Fragmento del Texto: “Personajes Psicopáticos en el Escenario”. Freud, S. (1906). En: Obras Completas, vol, VII. Amorrortu Editores. 1979. pp. 278.
“Podría caracterizarse sin más al drama por esta relación con el penar y la desdicha, sea que, como en la comedia, despierte sólo la inquietud y después la calme, o que, como en la tragedia, concrete el penar mismo. El hecho de que el drama naciese de ritos sacrificiales (el macho cabrío y el chivo emisario) en el culto de los dioses, no puede dejar de tener alguna relación con este sentido suyo;" apacigua de algún modo la incipiente revuelta contra el orden divino del mundo, que ha instaurado el sufrimiento. Los héroes son, sobre todo, rebeldes sublevados contra Dios o contra alguna divinidad, y el sentimiento de la propia miseria que asalta al más débil frente a la potencia divina está destinado a experimentarse con placer, tanto por vía de una satisfacción masoquista cuanto por el goce directo de una personalidad cuya grandeza es, empero, destacado”
Comentario:
El drama, presenta la posición del ser que habla y escribe, manifiesta allí donde se juega lo “mi-ser-hable”. Posición de inquietud ante la fantasía de Otro que ostentaría una potencia fálica incomprensible para el neurótico que padece angustiado la castración. El héroe que en la tragedia apuesta por subvertir aquella estructura de la que es sujeto para devenir entonces deseante. Tragedia griega, para ser precisos, que da cuenta de que el deseo no es sin la subversión de la propia satisfacción que no es equivalente al placer. De otro lado, la comedia romana, que presenta a aquel que ostenta en el Nombre del Padre, una potencia que luego padece como culpabilidad ligada a un erotismo en el que la satisfacción insiste como repetición. No es la miseria otra cosa que el padecimiento de aquello que, en la ilusión de los ideales, señala lo siniestro del encuentro con lo que de mí-sería si se alcanzase a tocar el deseo en el punto mismo de su realización cuando este es confundido con la fantasía. Dejar que alguien que se presenta como miserable advenga como alguien mi-ser-hable, es la diferencia entre el padecimiento derivado de la preocupación por la relación del yo con el mundo con el hecho de ocuparse, como analizante, por la relación del sujeto con el lenguaje.
El deseo es trágico en el sentido griego, como el goce cómico en el sentido romano, con lo cual la vida no carece de una siniestra ironía para el neurótico que supone, en tanto “alma bella”, la injusticia derivada de un mundo gobernado por un Otro que no entrega el ansiado reconocimiento. La locura del neurótico, que no es otra que la del desconocimiento de lo inconsciente que, siendo no-todo reprimido, intenta hacerse saber mientras que el yo esfuerza por desalojar para sostenerlo como no reconocido. Locura, como pasión por el desconocimiento, de un yo que ve en el mundo la esperanza de que algún día se haga un goce a su medida y un deseo que consista simplemente en la aparición de un genio que conceda el reencuentro con el paraíso perdido. Fantasía en la que hay Otro que sí accede a ese goce pleno y a ese deseo realizado y que perversamente niega el acceso al neurótico a participar de tan preciado bien.
Lejos de la responsabilidad subjetiva el yo intenta huir de sí mismo desconociendo que tal cosa es por definición imposible. Es esa la locura derivada del superyó que no es otra cosa que la culpabilidad padecida por haber cedido en el deseo. Es así que, al menos por un momento, quien presencia el drama como puesta en escena se regocija por un segundo en la ilusión de prescindir de la angustia pues, como el obsesivo, presencia una obra en la cual desconoce qué papel juega. No obstante, el análisis retorna al sujeto la responsabilidad cuando en su decir (désire) se revela que en el origen no hay más que agujero y con ello ninguna eugénesis y que, en el goce, no hay otra cosa que modos de hacer con lo que no cesa de escribirse escapando como el número irracional al punto que fijaría, finalmente, la punta de lo real.
Lejos de la responsabilidad subjetiva el yo intenta huir de sí mismo desconociendo que tal cosa es por definición imposible. Es esa la locura derivada del superyó que no es otra cosa que la culpabilidad padecida por haber cedido en el deseo. Es así que, al menos por un momento, quien presencia el drama como puesta en escena se regocija por un segundo en la ilusión de prescindir de la angustia pues, como el obsesivo, presencia una obra en la cual desconoce qué papel juega. No obstante, el análisis retorna al sujeto la responsabilidad cuando en su decir (désire) se revela que en el origen no hay más que agujero y con ello ninguna eugénesis y que, en el goce, no hay otra cosa que modos de hacer con lo que no cesa de escribirse escapando como el número irracional al punto que fijaría, finalmente, la punta de lo real.
John James Gómez G.
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