Fragmento del texto: Carta 69, a Wilhelm Fliess. Freud, S. (1897). En: Obras Completas, vol. I. Amorrortu Editores. 1979. pp. 301-302
“Y enseguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi «neurótica». Claro que esto no se comprendería sin una explicación: tú mismo hallaste creíble cuanto pude contarte. Por eso he de presentarte históricamente los motivos de mi descreimiento. Las continuas desilusiones en los intentos de llevar mi análisis a su consumación efectiva, la deserción de la gente que durante un tiempo parecía mejor pillada, la demora del éxito pleno con que yo había contado y la posibilidad de explicarme los éxitos parciales de otro modo, de la manera habitual: he ahí el primer grupo {de motivos}. Después, la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia de la histeria, en todos cuyos casos debiera observarse idéntica condición, cuando es poco probable que la perversión contra niños esté difundida hasta ese punto.
(La perversión tendría que ser inconmensurablemente más frecuente que la histeria, pues la enfermedad sólo sobreviene cuando los sucesos se han acumulado y se suma un factor que debilita a la defensa.) En tercer lugar, la intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de realidad de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto. (Según esto, quedaría una solución: la fantasía sexual se adueña casi siempre del tema de los padres.)"
Comentario:
El descubrimiento de Freud implica el reconocimiento de una condición nada fácil de soportar para el Yo. El hecho de que la realidad sea por definición ficcionada pone en primer plano la inquietud de que la realidad, en su estado real, es en sí misma imposible. Así, la fantasía es el modo mismo de una realidad que interroga la anhelada certeza de una realidad objetiva que hablaría por sí misma sin intervención o influencia alguna del sujeto. No es de extrañar el rechazo que ello puede provocar y que, de hecho, ha provocado desde los inicios del psicoanálisis y que no cesan aún después de más de un siglo. El Yo vive en la ilusión de que, en algún punto, puede captar la realidad verdadera, dolor de cabeza que no deja de atormentar a los positivistas que, desde 1900, ven cómo lo real se desplaza dejando siempre un resto que escapa a pesar de cualquier intento experimental, agravado además por el impacto de la noticia Einsteniana del movimiento relativo a partir del cual se develara el secreto de que es el punto de vista del observador el que crea el objeto.
Más sorprendente aún es que cuando del sujeto se trata, una fantasía pueda definir el punto mismo en el que se sostiene toda su realidad. Las histéricas logran enseñar a Freud, a fuerza del desciframiento de sus padecimientos, que la realidad se funda en un agujero sin sentido que es velado por la fantasía, y que, así, la verdad sólo se alcanza por vías torcidas pues, cuando del inconsciente se trata, la función de la negación es harto más compleja que aquella que corresponde al principio de no contradicción.
Freud se ve enfrentado a someter a duda la veracidad de lo que dicen aquellas mujeres a quienes se esmeraba en escuchar ya que resultaba cada vez más inverosímil el hecho de una perversión universal del padre y, por tanto, que el acontecimiento de seducción infantil pudiese ser un hecho susceptible de verificación en el sentido positivista y objetivista para todos y cada uno de los casos. Sin embargo, a pesar de ello, los efectos derivados de la fantasía resultaban igual de veraces que si los acontecimientos hubiesen ocurrido “objetivamente”. Así, la línea entre realidad objetiva y realidad psíquica se hacía cada vez más difusa o, tal vez, se abría la puerta a un saber que ponía en cuestión la noción misma de realidad tal y como ella era supuesta por la doctrina de la fe científica luego de que se hubiese cuestionado la realidad verídica sostenida durante casi dos milenios por la doctrina de la fe católica.
Es falso que las histéricas hayan sido seducidas durante su infancia por un adulto y, al mismo tiempo, no es falso que las histéricas hayan sido seducidas durante su infancia por un adulto. Es falso que todo los padres tengan un rasgo perverso y, al mismo tiempo, no es falso que todos los padres tengan un rasgo perverso. La paradoja aparece en la constitución misma de la subjetividad sorprendiendo al Yo con una negación que él, en su pasión por la ignorancia y en su afán por mantener oculta su herida narcisista, no logra comprender. Ante Ello, el Yo resiste e intenta desalojar esa perturbación haciendo función de desconocimiento mientras lo no reconocido retorna como culpabilidad, sea esta consciente o inconsciente.
Afirmación y negación son ambas No-Todas. Problema para la lógica, que Freud no pudo evitar plantear a pesar de sus propias aspiraciones positivistas y que Lacan se esforzó en elaborar llegando a la necesidad de modificar, no sólo la lógica clásica, sino también la lógica moderna derivada de los trabajos de Boole, D’Morgan, Cantor y Frege. ¿Cómo no resultaría insoportable el psicoanálisis si la civilización apunta cada vez con más ahínco al ocultamiento de cualquier verdad que no pueda “venderse” como si fuese Toda? Desde la religión hasta las ciencias, el afán por encontrar la verdad absoluta que defina una realidad inequívoca, conlleva necesariamente el rechazo de aquello que ponga al descubierto lo real, lo imposible que hay de acceder al goce pleno de la verdad, como también a una verdad que permita acceder al goce pleno.
El psicoanálisis resulta pues insoportable al punto que, incluso algunos “psicoanalistas”, prefieren hacer de él una doctrina de fe religiosa y ver en él la verdad Toda siéndoles así imposible aplicar el psicoanálisis al psicoanálisis por no poder soportar el encuentro con la negación incomprensible y con lo real imposible. Cada uno se verá enfrentado a dar cuenta de su posición no por lo que dice saber sino por lo que es capaz de soportar de Ello que no cesa de no escribirse.
John James Gómez G.
buenisimo!
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