viernes, 27 de septiembre de 2013

Fragmento del texto: Presentación Autobiográfica. Freud, S. (1925). En. Obras Completas, vol, XX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 49

“Cuando en Worcester subí a la cátedra para dar mis Cinco conferencias sobre psicoanálisis [1910], me pareció la realización de un increíble sueño diurno. El psicoanálisis ya no era, pues, un producto delirante; se había convertido en un valioso fragmento de la realidad. Por lo demás, nunca perdió terreno tras nuestra visita, es enormemente popular entre los legos, y muchos psiquiatras oficiales lo aceptan como una pieza importante de la instrucción médica. Por desgracia, también lo han diluido mucho. 
Numerosos abusos, que nada tienen que ver con él, se cubren con su nombre, y se carece de oportunidades para obtener una formación básica en su técnica y su teoría. Además, en Estados Unidos entra en colisión con el behaviorismo, que en su ingenuidad se vanagloria de haber removido enteramente el problema psicológico.”

Comentario:

El camino recorrido por Freud estuvo pletórico de dificultades. El rechazo moral y la soberbia del positivismo que suponía que la verdad podía ser alcanzable con modos de generalización que rápidamente pusieron en evidencia su ingenuidad, fueron sólo algunos de los muchos obstáculos más notorios ante los cuales jamás estuvo dispuesto a retroceder un solo paso. A pesar de tantos avatares, el psicoanálisis se hizo un lugar en la cultura como práctica y como método de investigación del padecimiento humano, caracterizado por no renunciar a la pregunta de aquello que retorna siempre incomprendido, extraño, pero con una insistencia que no cesa en el esfuerzo por hacerse saber. Si el psicoanálisis tiene hoy un lugar, a pesar que no han cambiado mucho los obstáculos con los que debe vérselas, es justamente porque en tanto discurso, es princeps entre otros cuando de poner a la luz los malestares de la cultura y del sufrimiento subjetivo se trata, además, claro, con el valor que le otorga su práctica, basada ésta en una ética que apuesta por devolver al sujeto su dignidad y a la verdad su filo cortante a pesar que a ella no pueda llegarse sino por vías torcidas en las que sólo consigue ser dicha a medias. El psicoanálisis es el síntoma que hace hablar el deseo en una sociedad que sólo busca silenciarlo. 

Cada vez más la vida misma se ve sometida a la medicalización. Hoy, con la aparición del nuevo DSM, por ejemplo, la tristeza ya es un motivo de suponer enfermedad. En una época en la que la sociedad apunta al ideal de un ser humano maquinizado, que tiene prohibido desear pues ello pone en riesgo la cadena de producción, cualquier atisbo de humanidad, cualquier afecto por minúsculo que sea, es signado con la ojeriza de lo enfermo, de lo descarriado. Así, la paradoja consiste justamente en que al declarar enfermedad a dichas condiciones, se declara como enfermedad a la subjetividad misma. Locura del discurso capitalista que culpabiliza al yo de manera excesiva pues lo conmina a una búsqueda de reconocimiento en la que se diluye cualquier acceso posible a un saber que denuncie el hecho mismo de que la idea del sujeto como máquina no es otra cosa que el intento de silenciar lo constituyente propio de la subjetividad, a saber, que deseo y goce se oponen ambos al placer y que ambos son, por definición, subversivos ante los intentos de homogenización y globalización que aspiran a la uniformidad y al silenciamiento de la singularidad. 

Es innegable la eficacia que ha demostrado el discurso del capitalismo en su tarea de silenciar al sujeto. Hoy, tal y como Freud lo observó desde 1924 en su “Problema Económico del Masoquismo”, resulta evidente que el sujeto ya ni siquiera se percata de su renuncia al deseo, es decir, de su culpabilidad, pues no se siente culpable sino enfermo. Las enfermedades psicosomáticas, cada vez más frecuentes, las a-dicciones (lo que queda por fuera del dicho) que compulsivas llevan al sujeto a un consumo desaforado, por ejemplo, cuando no puede parar de comprar. Quien se siente culpable se ve obligado, sin saber muy bien por qué, a pagar bien sea comprando, bien sea perdiendo aquello que de otra manera podría merecer: su dignidad, su salud, su margen de elección en la posibilidad de no ubicarse como irrevocable esclavo ante el amo para el cual sirve en su búsqueda desesperada por ser reconocido.  Quien vive la culpabilidad como inconsciente, se siente enfermo, y sólo la falaz apariencia de saber de los diagnósticos y las medicaciones le brindan una isla en la que prima la ilusión de seguridad donde, a cambio de mantener acallado el deseo, se prefiere identificarse a un significante que lo ubique como víctima impedida para salir del confort que le representa el hecho de no asumir la responsabilidad del saber que lo implica y del esfuerzo que el deseo requiere. 

Si algo mueve al psicoanálisis es el hecho de que en su ética se juega la responsabilidad de no ceder en el deseo y, por tanto, que a pesar del cretinismo propio de la época, de los ataques de quienes ven en la ignorancia una bendición, su apuesta es, como se mencionó poco antes: devolver al sujeto su dignidad y a la verdad su filo cortante a pesar que a ella no pueda llegarse sino por vías torcidas en las que sólo consigue ser dicha a medias.

John James Gómez G. 

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