lunes, 28 de octubre de 2013

Fragmento del texto: El Psicoanálisis: Razón de un Fracaso. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 367-368.

“No hay más que oír la manera con la cual los psicoanalistas hablan del pensamiento mágico, para sentir resonar allí la confirmación de la potencia nada menos que mágica que ellos repelen, la de tocar como nadie lo que es la suerte de todos: que no saben nada de su acto, y menos todavía: porque el acto que hacen entrar en el juego de las causas es el de hacerse pasar por su razón.”

Comentario:

Que el acto analítico y en él la interpretación, parecen sostenidas por la mera intuición, no es algo que haya cambiado a pesar del esfuerzo de Lacan por hacer entrar con su enseñanza lo que reiterativamente los psicoanalistas parecen querer mantener fuera de su registro, a saber, “la instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”. Hay quienes hablan de lo inefable del acto analítico, confundiendo así lo real con la poética y apelando a ello para dejar de lado cualquier acercamiento a la lógica abierta por el trabajo freudiano y fundada por la escritura lacaniana.  Otros, de manera tajante y sin arriesgar el mínimo esfuerzo por su comprensión, demeritan y dejan por fuera del acto la topología del sujeto, abandonándose así a sus buenas intenciones y al dogmatismo teórico que, lejos de una práctica analítica, lleva al desconocimiento del lugar que se juega en la transferencia, tanto como al olvido del “parlêtre”. Y es que el énfasis en el “hablante-ser” (parlêtre), deja de lado la letra que también se encuentra en el neologismo lacanaiano. En efecto, un être (ser) que parle (hable), pero también que tiene en su soporte la estructura misma de lo escrito si se toma al pie de la letra la homofonía en la sonoridad del significante: la lettre (la letra). Parlêtre, en tanto significante, no deja de presentar en su equívoco sonoro el enigma de un ser que debe vérselas con dos lenguas a pesar que en el desconocimiento, y la ilusión yoica, no sea más que una. Y es que la lengua hablada y la escrita no son la misma cosa y, por ello, hablar es cuestión de la relación entre el yo y el mundo, mientras la letra implica el hecho de la relación entre el sujeto y el lenguaje, más precisamente, con el significante, en tanto texto escrito, es decir, en tanto inconsciente. 

En tal exclusión, el psicoanalista se acerca más a la magia o, de manera más precisa, al "pensamiento mágico". Entiéndase que, en tal caso, se habla entonces de la causalidad eficiente, aquella descripta por Claude Lèvi-Strauss como “eficacia simbólica” y con la cual explicaba en su “Antropología Estructural” el quehacer del chamán en torno a la magia y la hechicería.  El psicoanalista que se entrega a la eficacia simbólica, efecto de la causalidad eficiente, se conmina a la esperanza del chamán. Deja así de lado la causalidad material, es decir, la de la materialidad del significante y su soporte en la letra.

Si en cambio, el psicoanalista asume la responsabilidad de su acto entendiendo que al ofertar su escucha hace entrar la causalidad de la materialidad del significante y con ello la apuesta por suponer como posible el paso de aquel que como alma bella habla de la relación del yo con un mundo injusto, a quien puede sostener una interrogación acerca de la lógica que liga al sujeto con el lenguaje, se verá en la tarea ineludible de comprender que el inconsciente no es irracional y que el matema, aunque no deje de ser real, habrá de tratarlo por las vías de lo simbólico. 

Hacer entrar la letra que le permita leer y escribir mejor aquello de lo que sabe sin saber, será la tarea del psicoanalizante a condición de que el psicoanalista pueda servir de semblante de dicha letra: semblante de a. Si el psicoanalista llega a poder orientarse en tal lugar será por la manera en que, por su análisis, él mismo pudo llegar a leer y escribir su topología, es decir su posición en el espacio-tiempo de la condición del sujeto en las relaciones entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. De lo contario, estará destinado a la repetición de un acto que no es otro que el de la intuición sostenida en el valor mágico de su “poder”, en el que supone que lo inconsciente no es la razón, pues habrá confundido a esta última con la consciencia sin entender si quiera el verdadero problema que a la lógica clásica, y moderna, introduce la complejidad de la negación y de la verdad en el inconsciente descubierto por Freud.


John James Gómez G.

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