiso decir”. 

La fantasía de que allí todo es sabido silencia el no saber que puede hacer hablar al sujeto. Los chicos en las escuelas y también, por qué no, en las universidades, acuden apurados al ciberespacio a encontrar la información que les hará parecer sabios ante el profesor, aunque ello implique la frecuente práctica del “copiar y pegar”. La información deviene entonces al estatuto de la cosa mejor distribuida, a saber, la tontería en masa. Tanta como es padecida por el angustiado que encuentra en la web el detalle médico que le permitiría nombrar su no saber para callar así su angustia aunque, en tal práctica, devenga hipocondríaco. 

Por su parte, el conocimiento tampoco es el saber. Pero está claro que lo que con él se puede construir habla del interés de aquel que busca el acceso a un objeto que es el centro de su estudio, lo que no cambia que allí, el sujeto, también está velado pues, a pesar que habla, todo acontecimiento que le sea propio deberá ser desterrado si es que desea hacerse algo que tenga el derecho a ser llamado ciencia. Sea como fuere, hay en el conocimiento un esfuerzo por descubrir la verdad tal y como ella sería en lo más real, cuestión, por supuesto, probada como imposible una y otra vez pues a su paso todo objeto de estudio se revela como sustituto del objeto a y, como tal, presenta una imposibilidad que conlleva el desplazamiento permanente. La verdad no se alcanza sino por vías torcidas.

Así, el saber, que habla de una relación de razón, no es cosa fácil de soportar para la civilización que busca encontrar la manera de velar el sinsentido estructural propio de la pregunta por cualquier origen. La razón de la que se trata es la de la letra del inconsciente, aquella que funda como causa el movimiento metonímico del sujeto, que no es el Yo. Eso habla a pesar del Yo y de la dificultad del éste último para reconocer lo que de Ello lo constituye sin que él lo sepa. Saber no sabido es la condición del saber por una experiencia a la que no puede accederse por la experimentación, pues implica la posición éxtima del sujeto respecto del Yo y la tarea de leer lo que está escrito en un cuerpo que a pesar de su apariencia individual está hecho del Otro que lo habita por el lenguaje.  El saber llama a una responsabilidad que no puede derivarse en la velocidad de acceso a la información ni en la ilusión de verdad plena de las aspiraciones del conocimiento científico. Convoca a uno por uno a separarse de una alienación en la que se mueve en la "felicidad" que le brinda la ignorancia acerca del deseo y del goce que lo constituyen. Por poco que ocurra en la experiencia del psicoanálisis, lo que no significa que visitar a un psicoanalista sea su equivalencia como experiencia, lo que se descubrirá allí sólo podrá se del orden del saber.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....