viernes, 13 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: El Malestar en la Cultura. Freud, S. (1930). En: Obras Completas, vol, XXI. Amorrortu Editores. 1979.

“Puesto que la cultura obedece a una impulsión erótica interior, que ordena a los seres humanos unirse en una masa estrechamente atada, sólo puede alcanzar esta meta por la vía de un refuerzo siempre creciente del sentimiento de culpa. Lo que había empezado en torno del padre se consuma en torno de la masa. Y si la cultura es la vía de desarrollo necesaria desde la familia a la humanidad, entonces la elevación del sentimiento de culpa es inescindible de ella, como resultado del conflicto innato de ambivalencia, como resultado de la eterna lucha entre amor y pugna por la muerte; y lo es, acaso, hasta cimas que pueden serle difícilmente soportables al individuo. (pp. 128).

“El estudio de las neurosis, al que debemos las más valiosas indicaciones para la comprensión de lo normal, nos ofrece constelaciones contradictorias. En una de esas afecciones, la neurosis obsesiva, el sentimiento de culpa se impone expreso a la conciencia, gobierna el cuadro patológico así como la vida de los enfermos, y apenas si admite otros elementos junto a sí. Pero en la mayoría de los otros casos y formas de neurosis permanece por entero inconciente, sin que por ello los efectos que exterioriza sean desdeñables. Los enfermos no nos creen cuando les atribuimos un «sentimiento inconciente de culpa»; para que nos comprendan por lo menos a medias, les hablamos de una necesidad inconciente de castigo en que se exterioriza el sentimiento de culpa. Pero no hay que sobrestimar los vínculos con la forma de neurosis: también en la neurosis obsesiva hay tipos de enfermos que no perciben su sentimiento de culpa o sólo lo sienten como un malestar torturante, una suerte de angustia, tras serles impedida la ejecución de ciertas acciones.” (pp. 131).


Comentario:

Desde el descubrimiento de la ligadura entre culpabilidad y erotismo, expresada de manera explícita por Freud, en principio, en su texto de 1919 “Pegan a un niño”, la pregunta por las operaciones acontecidas entre Eros y Tánatos, expresada en 1920 en su “Más allá del principio del placer”, se convirtió en cuestión central. Se hizo cada vez más evidente la presencia de unas “enigmáticas tendencias masoquistas del yo” con las cuales se logra una ganancia de satisfacción que se manifiesta, según Freud (1923), bien hacia fuera como pulsión agresiva, bien hacia dentro como pulsión de autodestrucción, movimientos variantes del devenir continuo de la pulsión de muerte. Así, la pregunta por el origen de dicha ligadura se constituye en tema central para la investigación psicoanalítica y, sobre lo cual, ya había adelantado un importante terreno en 1913, con su texto “Tótem y Tabú: Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos.”. La ambivalencia de sentimientos, amor y odio como dos caras de una misma moneda, inseparables en las primeras investiduras libidinales, y su condición entonces, sexualizada por en el Complejo de Edipo, llevan inevitablemente a una mezcla pulsional donde Eros y Tánatos, vía la ligadura entre erotismo y culpabilidad, se juegan en la búsqueda de una satisfacción repetitiva con una tonalidad mortífera.

La culpabilidad toma así, su fuerza, de la pulsión. No como conciencia de culpa, pues no es necesario que ella se manifieste a plena luz ante los ojos de quien la padece, sino, como sentimiento inconsciente de culpabilidad, del que sólo se advierte su presencia si, con suma atención, se observa como algo que aparece a la manera de un castigo que se repite una y otra vez, constituyéndose en algo necesario. Hay que tomar aquí esta palabra, necesario, en su sentido lógico, a saber, como lo que no puede no ocurrir. Se presenta entonces como un tropiezo perpetuo, una suerte de destino del que el sujeto parece no poder escapar, incluso, llegando a vivirlo como enfermedad propiamente en el cuerpo. 

Cosa importante, sólo para dejar anotada por ahora, es que Freud señala que no es necesario cometer un acto para que dicha culpabilidad aparezca, basta con haberlo fantaseado. De hecho diferencia así la culpabilidad del arrepentimiento, que tendría que ver, éste último, con el acto cometido. 

Y bien, ¿qué agrega Freud a esta comprensión, además, cuando del malestar en la cultura se trata?

Nos muestra que la civilización requiere que lo singular se silencie, que el deseo no perturbe más, pues, a sus fines (los de la civilización) interesa la homogenización de una masa amorfa, no deseante, que ceda su deseo para que, de tal manera, se privilegie la apariencia de una “buena forma”, un falaz bienestar, donde todos hacen como autómatas. Lacan, sirviéndose de este principio, va a oponer la culpabilidad al deseo con su famosa frase: “sólo es culpable de haber cedido en su deseo”. La culpabilidad inconsciente, no necesariamente reprimida (no olvidemos que lo inconsciente es no-todo reprimido), sino, no reconocida, lleva a la perpetuación de un silenciamiento mortífero del deseo y también, de los modos singulares de gozar, donde el único paliativo es la expresión de imperativos de un goce que promete la buena y mejor manera de gozar que ya no es singular, falsa promesa por cierto. Así, todos corren, en masa, a pagar por su culpabilidad, comprando sin parar, consumiéndose mientras consumen como fin en sí mismo y no como medio de goce. Trabajando como esclavos que operan a la manera de cuerpos maquinizados, entregando la vida sin saber que, con ello, lo singular propio del deseo y del goce se aplaza, se desaloja y que de tal manera la culpabilidad, antes que ser pagada, no puede más que crecer como si se tratase de una deuda mas-iva. Circuito cerrado, obturado, reiterativo, donde el desconocimiento es equivalente al no reconocimiento del deseo, pero, al fin y al cabo, desconocimiento no reconocido en sí mismo, pues, en la era de la información, todos creen que el saber y el conocimiento están al alcance de la mano. Lo cual prueba, en este caso, que el sentido común, como dice Lacan, puede ser la cosa mejor distribuida, la cosa más tonta.

Si la noción de éxito de este malestar en la cultura, es la de aquel que desesperado por el reconocimiento no para en su sentimiento inconsciente de culpabilidad, cuanta razón tuvo Freud, al titular su fantástico texto “Los que fracasan cuando triunfan”, segundo apartado de su trabajo publicado en 1916: “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”.

John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....