Fragmento del Texto: Introducción del Gran Otro. Lacan, J. (1953-54). En: El Seminario, libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. 2001. pp. 356.
“Siempre que uno se decepciona está equivocado. Nunca hay que decepcionarse de las respuestas que se reciben, porque si uno se decepciona, estupendo, prueba de que fue una verdadera respuesta, es decir, aquello que precisamente no esperábamos”
Comentario:
Desde el descubrimiento Freudiano del Inconsciente resulta innegable el reconocimiento de que el hombre no es dueño de la total razón, aun menos en la que concierne a su propio ser. Esto implica, de suyo, una ineludible pregunta por la cuestión del sujeto. Dicha pregunta no sólo subsiste, insiste tratando de hacerse escuchar incluso allí donde los imperativos globales de la era moderna parecen buscar con afán su silenciamiento. Tal afán resulta evidente, bien sea en afirmaciones categóricas acerca de cómo el descubrimiento del genoma asegura la llegada, en un futuro próximo, de la explicación verdadera y absoluta sobre el comportamiento humano, o también con la creación de pastillas que supuestamente pueden operar no sólo sobre el organismo sino sobre el pensamiento y los afectos. Seguramente no tardará la aparición en el mercado de alguna píldora que prometa gobernar también sobre lo inconsciente o, en el peor de los casos, ocurra un funesto destino en la psicología misma como la nueva “policía del pensamiento” a la manera en que Gorge Orwell dispone de tal metáfora para la sociedad en su ya clásica novela 1984, con lo cual se intentaría controlar lo que está permitido o no pensar, bajo la premisa de mantener erigida la ignorancia en la forma de homogeneidad, siendo así que aquello evanescente que siempre asoma al sujeto quede velado cada vez más, distanciándolo así de la posibilidad de establecer alguna relación con el saber que le atañe en lo más íntimo, como éxtimo…
…¿Por qué en el campo de la ciencia, cuando al conocimiento se refiere, pareciera que en ocasiones el hallazgo se asume como la verdad fundamental sobre el objeto? Pues bien, para dar una respuesta, seguramente entre muchas otras posibles, podríamos decir que esto se debe a que los objetos no hablan sino por la boca del investigador. Esto es lo que también expresaba Lacan con la pregunta: “¿Por qué no hablan los planetas?” , para lo cual retoma la respuesta que le había dado un eminente filósofo: “porque no tienen boca”, a quien “la pregunta no pareció presentarle demasiadas dificultades” . Así pues, “nosotros los hemos hecho hablar, y sería un gran error no preguntarnos cómo es esto posible” . En este sentido los objetos carecen de aquello que a nuestra manera de ver caracteriza la subjetividad: la posibilidad de intentar hacer saber al otro los sentidos y sin sinsentidos de la propia historia en la experiencia de hacer parte del mundo valiéndose de símbolos y, en esa medida, manifestarse deseante, es decir, con una falta que puede dirigirse al otro en forma de una demanda. Por lo tanto un planeta no podrá descentrarse, quejarse, manifestarse, demandar en relación con el lugar de aquel que lo hace hablar, cuestión muy diferente a la que acontece cuando aquello que se estudia tiene boca y habla, o cuando a pesar de su mudez fónica puede, por cualquier medio simbólico, hacerse escuchar. Esto es, al menos de manera alegórica, lo que ocurría con aquellas mujeres de la época victoriana con las que Freud inició su trabajo y con ello la invención del psicoanálisis. Ellas parecían no tener boca en tanto debían callar ciertas cuestiones y lo que Freud hace, a diferencia del cualquier otro médico de su época, es callarse, para que la boca apareciera y pudiesen hacerse escuchar. En este sentido, Freud , decidió ubicarse siguiendo el principio de incertidumbre al que también podríamos denominar de manera paradójica con la máxima certidumbre socrática: solo sé que nada sé. Con ello subvierte la posición tradicional del investigador como aquel habla con su boca para hacer decir algo al objeto y se sitúa en el lugar de una oreja que deja que éste objeto que sí habla, el sujeto, despliegue las singularidades de su verdad.
Sin embargo, la línea común en las ciencias, no sólo fácticas sino también las denominadas sociales, se ha caracterizado por silenciar sus objetos, incluso cuando estos tienen boca y hablan. La validez y la confiabilidad, pequeños sofismas basados en la estandarización de técnicas, ha conllevado en múltiples ocasiones a tal silenciamiento. Las ciencias sociales en general, y la psicología en particular, parecen no ser la excepción a ello, razón por la cual la subjetividad no sólo ha sido dejada de lado, sino también, conminada a una “mala reputación”, sobre todo cuando viene a manifestarse del lado del investigador. Sin embargo, habría que preguntarse de dónde proviene la certeza de que desligarse de la subjetividad es en alguna medida posible, más aun considerando esas tres condiciones, reales, simbólicas e imaginarias, acontecidas en la experiencia del investigador.
John James Gómez G. Fragmento del Texto: Ética y Principio de Incertidumbre en la Investigación. Algunas consideraciones sobre la subjetividad en el oficio de investigador. Documento completo disponible en Revista Borromeo, Nº 3, año 2012.
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