lunes, 9 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: La Moral Sexual Cultural y la Nerviosidad Moderna. Freud, S. (1908). Obras Completas, vol. IX. Amorrrotu Editores. 1979.

“Cabe conjeturar que bajo el imperio de una moral sexual cultural lleguen a sufrir menoscabo tanto la salud como la aptitud vital de los individuos, y que a la postre el daño inferido a estos últimos por el sacrificio que se les impone alcance un grado tan alto que por este rodeo corra peligro, también la meta cultural última.” pp. 163.

“En ocasiones, algún enfermo de los nervios {ñervos Kranker} llama él mismo la atención de su médico sobre la oposición perti- nente en el proceso causal de su padecimiento, manifestando: «En nuestra familia hemos enfermado todos de los nervios porque queríamos ser algo mejor de lo que nos consentía nuestro origen». También, harto a menudo es motivo de reflexión para el médico observar que la nerviosidad aqueja justamente a los descendientes de padres que, oriundos de condiciones de vida campesinas, simples y sanas, criados en familias toscas pero vigorosas, llegan en tren de conquistadores a la gran ciudad y hacen que sus hijos en breve lapso se eleven hasta un nivel cultural alto.” pp. 164.

"La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un lujo inaudito se ha difundido por estratos de la población que antes lo desconocían por completo; la irreligiosidad, el descontento y las apetencias han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y telefónicas que envuelven al mundo entero, las condiciones del comercio y del tráfico han experimentado una alteración radical; todo se hace de prisa y en estado de agitación: la noche se aprovecha para viajar, el día para los negocios, aun los "viajes de placer" son ocasiones de fatiga para el sistema nervioso; la inquietud producida por las grandes crisis políticas, industriales, financieras, se trasmite a círculos de población más amplios que antes; la participación en la vida pública se ha vuelto universal: luchas políticas, religiosas, sociales, la actividad de los partidos, las agitaciones electorales, el desmesurado crecimiento de las asociaciones, enervan la mente e imponen al espíritu un esfuerzo cada vez mayor, robando tiempo al esparcimiento, al sueño y al descanso; la vida en las grandes ciudades se vuelve cada vez más refinada y desapacible. Los nervios embotados buscan restaurarse mediante mayores estímulos, picantes goces, y así se fatigan aún más; la literatura moderna trata con preferencia los problemas más espinosos, que atizan todas las pasiones, promueven la sensualidad y el ansia de goces, fomentan el desprecio por todos los principios éticos y todos los ideales; ella propone al espíritu del lector unos personajes patológicos, unos problemas de psicopatía sexual, revolucionarios, o de otra índole; nuestro oído es acosado e hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente e insidiosa; los teatros capturan todos los sentidos con sus excitantes dramatizaciones; hasta las artes plásticas se vuelven con preferencia a lo repelente, lo feo, lo enervante, y no vacilan en poner delante de nuestros ojos, en su repelente realidad, lo más cruel que la vida ofrece.
»Así, este cuadro de conjunto muestra ya una serie de peligros en nuestro desarrollo cultural moderno; ¡y vaya si se le podrían agregar unas cuantas pinceladas de detalle!».” pp. 165.

Comentario:

Un texto escrito hace más de cien años que revela su actualidad, una y otra vez. Cada detalle descripto por Freud en torno a los imperativos de la moral sexual cultural y sus efectos sobre el sujeto, sobre el padecimiento, sobre la singularidad, resulta perfectamente consistente con las lógicas de esta llamada “modernidad tardía”. Las exigencias de los imperativos morales, devenidos cada vez más poderosos en tanto “voces del superyó”, convocan sin cesar a la complacencia de Otro que, sin importar lo que se le entregue, jamás estará satisfecho.

El tiempo parece cada vez más corto. La carrera contra reloj en la que el sujeto entrega su vida a cambio de un reconocimiento que es pura ilusión. Búsqueda de un brillo fálico, que, como un botón de oro a la manera de insignia que se quisiera llevar en la solapa del saco, se espera poder exhibir para ocultar, al tiempo que se re-vela, que la herida narcisista es constituyente del ser. Falta de ser. Pérdida estructural que hace del yo, de no hacerse responsable de su falta, un mero lacayo esforzado en cumplir dictámenes sin saber muy bien por qué ni para qué, salvo por el hecho mismo de que teme que el Otro lo desprecie. 

Horas de trabajo más allá de cualquier sensatez, por el temor de ser despedido o por el horror de no considerarse bueno, a la manera de una moral “eugenésica”. El sujeto se vela y, al no subvertirse,  el yo deviene un cretino. El discurso capitalista como variante del discurso del amo, en una vertiente, digamos, perversa, solicita a las personas entregar su vida en ofrenda, para ganarse la vida; qué ironía! Vida que se pierde en el mismo momento en que se accede a entregarla. Modelo del sacrificio cristiano que reitera en cada uno la presencia de la comedia romana, es decir, aquella donde aquel que intenta ostentar su brillo, es sometido a entregar su cuerpo a una tragedia que no es la griega, sino la del martirio sumiso del que no puede hablar como deseante y se condena así a un destino mortífero. Personas máquinas, personas robotizadas, por acudir sin tregua a calmar las voces atormentadoras de la moral cultural que les habla al oído recordándoles que sólo en el sacrificio y la muerte habrá felicidad y vida eterna. Tontería repetitiva que los amos del capital no dudan en usar en beneficio de una acumulación que es fin en sí mismo y no medio que sirva al lazo humano.

La moral eugenésica, medieval, que no termina de retornar. La subsistencia de un sistema moral que basa su fuerza en una idea naturalista que es más bien un hecho lingüistico, etimológico, para ser más precisos: Eu = Bueno, Genésis = Origen. La eugénesis, la creencia en un buen origen. Pero quien supone saber cuál sería un buen origen olvida fácil y convenientemente que se sirve en su argumento de la lengua. Habría que recordarle también, opino, que lo que se llama bueno, el Eu, que se puede leer también como sigla de E(stados) U(unidos) y que se encuentra también en Europa (que conmemora además a la mujer fenicia llevada por Zeus en su lomo hasta Creta), no deja de ser un amaño de intentos de potencias fálicas que temen el horror del sin sentido. Primero la versión Romana que, fascinada con el fascinus (nótese la raiz), es decir, equivalente de lo que los griegos llamaban phallos (falo), buscaban ostentar la potencia plena que creían haber heredado del dios Priapos. Segundo, la idea de que Europa, mujer capaz de tomar a Zeus y convertirlo en un toro, en una bestia, domaría los impetus del Pathös (las pasiones). El buen origen, el que es dado por un creador que es bueno, Eu, D-EU-S (Dios), es más precisamente lo que los hombres que dicen hacer historia (en inglés por ejemplo es evidente en His, prefijo para el "su" masculino, Story, historia, la history), la historia contada por los hombres que como buenos romanos siempre temieron a la mujer por ser ella la prueba de que no había potencia priápica cuando se trataba de satisfacerlas y quedaban entonces expuestos a su mayor horror, la impotencia; buscaron desde siempre acallarlas, razón por la que hubo sacerdotizas en Babilonia, pero nunca en el catolicismo y, tal vez, también razón por la cual siguen las cruzadas inquisidoras que buscan eliminar todo ello que atenta contra quienes creen tener, como buenos onanistas, el fascinus, el falo, en la mano.

¿Cómo puede haber un buen origen si, por definición, venimos de la belleza de lo inmundo, de lo trágico del deseo, si al nacer somos ya, por principio, carne en descomposición?

Soñar una eugénesis, un buen origen, no es señal de rectitud, salud o claridad, es, más bien, la demostración de lo que es insoportable en el reconocer que no somos divinos (Deus), que no somos EU, que la génesis no es moral, pues, cuando mucho, es sexual: cuerpos sudorosos, fluidos, jugos, pero también palabras que hacen que lo que allí ocurre no sea mero apareamiento por la reproducción; incluso a veces, de hecho la mayoría de ellas, la reproducción no es el horizonte, pues el goce es fin en sí mismo. En el origen no hay más que agujero, falta de sentido y, con suerte, goce. El punto no es cómo evangelizar sobre la buena génesis, bastaría, tal vez, con responsabilizarse de los propios asuntos.

La demanda del Otro tiende al infinito y es asintótica en relación con la satisfacción. Mientras el YO no pueda articular tal descubrimiento, intentará seguir en la locura de colmar al Otro sin poder leer ni escribir modos de desear y de gozar que deriven en algo diverso al sufrimiento anclado en una queja dogmática, es decir, eterna e inmóvil.

John James Gómez G.



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