jueves, 17 de octubre de 2013


Fragmento del texto: Discurso en la Escuela Freudiana de París. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 299.

“El inconsciente, por su parte, no hace semblante. Y el deseo del Otro no es un querer de camelo.”

Comentario:

Lacan no duda en interrogarse acerca de algún discurso que no sea el del semblante. De hecho, ello está presentado en el título asignado a uno de sus seminarios. La cuestión, cuando del inconsciente se trata, es que, precisamente, Ello no hace semblante. Ello irrumpe haciendo que todo semblante se resquebraje. La apariencia que el yo intenta sostener como parte de un discurso que, a su vez, no es más que apariencia, revela su fragilidad en el punto mismo en que lo real sale a su encuentro. He ahí lo insoportable del acto analítico. Cuando lo real sale al paso, no hay más que caída del semblante y, paradójicamente, quien presta su cuerpo a la función de analista, por el dicho del analizante, se ha comprometido a sostener al menos un semblante, ya no como apariencia de los anhelos del yo, sino, como semblante de causa del deseo, es decir, semblante de la falta. Si el semblante que el analista sostiene es diverso al de la falta, devendrá la imposibilidad del acto analítico como consecuencia lógica de lo que él mismo no puede soportar de la estructura, a saber, la angustia de castración en su relación con el falo, allí donde el sujeto revela la condición por la que se hace des-ser, encontrándose a sí mismo como pérdida originaria, objeto lógico de una falta que mueve a condición de no completarse nunca. 

Así, el analista se ve expuesto a una economía de lo intolerable del goce que se revela y que habla más allá de cualquier semblante que el Yo pueda sostener; mientras, por su parte, el deseo no cesa de dar cuenta de que tanto más (+) se exige un goce que aspire a la plenitud, tanto más se impone el signo (-) menos de lo que por el deseo siempre se resta a la satisfacción.

El deseo del Otro, no es pues un querer de camelo, es decir, no consiste en las ilusiones de un decir fingido que no se sabe tal, ni las imposturas del vociferado anhelo querido por el yo. El deseo es siempre inconsciente y, como tal, sentir el deseo, es sentir el hecho de que en el Otro hay falta, hay incompletud; razón por la cual sentir el deseo del Otro es vérselas con la angustia. Si Ello no es soportable, no importa cuánto se anhele propiciar el acto analítico, no habrá tal, no habrá posibilidad de que advenga un analizante, pues el fingimiento por parte de quien se supone a sí mismo analista, obturará la falta en el Otro que él mismo no puede soportar. Así, el acto analítico no es cosa fácil que podría manejarse con algunas técnicas aprendidas en la universidad. Cada uno deberá dar cuenta de su acto por la posición en la que se ubica ante un discurso que no hace semblante y un deseo que angustia por revelar la falta en el Otro. Cada uno tendrá que dar cuenta de haber devenido analizante habiendo hecho ex-sistir al analista. Si no lo consigue, en su agonía, intentará callar al sujeto para erigir una relación especular en la que, para ambos, quede velada la falta y con ello se vele también la angustia.  No habrá palabra justa y con ello no habrá acto analítico; no habrá analizante y, por consiguiente, no habrá deseo de analista. 

John James Gómez G. 

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