lunes, 30 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: Psicología de las Masas y Análisis del Yo. Freud, S. (1921). En Obras Completas, vol. XVIII. Amorrortu Editores. 1979. pp. 121.

"El carácter ominoso y compulsivo de la formación de masa, que sale a la luz en sus fenómenos sugestivos, puede reconducirse entonces con todo derecho hasta la horda primordial. El conductor de la mas, sigue siendo el temido padre primordial; la masa quiere siempre ser gobernada por un poder irrestricto, tiene un ansía extrema de autoridad: según la expresión de Le Bon, sed de sometimiento. El padre primordial es el ideal de la masa, que gobierna al yo en remplazo del ideal del yo."

Comentario:

La masa llama al padre. Es la fórmula a la que puede reducirse la hipótesis freudiana. Sin embargo, es necesario tratar de esclarecer la lógica de dicho llamado por el modo mismo de sus efectos. ¿De qué modalidad de padre se trata? Pues bien, según indica Freud, se trata de un padre que ostente una autoridad ejercida como castigo. El empuje de lo que Freud denominó “sentimiento inconsciente de culpabilidad”, lleva al sujeto a una “necesidad de castigo” que busca quien encarne su puesta en acto.  Incluso, y sobretodo, que la encarne con tiranía. Se encuentra en la tiranía del padre un goce erótico, cuestión que Freud describió como una ligadura entre erotismo y culpabilidad propia de la fantasía, estructural en las neurosis. Los ejemplos en la cultura de tal búsqueda abundan: “la iglesia y el ejército” (dice Freud) y agreguemos: la barras bravas, los grupos fanáticos, el nacismo, el fascismo, el comunismo y claro, sobretodo en nuestra cultura accidentalizada (y occidentalizada), el capitalismo. Al parecer, cualquier modo social por bueno que parezca, en tanto producido desde esta condición, encuentra el mismo destino independientemente de las vertientes o los caminos por los que se haga el recorrido. Se busca un padre que dé imperativos categóricos. Un padre que diga “tu debes pagar en tu culpabilidad y buscar la expiación entregándote a la servidumbre, haciendo sin pensar, respondiendo sin interrogar lo que de ti se pone en juego en tanto sujeto cada vez que sirves a tu señor, a tu amo.”

El yo prefiere ponerse de rodillas ante el ideal antes que hacerse responsable de su “falta” y es ello, precisamente, lo que se manifiesta como culpabilidad. Si por el contrario, el yo se pone a la tarea de leer y escribir a partir del agujero, de su falta, hace entrar en juego la probabilidad de devenir responsable y, en ese momento, no sin dificultad, al hacerse cargo del deseo y de sus modos de gozar, puede prescindir del modo tiránico del padre y de su propia necesidad de castigo. Es en ese instante cuando se pone en juego la “subversión del sujeto”, que no hay que confundir con el uso que se hace comúnmente de la palabra subversión, pues tal como ella se manifiesta cuando es cuestión de masa y no de sujeto, es nuevamente como necesidad de castigo. Grupos que corren tras aquel que promete que el ideal está en algún lugar pero que fracasa pues, de llegar al punto de destino, lo que se revela como ideal es la tiranía misma. En dicho caso no se trata de la subversión del sujeto, sino de la masa que busca al padre tirano en el obnubilado padecimiento de su sentimiento inconsciente de culpabilidad. En la subversión del sujeto, en cambio, se pone en juego la responsabilidad de aquel que está dispuesto a hacerse cargo de lo imposible, del hecho de que el ideal puesto en el lugar de un Otro completo que sabría cuál es el buen modo de vivir, no lleva más que a la culpabilidad y con ello a un encuentro con lo siniestro, un incremento de la  violencia, de la rivalidad especular; caldo de cultivo para la potencia más destructiva de la pulsión de muerte pues, se trata de matar o hacerse matar para mostrar que se ha alcanzado el ideal desde el cual el padre tirano llama. Y cómo bien señaló Freud: “…ni aun la autodestrucción de la persona puede  producirse sin satisfacción libidinosa.” (1924, pp. 176). Así, al pagar el precio de hacerse responsable, la fuerza de la destrucción puede, tal vez, cambiar su meta hacia una satisfacción menos mortífera para todos. En tal sentido, el menosprecio del trabajo subjetivo por el afán de intervenir sobre la masa parece, en muchos de los casos, desconocer que en tal tarea se puede aun acentuar más la culpabilidad y con ello la violencia y la tiranía (que puede estar ejercida incluso por aquel que llega como interventor, como "salvador") si no se reconoce qué lógica la constituye.

John James Gómez G. 


viernes, 27 de septiembre de 2013

Fragmento del texto: Presentación Autobiográfica. Freud, S. (1925). En. Obras Completas, vol, XX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 49

“Cuando en Worcester subí a la cátedra para dar mis Cinco conferencias sobre psicoanálisis [1910], me pareció la realización de un increíble sueño diurno. El psicoanálisis ya no era, pues, un producto delirante; se había convertido en un valioso fragmento de la realidad. Por lo demás, nunca perdió terreno tras nuestra visita, es enormemente popular entre los legos, y muchos psiquiatras oficiales lo aceptan como una pieza importante de la instrucción médica. Por desgracia, también lo han diluido mucho. 
Numerosos abusos, que nada tienen que ver con él, se cubren con su nombre, y se carece de oportunidades para obtener una formación básica en su técnica y su teoría. Además, en Estados Unidos entra en colisión con el behaviorismo, que en su ingenuidad se vanagloria de haber removido enteramente el problema psicológico.”

Comentario:

El camino recorrido por Freud estuvo pletórico de dificultades. El rechazo moral y la soberbia del positivismo que suponía que la verdad podía ser alcanzable con modos de generalización que rápidamente pusieron en evidencia su ingenuidad, fueron sólo algunos de los muchos obstáculos más notorios ante los cuales jamás estuvo dispuesto a retroceder un solo paso. A pesar de tantos avatares, el psicoanálisis se hizo un lugar en la cultura como práctica y como método de investigación del padecimiento humano, caracterizado por no renunciar a la pregunta de aquello que retorna siempre incomprendido, extraño, pero con una insistencia que no cesa en el esfuerzo por hacerse saber. Si el psicoanálisis tiene hoy un lugar, a pesar que no han cambiado mucho los obstáculos con los que debe vérselas, es justamente porque en tanto discurso, es princeps entre otros cuando de poner a la luz los malestares de la cultura y del sufrimiento subjetivo se trata, además, claro, con el valor que le otorga su práctica, basada ésta en una ética que apuesta por devolver al sujeto su dignidad y a la verdad su filo cortante a pesar que a ella no pueda llegarse sino por vías torcidas en las que sólo consigue ser dicha a medias. El psicoanálisis es el síntoma que hace hablar el deseo en una sociedad que sólo busca silenciarlo. 

Cada vez más la vida misma se ve sometida a la medicalización. Hoy, con la aparición del nuevo DSM, por ejemplo, la tristeza ya es un motivo de suponer enfermedad. En una época en la que la sociedad apunta al ideal de un ser humano maquinizado, que tiene prohibido desear pues ello pone en riesgo la cadena de producción, cualquier atisbo de humanidad, cualquier afecto por minúsculo que sea, es signado con la ojeriza de lo enfermo, de lo descarriado. Así, la paradoja consiste justamente en que al declarar enfermedad a dichas condiciones, se declara como enfermedad a la subjetividad misma. Locura del discurso capitalista que culpabiliza al yo de manera excesiva pues lo conmina a una búsqueda de reconocimiento en la que se diluye cualquier acceso posible a un saber que denuncie el hecho mismo de que la idea del sujeto como máquina no es otra cosa que el intento de silenciar lo constituyente propio de la subjetividad, a saber, que deseo y goce se oponen ambos al placer y que ambos son, por definición, subversivos ante los intentos de homogenización y globalización que aspiran a la uniformidad y al silenciamiento de la singularidad. 

Es innegable la eficacia que ha demostrado el discurso del capitalismo en su tarea de silenciar al sujeto. Hoy, tal y como Freud lo observó desde 1924 en su “Problema Económico del Masoquismo”, resulta evidente que el sujeto ya ni siquiera se percata de su renuncia al deseo, es decir, de su culpabilidad, pues no se siente culpable sino enfermo. Las enfermedades psicosomáticas, cada vez más frecuentes, las a-dicciones (lo que queda por fuera del dicho) que compulsivas llevan al sujeto a un consumo desaforado, por ejemplo, cuando no puede parar de comprar. Quien se siente culpable se ve obligado, sin saber muy bien por qué, a pagar bien sea comprando, bien sea perdiendo aquello que de otra manera podría merecer: su dignidad, su salud, su margen de elección en la posibilidad de no ubicarse como irrevocable esclavo ante el amo para el cual sirve en su búsqueda desesperada por ser reconocido.  Quien vive la culpabilidad como inconsciente, se siente enfermo, y sólo la falaz apariencia de saber de los diagnósticos y las medicaciones le brindan una isla en la que prima la ilusión de seguridad donde, a cambio de mantener acallado el deseo, se prefiere identificarse a un significante que lo ubique como víctima impedida para salir del confort que le representa el hecho de no asumir la responsabilidad del saber que lo implica y del esfuerzo que el deseo requiere. 

Si algo mueve al psicoanálisis es el hecho de que en su ética se juega la responsabilidad de no ceder en el deseo y, por tanto, que a pesar del cretinismo propio de la época, de los ataques de quienes ven en la ignorancia una bendición, su apuesta es, como se mencionó poco antes: devolver al sujeto su dignidad y a la verdad su filo cortante a pesar que a ella no pueda llegarse sino por vías torcidas en las que sólo consigue ser dicha a medias.

John James Gómez G. 

jueves, 26 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: De Guerra y Muerte. Temas de Actualidad. Freud, S. (1915). En: Obras Completas, vol XIV. Amorrortu Editores. 1979. pp. 278.

“Pero podía suponerse que los grandes pueblos, como tales, habían alcanzado un entendimiento suficiente acerca  de su patrimonio común y una tolerancia tal hacia su diferencias  que “extranjero” y enemigo” ya no podrían confundirse  en un solo concepto, como aun ocurría en  la antigüedad clásica.”

Comentario:

“La cuestión de la guerra podría ser planteada desde algunas perspectivas, tal vez de talante bélico, como la muerte al servicio de la vida. Esto claro no sólo en sociedades antiguas como el Imperio Romano para citar al menos un ejemplo, en los que la conquista de otros pueblos implicaba la puesta en marcha de una lucha a muerte que se suponía servía al mantenimiento y el crecimiento del imperio. Se mataba y conquistaba en nombre de éste. Lógicamente lo que allí estaba en juego implicaba la búsqueda de la dominación y sometimiento del otro a la voluntad de aquellos que ostentaban un poder superior, y que además adoptaban y modificaban las tradiciones de los pueblos conquistados, por lo que el mestizaje cultural resultó como condición inevitable. Esos otros, extraños, extranjeros, debían ser conquistados, colonizados y debían ahora servir a una nueva representación, a saber, la del imperio que había logrado someterlos. Freud (1915) guardaba la esperanza de que esta forma de proceder en relación con lo que resultaba extraño pudiese significar otra cosa que ya no implicara la confusión entre la condición de extranjero y enemigo; esperanza derivada del proceso de “civilización” conseguido por los pueblos y particularmente ligado a la institución conocida como Estado moderno, donde los derechos fundamentales como el de la vida suponen un lugar privilegiado, tanto para el paisano como para el extranjero. No obstante esta esperanza encuentra hoy sin número de obstáculos que ponen de manifiesto un real, un imposible a pesar de la intención de mantener el lazo social orientando en función de lo pacificado. Podemos partir de algunas cuestiones iniciales que ilustren desde nuestro contexto local para situar algunos puntos al respecto que puedan mostrar algunos de esos imposibles que en nuestra consideración dan cuenta de eso que en la relación entre el sujeto y el Otro pone de manifiesto esa particularidad que atañe al ser hablante y es que el lenguaje al ser ante todo aparato del goce hace que la pulsión que mueve al sujeto sea especialmente pulsión de muerte…”

“…se ha mostrado cómo basados en principios constitucionales de los Estados, por ejemplo, que el bien común debe primar sobre el bien particular y que se debe garantizar la soberanía del Estado por encima de todo, la búsqueda de la regulación de la violencia puede en ocasiones incitar aquello que intenta erradicar. La violencia desde el punto de vista del Estado podría ser considerada altruista en la medida en que supone la protección de sus ciudadanos. No obstante, esta forma de ver la guerra de manera “altruista”, vela en buena medida lo que de ella surge como gran revelación, a saber que hay un goce particular de aquel sujeto que se inserta en ella, goce que a pesar de articularse a un discurso del colectivo (ejércitos, guerrillas, paramilitares, etc.), brindan a cada sujeto un lugar para poner en marcha un goce que se ubica en buena medida a nivel del cuerpo. Ese goce supera la satisfacción de la necesidad, va más allá de que se cuente con techo, comida y cualquier otra forma de necesidad que el “buen Estado” considere fundamental. De allí que nos haya llamado la atención la consideración de Guzmán acerca de que “Una situación de pobreza no lleva mecánicamente a los pobres a cometer actos de violencia” (p. 228). La relación pobreza/violencia introduce un equívoco en el que se excluye al ser hablante, al sujeto, privilegiando al organismo, tratándose entonces de que si un ser humano se hace violento es porque la necesidad lo ha llevado violentar a otro con el único fin de sobrevivir. Esto sería propio de los animales no humanos y particularmente de aquellos que no han sido domesticados por el hombre, pues en la vida salvaje la lucha se revela con fines de supervivencia oponiendo a predadores y presas en la necesaria exterminación del otro animal, es decir, es necesario matarlo para poder alimentarse de él y garantizar así la supervivencia. Se mata por la necesidad del organismo. Pero considerar esto como idéntico para el caso del animal hecho humano, es decir, el ser hablante que deviene sujeto en el lenguaje, sería despojarlo de la responsabilidad que tiene al ingresar en un distanciamiento significativo de la satisfacción de la necesidad para ir en la búsqueda de otra satisfacción.  La consideración de Guzmán lo lleva a una aproximación que saca la necesidad de su lugar explicativo de la violencia, y con ello toma distancia de la concepción del organismo. No obstante, la condición del sujeto, del ser hablante y el goce que lo atañe, se mantiene aun fuera de la escena. Las explicaciones sociológicas en las que se toman en cuenta las particularidades económicas, políticas, históricas y culturales entregan de manera detallada impresiones bien logradas, análisis pertinentes de los contextos en los que se manifiesta la violencia, evidencian las lógicas que propician y perpetúan la violencia en la sociedad,   tal como lo hemos mostrado en el apartado anterior de este texto y, sin embargo, el sujeto queda aun al margen, sin responsabilidad en relación con la violencia de la que es agente. Desde esa perspectiva la responsabilidad recae sobre una macroestructura y su funcionamiento social, lo que no debe ser en ninguna medida desconocido, pero a lo que el psicoanálisis, puede aportar a partir de lo descubierto por Freud. Ese descubrimiento que señala que hay una responsabilidad que implica siempre al sujeto, aunque sea desde un saber que se le escapa sobre sí, sobre sus formas de satisfacción y que como señala Freud (1919) en su texto Lo ominoso, a pesar de ser algo familiar puede resultarle totalmente ajeno y extraño al propio sujeto e incluso parecerle horroroso. Hay algo en el sujeto que lo convoca a ir más allá del placer de la satisfacción de la necesidad y que desemboca en muchos casos provocando una satisfacción que puede llegar incluso a encontrarse en el horror.”


John James Gómez G. Fragmento del Texto: El Estado, el Sujeto y la Otra Satisfacción. En: Orejuela, Salazar, Martínez, Zúñiga y Cardona. (Compiladores). (2009). El Psicoanálisis, el Amor y la Guerra. Editorial Bonaventuriana. Cali. pp. 117-118 y 123-124.

miércoles, 25 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: El Creador Literario y el Fantaseo. Freud, S. (1908). En: Obras Completas, vol, IX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 129.

“El fantasear de los hombres es menos fácil de observar que el jugar de los niños. El niño juega solo o forma con otros niños un sistema psíquico cerrado a los fines del juego, pero así como no juega para los adultos como si fueran su público, tampoco oculta de ellos su jugar. En cambio, el adulto se avergüenza de sus fantasías y se esconde de los otros, las cría como a sus intimidades más personales, por lo común preferiría confesar sus faltas a comunicar sus fantasías. Por eso mismo puede creerse el único que forma tales fantasías, y ni sospechar la universal difusión de parecidísimas creaciones en los demás. Esta diversa conducta del que juega y el que fantasea halla su buen fundamento en los motivos de esas dos actividades, una de las cuales es empero continuación de la otra.”

Comentario:

El fantaseo es desestimado por el adulto, al menos, por el que no puede servirse de ello como lo hace el poeta o, en todo caso, quien a partir de su fantasía puede devenir creador. Se la desestima pues se dice que no “corresponde con la realidad”. Pero vale la pena preguntarse: ¿De qué realidad se trata? No es una tarea sencilla, tal vez sea una aporía, intentar decir algo acerca de la realidad cuando, por definición, ella misma está siempre ficcionada por el hecho mismo de que sólo existe en tanto discurso; lectura y escritura de algo que siempre escapa y mediada, además, por un trabajo insistente de lo imaginario que busca dar sentido a aquello que resulta insoportablemente imposible de ser conocido como totalidad, como plenitud. Sea como fuere, desestimar la fantasía implica desestimar lo que del sujeto se juega como velo de aquello que lo causa en sus articulaciones lógicas con lo que está para siempre perdido($<>a). La fantasía, tal y como Freud la descubre, la devela, no es vacía ni mucho menos irreal a pesar de su apariencia irracional. Si Freud presta atención es porque ella misma es encubrimiento imaginario de algo que opera desde la estructura del deseo, que como tal, no logra hacerse reconocer, pero que no por ello cesa de intentar escribirse. Así, en cuanto fantasía, ella resulta extraña al yo, incluso inmotivada e invasiva, en ocasiones hasta persecutoria. Puede reconocerse la fantasía y las imágenes que contiene, pero de ella nada se sabe en primera instancia pues la lógica que la sustenta, así como la estructura que la motiva, es por entero inconsciente. Desestimarla, esforzar por desalojarla, ocultarla, es manera de intentar eludir lo que a través de ella esfuerza por hacerse saber. Aún más llamativo es el hecho de que cada quien carga con sus fantasías, algunas nefastas, otras aterrorizantes, otras de apariencia insulsa o banal y, sin embargo, se sostiene la ingenua idea de que los demás no tienen que vérselas con ella o también de que si se es “verdaderamente adulto” la fantasía no debería si quiera existir.

A pesar de los inconmensurables esfuerzos del yo y de los imperativos morales del “buen adulto”, la fantasía no para de insistir. Intenta hacer saber algo al yo, pero este en su gran pasión por la ignorancia, prefiere desconocer lo que ella puede enseñarle de aquello que lo constituye. Se hace necesario desmontar lo imaginario que la envuelve para acceder a una lectura posible de lo que, sobre el deseo, ella tiene para decir. Allí el sujeto emerge como deseante, pero no sin el precio de reconocer que el deseo no es el placer y que no hay vida sin goce. Más aún que no importa cuánto se fantasee, no hay garantía alguna que pueda conllevar el encuentro con el buen objeto que cumple su función de causa solo por el hecho de que falta y que sólo puede reencontrarse como falta, siempre como falta, incluso como falta en el Otro.

John James Gómez G.


martes, 24 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: La Equivocación del Sujeto Supuesto Saber. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 353.

“Ninguna pretensión de conocimiento sería apropiada aquí, ya que ni siquiera sabemos si el inconsciente tiene un ser propio, y por no poder decir “es eso” se lo llamó con el nombre de “eso” (Es en alemán, o sea: eso, en el sentido en que se dice: “eso arde” o “eso desvaría”). De hecho, el inconsciente “no es eso”, o bien “es eso, pero de poca monta. Nunca de película”.”

Comentario:

“Ello”, (equivalente de “Eso”) como se tradujo al español la expresión “Es”, con la que Freud denomina en su segunda tópica al inconsciente en su sentido no-todo reprimido, estructural, es una expresión que sorprende por su condición de incertidumbre. Nominar al inconsciente con la expresión “Eso” (Ello), con la que se enuncia aquello de lo que no se sabe muy bien “qué es”, da cuenta de lo que, en torno a una idea de ser, resulta problemático. Eso, “it” del inglés, nomina lo que escapa a la ilusión de certidumbre, de seguridad de ser, sueño de insaculación por el que se podría contar, uno a uno, a los seres como completos en sí mismo, como conscientes de sí, incluso como sapientes.

Si Freud toma interés en el olvido, el lapsus, el chiste, el sueño y todas esas otras formaciones que denominó inconscientes es porque en ellas algo de la falta del ser se manifiesta como agujero de sentido, pero no por ello carente de razón. Formaciones del inconsciente que son al mismo tiempo banales y excepcionales, pues aparecen como “sin querer queriendo” y, si se dejan pasar, parecen olvidarse como una huella que se borra al mismo tiempo que se inscribe. Si en cambio se las toma como algo que no es mera casualidad sino que responde a la determinación de una estructura de lenguaje, se abre la puerta a un saber del que quien pifió en su decir, con su “ser” consciente, no se imaginaba portador. Ningún conocimiento, consejo o ejemplo, sirve cuando de Eso se trata, pues lo que está en juego es un saber que no puede ser trasmitido sino construido en el trabajo de analizante. 

Eso (Ello) habla. Y lo hace de tal manera que resulta un tropiezo ineludible, infranqueable para el yo, no importa cuánto trate de dominarse a sí mismo para callar lo que desde ese lugar arde por ser dicho. Eso no para de insistir por hacerse saber y el yo padece, sobretodo, por censurar lo que desde allí proviene intentando o bien reprimir, o bien desconocer, lo que ese saber no sabido, hace irrumpir acentuando la herida narcisista del yo, tan vívida y tan sufrida, por el hecho mismo de intentar ocultarla a como dé lugar.

Decir que el inconsciente habla, es asumir que hay algo que está escrito en nuestro cuerpo como habitantes de una cultura que, a su vez, nos habita, y de lo cual no tenemos ni tendremos jamás, completo dominio. Sin embargo, el hecho de que no sea posible tener total dominio, no es lo mismo que negar su insistencia, pues, reconocer tal saber aunque no se le pueda dominar completamente, permite servirse de él de tal manera que redunde en un saber hacer con Eso. Si en cambio, se niega o se desconoce su insistencia, entonces, Eso hablará de una forma tal que sólo podrá ser padecido por el yo como un destino siniestro del que nada sabe y por el cual se considera, entonces, mero objeto del goce del Otro, víctima ingenua, bella alma, bella indiferencia…

John James Gómez G. 

lunes, 23 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: La Negación. Freud, S. (1925). En: Obras Completas, vol, XIX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 254-55.

“el yo-placer originario quiere, como lo he expuesto en otro lugar, introyectarse lo bueno, arrojar de sí todo lo malo. Al comienzo son para él idénticos, lo malo, lo ajeno al yo, lo que se encuentra afuera.”

Comentario:

Freud plantea que la función del juicio tendría fundamentalmente dos posiciones posibles, dos lugares para designar la manera en que un objeto, cualquiera que fuese, es ingresado en el mundo humano, lógicamente queremos decir con ello, al mundo subjetivo. Por un lado se puede “atribuir o desatribuir una propiedad a una cosa”, y por el otro, “admitir o  impugnar la existencia de una representación en la realidad” (1925: 254). El primero es llamado juicio de atribución y el segundo juicio de existencia.  Debe comprenderse que no se trata de una u otra forma de juicio, sino, de dos formas de juicio inherentes a la lógica de la construcción significante del universo de símbolos humano.

Concibe el juicio de atribución aplicado a la dimensión pulsional y menciona como ejemplo las pulsiones orales y la decisión en relación con ello de querer comer algo o escupirlo, sobre lo cual enuncia una hipótesis general: “el yo-placer originario quiere, como lo he expuesto en otro lugar, introyectarse lo bueno, arrojar de sí todo lo malo. Al comienzo son para él idénticos, lo malo, lo ajeno al yo, lo que se encuentra afuera” (1925: 254-55). Si al principio son para el yo-placer idénticos lo malo y lo que está afuera, quiere decir que sólo en la medida en que el yo se ve enfrentado a la necesidad de introyectar representaciones tendrá que decidir qué quedará afuera y por tanto esto que rechaza recibe la atribución que lo constituye en algo malo por ir en contra del placer, mientras que se introyectará lo bueno, es decir lo que sirve al placer. Estas atribuciones implican que el yo instala una doble prohibición, por un lado negarse a permitir el retorno de lo que se ha rechazado y por negarse a renunciar a aquello que se ha introyectado. Se pone de relieve así la diada intrínseco/extrínseco como formas de sucesión continuas.

En relación con el juicio de existencia, Freud aclara que se trata de una función del yo-realidad surgido del yo-placer originario y llama a esta condición “examen de realidad”. En este caso no se trata de expulsar o introyectar, sino de examinar si algo que ya se encuentra adentro como representación puede reencontrarse fuera en la realidad a través de la percepción, por lo tanto se trata también de una relación afuera/adentro, o también presencia/ausencia.  Lógicamente, esta relación adentro y afuera no es vista por Freud desde la topología,[1]  pero a pesar de ello señala de manera muy interesante la relación entre dos de los principios propios básicos en la concepción de los espacios desde esta disciplina: el límite y la continuidad. Los juicios de atribución implican el establecimiento de un límite[2] entre lo que estará dentro o fuera del yo, mientras que los juicios de existencia implicarán la búsqueda de la continuidad que permita probar que lo que está dentro, pueda reencontrarse también afuera. Así, cuando Freud explica que se trata siempre de la oposición adentro/afuera, no sería exactamente una relación con el mismo sentido para ambos casos. Nos dice Freud, “Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo, es sólo interior; lo otro, lo real, está presente también ahí afuera” (1925: 255).

La relación entre lo interior y lo exterior, lo intrínseco y lo extrínseco, se relaciona entonces con las significaciones construidas por el sujeto alrededor de lo representado y, desde allí, interpretará lo que se encuentra afuera en lo real. En otras palabras el sujeto intenta leer, usando los significantes del Otro, lo que aparece en lo real.  Claro está, dichas significaciones pueden encontrar variaciones y justamente eso posibilita que el sujeto esté en un movimiento constante en relación con aquello que desea, con sus valores, con sus ideales, que pueda incluso en un momento determinado tomar una posición radicalmente opuesta de la que ha asumido poco tiempo atrás, como lo pone de manifiesto Lacan (1955-56) a propósito de la normalidad en el libro 3 de su Seminario: Las Psicosis. Lo que debe ser considerado normal es justamente que el sujeto no responda de manera simétrica a la demanda propia de los ideales de la cultura, en la medida en que sus valores cambian y la oferta de la cultura es ambigua en tanto presenta a la vez las prohibiciones más altas en relación con la moral pero también los medios para acceder a aquello prohibido, y con ello el sujeto se enfrenta de manera constante a la duda sobre lo que en realidad puede desear y lo que a pesar de desear debe seguir prohibido. Esto significa que lo bueno y lo malo no son cuestiones inequívocas, de hecho, al tratarse de atribuciones derivadas del uso del lenguaje siempre hay posibilidad de equívoco.

John James Gómez G. (Fragmento del texto: MINUETO: Las dificultades del aprendizaje y la dificultad de leer el deseo del Otro. Próxima publicación.)





[1] Si bien para esta época ya existía la topología, pues su origen se sitúa en 1735 con la resolución lograda por Euler del problema de los puentes de Könisgberg, la primera vez que se usa propiamente la palabra Topología es en 1836 en una carta enviada por J: B: Listing a su profesor Müller y luego en su libro Vorstudien zur Topologie (Estudios previos a la topología), publicado en 1947. Así pues para la época era una cuestión demasiado novedosa, reciente y poca conocida incluso por los mismos matemáticos, por lo que Freud aun no tomaba noticia de ello. 
[2] Consideramos importante anotar que, a pesar de que comúnmente se tome al límite en el sentido separación absoluta,  en topología, el límite, cuenta con algún grado de continuidad en tanto una línea es comprendida como una secuencia de puntos, así que quedará en el plano de fondo una continuidad con lo cual se hacen posibles además torsiones y trasposiciones que en la geometría euclidiana resultan impensables. Modelos de ello son la banda de Moebius y la botella de Klein. De allí viene el popular dicho entre los matemáticos acerca de que un topólogo puede confundir fácilmente una dona con una taza, en razón de las trasformaciones por continuidad de las superficies estructurales. 

viernes, 20 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: Seminario Sobre la Carta Robada. Lacan, J. (1966). En: Escritos 1, 2ª edición. Siglo XXI Editores. 2011. pp. 40.

“Esto es sin duda lo que sucede en el automatismo de repetición. Lo que Freud nos enseña en el texto que comentamos, es que el sujeto sigue el desfiladero de lo simbólico…”

“Si lo que Freud descubrió y redescubre de manera cada vez más abrupta tiene un sentido, es que el desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos, en su destino, en sus rechazos, en sus cegueras, en sus éxitos y en su suerte, a despecho de sus dotes innatas y de su logro social, sin consideración del carácter o el sexo, y que de buena o mala gana seguirá al tren del significante como armas y bagajes, todo lo dado de lo psicológico.”

Comentario:

En su texto “Más allá del principio del placer” (1920), Freud se pregunta acerca de lo que está en juego en una repetición que aparece a la manera de un destino. Algo en lo que incluso, sin aparente participación activa de quien la padece, retorna una y otra vez como si fuese buscado por él. En palabras de Nietzsche, retomadas por Freud, se trata de un “eterno retorno de lo igual”:

"En estas hace la impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar; y desde el comienzo el psicoanálisis juzgó que ese destino fatal era autoinducido y estaba determinado por influjos de la temprana infancia. La compulsión que así se exterioriza no es diferente de la compulsión de repetición de los neuróticos, a pesar de que tales personas nunca han presentado los signos de un conflicto neurótico tramitado mediante la formación de síntoma. Se conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: benefactores cuyos protegidos (por disímiles que sean en lo demás) se muestran ingratos pasado cierto tiempo, y entonces parecen destinados a apurar entera la amargura de la ingratitud; hombres en quienes toda amistad termina con la traición del amigo; otros que en su vida repiten incontables veces el acto de elevar a una persona a la condición de eminente autoridad para sí mismos o aun para el público, y tras el lapso señalado la destronan para sustituirla por una nueva; amantes cuya relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en idéntico final, etc. Este «eterno retorno de lo igual» nos asombra poco cuando se trata de una conducta activa de tales personas y podemos descubrir el rasgo de carácter que permanece igual en ellas, exteriorizándose forzosamente en la repetición de idénticas vivencias. Nos sorprenden mucho más los casos en que la persona parece vivenciar pasivamente algo sustraído a su poder, a despecho de lo cual vivencia una y otra vez la repetición del mismo destino."(Freud, 1920, pp. 22).

Este descubrimiento Freudiano es tal vez el punto culmen de la interrogación acerca de la posición del sujeto en cuanto a lo que lo implica de su propio padecer. ¿Qué es lo que se juega en tal destino? Aunque a los ojos de la conciencia, ilusionada con el total dominio de sí, esto parezca devenido de la pura casualidad, resulta que, al seguir los desplazamientos de las cadenas significantes, tal como lo hace un analizante en su trabajo asociativo, lo que parecía otrora destino siniestro se revela como condición estructural en la que el sujeto aparece llevado por una inercia en relación con la cual, él mismo, desconocía su movimiento y su dirección o, en términos topológicos, su directriz y su generatriz, si recordamos cómo Lacan ubica en el toro la lógica misma de la neurosis.

Mientras el “yo” maldice su mala suerte, desconoce que lo que se repite, una y otra vez, es la posición de la que depende en los movimientos inerciales ligados a desplazamientos significantes por los que, sin saber,-se sabe arrastrado. Desconoce allí la satisfacción en juego de una pulsión que, siempre acéfala, es al mismo tiempo impulso de vida y modo de retorno a lo mortífero. No hay en ello genética, mística o quiromancia, simplemente, complejamente, el efecto de cadenas en las que algo tiende hacia una repetición tan sorprendente y tan abrumadora, similar únicamente a la sorpresa que causa encontrar, por doquier, el número de la áurea proporción (1,6180339887…). La repetición resiste a la entropía, a la vez que conmina al sujeto al reencuentro con lo que no cesa de escribirse (como el número), una y otra vez; como idéntico a pesar de los esfuerzos de la buena voluntad, las buenas intenciones de los consejos insulsos y la ilusión, siempre renovada y justo previa a la repetición de que, “ahora sí, es todo distinto”, para encontrarse de nuevo, y sin aparente explicación, ante el eterno retorno de lo igual.

Se trata pues de la posición del sujeto en los desplazamientos de la cadena. Es necesario recorrer las vueltas del dicho y encontrar los cortes que pueden permitir la destitución del siniestro destino; servirse del “trieb” (desviación, traducido como pulsión) para desviar los desplazamientos haciendo entrar la letra en juego (a). Si un analizante puede comprometerse con ello, es sólo por el hecho de que, en su decir, hay un saber que puede producirse para leer en los desplazamientos la repetición y escribir su lógica, con lo que, de alguna forma, podrá corregir la experiencia de una historia que, de otra manera, parece una aporía, un callejón sin salida.

John James Gómez G.



jueves, 19 de septiembre de 2013

Fragmento del texto: Contribución a la Historia del Movimiento Psicoanalítico. Freud, S. (1914). En: Obras Completas, vol, XIV. Amorrortu Editores. 1979. pp. 20.

“Desprevenido, me presenté en la asociación médica de Viena, presidida en ese tiempo por Von Krafft-Ebing,-" como un expositor que esperaba resarcirse, gracias al interés y el reconocimiento que le tributarían sus colegas, de los perjuicios materiales consentidos por propia decisión. Yo trataba mis descubrimientos como contribuciones ordinarias a la ciencia, y lo mismo esperaba que hicieran los otros. Sólo el silencio que siguió a mi conferencia, el vacío que se hizo en torno de mi persona, las insinuaciones que me fueron llegando, me hicieron comprender poco a poco que unas tesis acerca del papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis no podían tener la misma acogida que otras comunicaciones.”

Comentario:

Freud inventó una nueva disciplina. Y con ella arriesgó a escribir aquello sobre lo que la moral general, de corte especialmente eugenésica, intentaba callar. Las madres y, sobre todo, las nodrizas, las nanas, sabían antes que Freud, tal vez desde siempre, que la infancia no estaba exenta de sexualidad y que la versión del infans como asexuado, propio del arte religioso medieval, se constituía como un velamiento de un hecho insoportable para cualquier tendencia derivada de la moral romana antigua. Los niños mostraban que la sexualidad no era la genitalidad y que, como tal, el erotismo no estaba determinado por la “maduración sexual” idealizada en la reproducción. Basta ver a las madres cuidando a sus chicos de lo que ellas muy bien saben que se juega en torno a la sexualidad. La segregación sexual temprana y la vigilancia en la que, iracundas, incurren para descubrir bajo las camas, y tras las puertas, a los pequeños investigadores sexuales, pues ellos saben que deben proceder con cautela, ya que el adulto ha olvidado, por la amnesia infantil, su propia historia sexual prematura. Y no sólo olvidado, sino, además, la rechaza como si se tratara de algo que pesa demasiado y que retorna de maneras que no respetan la "buena voluntad": retoños, trozos inconexos, ideas absurdas o secundarias, lapsus, actos fallidos, fantasías y, claro, síntomas. En "La Sexualidad en la Etiología de las Neurosis” (1898), Freud presentaba los hallazgos que ponían a la luz lo que la familia prefiere callar, digamos, lo que el neurótico silencia acerca del deseo que lo habita por el hecho mismo de que, cuando se trata de un ser que habla y escribe, que es carne hecha con símbolos, la sexualidad no tiene como meta la reproducción, su objeto es siempre sustitutivo y su erotismo no depende de la madurez del organismo sino de los efectos del lenguaje sobre el cuerpo.

Han pasado más de cien años y lo más probable es que, aunque se le quiera dar a Freud por superado, el hueso mismo de su invención y sus descubrimientos no ha sido, si quiera, medianamente comprendido. Lo que parece no dejar lugar a dudas es que, sin importar cuánto se le rechace (esfuerzo de desalojo), lo que pone en juego la verdad que por el saber no sabido, devenido escritura a través de su pluma, sigue sorprendiendo por su actualidad y haciendo necesario, a pesar de la resistencia y la censura del público (púbico, impúdico), el retorno constante a Freud.

Allí donde el psicoanálisis enuncia algo de una verdad insoportable, la ferocidad del moralista, aunque use disfraces de científico, salta para intentar asegurarse de que la ignorancia triunfe sobre cualquier deseo de saber. Fue así en la época de Freud y no es muy diferente hoy. Sin embargo, es justo por ello que el psicoanálisis se constituye como un síntoma que denuncia los malestares del sujeto y de la cultura en una época que comenzó con la llamada “modernidad” y que cada vez resulta más implacable en sus intentos de silenciar la división del sujeto, bien con pastillas que obnubilan, bien con imperativos culpabilizantes que buscan alejar al sujeto de una subversión que es posterg(h)able pero inetivable pues, tarde o temprano, Eso (Ello) habla. El modo en que hable, la ferocidad y el tono siniestro y mortífero con que se manifieste, será inversamente proporcional a la potencia a la que se elevan los imperativos que intentan acallarlo. Así, la posición del psicoanálisis, y de quienes se proponen encarnar algo de su discurso, no es otra que la de estar dispuestos a leer y escribir mejor lo que se forja en el fuego mismo de las pulsiones que no cesan de trabajar a pesar de los intentos desesperados del Amo, del saber universitario, del capitalismo y de la moral eugenésica que subsiste como resto en las manifestaciones de la “nerviosidad moderna” y, por qué no, posmoderna, de aplastar lo que surge desde la enunciación de cualquier discurso.   

John James Gómez G. 



miércoles, 18 de septiembre de 2013

Fragmento del texto: La Sexualidad en los Desfiladeros del Significante. Lacan, J. (1964).  En: Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. El Seminario, libro 11. Editorial Paidós, Buenos Aires. 1998.  pp. 164-65.

“Esto nos introduce en la cuestión de lo que el deseo de Freud determinó, al desviar toda la comprensión de la transferencia en ese sentido que ahora ha llegado al último término del absurdo, hasta el punto que un analista puede decir que toda la teoría de la transferencia no es más que una defensa del analista.
Yo le doy un vuelco a este término extremo. Muestro exactamente su otra carta. Es menester que me sigan.  Todo esto no lo hago simplemente para poner las cosas patas arriba.  Con esta clave lean una revista general sobre la cuestión de la transferencia -como pueden encontrarla bajo la pluma de no importa quién,, pues alguien que puede escribir un "Que sais-je?" sobre el psicoanálisis, también puede escribirles una revista general sobre la transferencia. Lean, pues, esta revista general sobre la transferencia que aquí designo suficientemente, y sitúense en este punto de mira.”

Comentario:

Desde muy temprano en sus elaboraciones, Lacan reintroduce la pregunta freudiana acerca de la reacción terapéutica negativa. Tal vez el primer lugar donde es puesta de manifiesto sea en su trabajo sobre “La Agresividad en Psicoanálisis”, de 1948. Allí, en su tercera tesis, presenta la cuestión bajo la forma “No puedo aceptar el pensamiento de ser liberado por otro que por mí mismo”. Esto resulta de un interés crucial si tomamos en cuenta que, justo antes de llegar a esta formulación, ha expresado que lo que está en juego es la actitud del analista que requiere de evitar esa “emboscada” que propone el analizante, escenificada en la trasnferencia, y que serviría de guía de prudencia al analista. Es notable, al menos en nuestra manera de entender, que si bien Lacan retoma aquí la posición freudiana, se propone inscribir el problema radical de la reacción terapéutica negativa ligada inevitablemente a la posición del analista, cuestión que, como se señaló en el apartado anterior, Freud avizora al suponer que la persona del analista puede prestarse al servicio del ideal del yo, facilitando entonces el surgimiento de tal reacción hostil con la que el analizante, al mismo tiempo que demanda que el analista se haga con la carga de su sufrimiento, le hace saber que no es digno de llevarla, cuestión destacada por Lacan en el texto sobre la agresividad.

Luego, en el Seminario 2: El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, Lacan retoma el problema de la reacción terapéutica negativa a propósito de la dialéctica freudiana, de su articulación a propósito de la pulsión de muerte y con ello, de la compulsión de repetición, cuestión articulada por Freud en su texto de 1920: “Más allá del principio del placer”. Sin embargo, se hace necesario para Lacan salvar el impasse freudiano en relación con el cual el fundamento de la pulsión de muerte estaría ligado a la filogénesis, a la biología y a la anatomía funcional, forma en que expresa el problema a partir del apartado IV del texto en mención y que luego deriva a una tópica construida desde la geometría euclidiana para explicar las relaciones entre las diferentes instancias psíquicas; cuestión que como es sabido, Lacan subvierte trasladando la lógica freudiana hacia el campo del significante y a la geometría proyectiva, lo que resulta evidente desde su propuesta del “El Estadio del Espejo” (1949), donde, no sin las indicaciones de Freud acerca de que “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie.” (Freud; 1923: 27),  reconduce el estatuto del Yo concebido por Freud (1914) en su “Introducción del Narcisismo”,  hacia una imagen articulada también a lo simbólico y lo real...

John James Gómez G. Fragmento del artículo: Síntoma y Reacción Terapéutica Negativa: Algunas notas acerca del resto freudiano y su perspectiva lacaniana. Revista Borromeo,  Nº 4, 2013. Universidad Argentina John F. Kennedy.

martes, 17 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: El Espíritu de los Nudos. Lacan, J. (1975-76). En: El Sinthome. El Seminario, Libro 23. Editorial Paidós. 2006. pp. 16.

“El falo es la conjunción de lo que he llamado ese parásito, que es el pitito en cuestión, con la función de la palabra.”

Comentario:

El falo no es el órgano, aunque sea también falso que no lo sea, al menos, completamente. Se trata, en particular para Lacan, de lo que hace entrar al tres en juego. El mundo simbólico encuentra su constituyente en la estructura del dos (S1-S2).  Es así que la topología, geometría no métrica de dos dimensiones que permite tratar simbólicamente el espacio-tiempo, es la elegida por Lacan como modo de escritura de las relaciones entre las tres consistencias constituyentes del nudo. El nudo requiere al menos tres, pero tomar al tres por el tres, en sí mismo, conlleva la obnubilación propia de la insistencia de lo imaginario que intenta imponerse desde el sentido y el significado, velando la falta estructurante: la castración.

El falo hace entrar la i(a). Función de la palabra, distinta del campo del lenguaje, como bien lo indicó Lacan en aquel texto en que fijara a su discurso esas dos categorías matemáticas. Función de la imagen del objeto, leído, a la letra, i(a), es la i-de-a. Idea que puede mantener su estructura de fantasía ($<>a), frase de gramática fija e inequívoca, como diría Freud en 1919. Pero, si es inequívoca, queda por fuera del registro de la interpretación y no hay que perder de vista que, “a fin de cuentas solo tenemos eso, el equívoco, como arma contra el sinthome" (Lacan, 1975-76, pp. 17).  Si, por otra parte, la i(a), puede constituirse como función simbólica de la palabra, entonces, la posibilidad de una escritura de eso (Ello) velado por lo imaginario, advierte de la presencia de la división del sujeto y, con Ello, de su falta constituyente. La función de la palabra en su anudamiento al campo del lenguaje, permite, por la disciplina del análisis, la lectura y escritura de lo real que es siempre esquivo y que siempre escapa. El análisis ubicado desde la función de la palabra en su anudamiento con el campo de lo simbólico, es modo de corregir la experiencia del sujeto, es decir, su historia, que no es su pasado pues ésta no cesa de insistir, re-petir, en tanto no cesa de no escribirse.

John James Gómez G.

lunes, 16 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: Pulsión y Destinos de Pulsión. Freud, S. (1915). En: Obras Completas, vol, XIV. Amorrortu Editores. 1979. pp. 114.

“…hemos obtenido material para distinguir entre estímulos pulsionales y otros estímulos (fisiológicos) que influyen sobre el alma. En primer lugar: El estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio organismo. Por eso también opera diversamente sobre el alma y se requieren diferentes acciones para eliminarlo. Además: Todo lo esencial respecto del estímulo está dicho si suponemos que opera de un solo golpe; por tanto, se lo puede despachar mediante una única acción adecuada, cuyo tipo ha de discernirse en la huida motriz ante la fuente de estímulo. Desde luego que tales golpes pueden también repetirse y sumarse, pero esto en nada modifica la concepción del hecho ni las condiciones que presiden la supresión del estímulo. La pulsión, en cambio, no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante. Puesto que no ataca desde afuera, sino desde el interior del cuerpo, una huida de nada puede valer contra ella.”

Comentario:

Freud expresaba su intuición de continuidad entre “adentro” y “afuera” a partir del principio de sustitución de realidad exterior por realidad psíquica como realidad fundamental del sistema inconsciente. No decimos con esto que Freud tuviese así salvado el impasse tópico (topológico); señalamos lo interesante de sus intuiciones que, desde nuestra óptica, rebasaban con creces los límites que la anatomía, la geometría euclidiana y la lógica aristotélica le imponían. Su descubrimiento de la operación inconsciente como operación significante le forzaba a desplazar dichos límites.  En este sentido resulta sorprendente la genialidad de Freud que, siendo un innegable hijo de su época y de la ciencia en la que fue formado, no temió renunciar a las certidumbres de lo ya conocido para ingresar en las novedades que implicaba la aproximación a un saber no sabido. Todo un ejemplo de investigación en el sentido heurístico y ejemplo de psicoanálisis en el sentido clínico, si es que desde tal punto de vista investigación y clínica son acaso dos cosas diferentes; nos sentimos orientados a pensar que no lo son.

En este sentido la palabra “Trieb”, que ha sido traducida al español como “pulsión”, resulta para nosotros indicativa y representativa de esas intuiciones Freudianas y de su esfuerzo por no sucumbir ante la dificultad de una solución al problema espacial. Esto es algo manifiesto en la manera en que por ejemplo, en la página 117 de "Pulsión y Destinos de Pulsión" (1915) [versión Amorrortu Editores], se refiera al Trieb como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático,  a pesar que cuando tenía que justificar el fundamento de existencia de dicha noción apelara, sin remedio, a la biología. De igual manera creemos que el concepto de “angustia” juega un lugar similar como noción que articula para Freud lo anímico y lo somático en una relación espacial que ya no se restringe a los efectos derivados de la anatomía funcional. Esto resulta evidente ya en el "Manuscrito E ¿Cómo se genera la angustia?" fechado presuntamente en el año 1894,  así como en los textos en los que avanza en los desarrollos sobre el tema, bien sea "Sobre la justificación de separar de la neurastenia a un determinado síndrome en calidad de neurosis de angustia” (1895), e incluso hasta "Inhibición, síntoma y angustia" (1925). Vale la pena también señalar que para ambos conceptos se aplica la consigna de ser “no sin objeto”, lo cual es muy interesante pues, para ambos casos, el objeto que viene a ponerse allí será precisamente el inventado por Lacan y signado con la letra a (minúscula). Es la escritura de ese objeto imposible (¿incorporal?), en el paso de una topografía a un topología lo que, nos parece, permite el avance hacia una solución lacaniana del problema del espacio en psicoanálisis y con ello al espacio en juego en lo que se denomina experiencia analítica.

John James Gómez G. Fragmento del texto: El Problema del Espacio en Freud como Imposible  y la Solución de Escritura Lacaniana para un Espacio Psicoanalítico: ¿Esbozo de indagación sobre una variación geométrica? (Próxima publicación).



viernes, 13 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: El Malestar en la Cultura. Freud, S. (1930). En: Obras Completas, vol, XXI. Amorrortu Editores. 1979.

“Puesto que la cultura obedece a una impulsión erótica interior, que ordena a los seres humanos unirse en una masa estrechamente atada, sólo puede alcanzar esta meta por la vía de un refuerzo siempre creciente del sentimiento de culpa. Lo que había empezado en torno del padre se consuma en torno de la masa. Y si la cultura es la vía de desarrollo necesaria desde la familia a la humanidad, entonces la elevación del sentimiento de culpa es inescindible de ella, como resultado del conflicto innato de ambivalencia, como resultado de la eterna lucha entre amor y pugna por la muerte; y lo es, acaso, hasta cimas que pueden serle difícilmente soportables al individuo. (pp. 128).

“El estudio de las neurosis, al que debemos las más valiosas indicaciones para la comprensión de lo normal, nos ofrece constelaciones contradictorias. En una de esas afecciones, la neurosis obsesiva, el sentimiento de culpa se impone expreso a la conciencia, gobierna el cuadro patológico así como la vida de los enfermos, y apenas si admite otros elementos junto a sí. Pero en la mayoría de los otros casos y formas de neurosis permanece por entero inconciente, sin que por ello los efectos que exterioriza sean desdeñables. Los enfermos no nos creen cuando les atribuimos un «sentimiento inconciente de culpa»; para que nos comprendan por lo menos a medias, les hablamos de una necesidad inconciente de castigo en que se exterioriza el sentimiento de culpa. Pero no hay que sobrestimar los vínculos con la forma de neurosis: también en la neurosis obsesiva hay tipos de enfermos que no perciben su sentimiento de culpa o sólo lo sienten como un malestar torturante, una suerte de angustia, tras serles impedida la ejecución de ciertas acciones.” (pp. 131).


Comentario:

Desde el descubrimiento de la ligadura entre culpabilidad y erotismo, expresada de manera explícita por Freud, en principio, en su texto de 1919 “Pegan a un niño”, la pregunta por las operaciones acontecidas entre Eros y Tánatos, expresada en 1920 en su “Más allá del principio del placer”, se convirtió en cuestión central. Se hizo cada vez más evidente la presencia de unas “enigmáticas tendencias masoquistas del yo” con las cuales se logra una ganancia de satisfacción que se manifiesta, según Freud (1923), bien hacia fuera como pulsión agresiva, bien hacia dentro como pulsión de autodestrucción, movimientos variantes del devenir continuo de la pulsión de muerte. Así, la pregunta por el origen de dicha ligadura se constituye en tema central para la investigación psicoanalítica y, sobre lo cual, ya había adelantado un importante terreno en 1913, con su texto “Tótem y Tabú: Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos.”. La ambivalencia de sentimientos, amor y odio como dos caras de una misma moneda, inseparables en las primeras investiduras libidinales, y su condición entonces, sexualizada por en el Complejo de Edipo, llevan inevitablemente a una mezcla pulsional donde Eros y Tánatos, vía la ligadura entre erotismo y culpabilidad, se juegan en la búsqueda de una satisfacción repetitiva con una tonalidad mortífera.

La culpabilidad toma así, su fuerza, de la pulsión. No como conciencia de culpa, pues no es necesario que ella se manifieste a plena luz ante los ojos de quien la padece, sino, como sentimiento inconsciente de culpabilidad, del que sólo se advierte su presencia si, con suma atención, se observa como algo que aparece a la manera de un castigo que se repite una y otra vez, constituyéndose en algo necesario. Hay que tomar aquí esta palabra, necesario, en su sentido lógico, a saber, como lo que no puede no ocurrir. Se presenta entonces como un tropiezo perpetuo, una suerte de destino del que el sujeto parece no poder escapar, incluso, llegando a vivirlo como enfermedad propiamente en el cuerpo. 

Cosa importante, sólo para dejar anotada por ahora, es que Freud señala que no es necesario cometer un acto para que dicha culpabilidad aparezca, basta con haberlo fantaseado. De hecho diferencia así la culpabilidad del arrepentimiento, que tendría que ver, éste último, con el acto cometido. 

Y bien, ¿qué agrega Freud a esta comprensión, además, cuando del malestar en la cultura se trata?

Nos muestra que la civilización requiere que lo singular se silencie, que el deseo no perturbe más, pues, a sus fines (los de la civilización) interesa la homogenización de una masa amorfa, no deseante, que ceda su deseo para que, de tal manera, se privilegie la apariencia de una “buena forma”, un falaz bienestar, donde todos hacen como autómatas. Lacan, sirviéndose de este principio, va a oponer la culpabilidad al deseo con su famosa frase: “sólo es culpable de haber cedido en su deseo”. La culpabilidad inconsciente, no necesariamente reprimida (no olvidemos que lo inconsciente es no-todo reprimido), sino, no reconocida, lleva a la perpetuación de un silenciamiento mortífero del deseo y también, de los modos singulares de gozar, donde el único paliativo es la expresión de imperativos de un goce que promete la buena y mejor manera de gozar que ya no es singular, falsa promesa por cierto. Así, todos corren, en masa, a pagar por su culpabilidad, comprando sin parar, consumiéndose mientras consumen como fin en sí mismo y no como medio de goce. Trabajando como esclavos que operan a la manera de cuerpos maquinizados, entregando la vida sin saber que, con ello, lo singular propio del deseo y del goce se aplaza, se desaloja y que de tal manera la culpabilidad, antes que ser pagada, no puede más que crecer como si se tratase de una deuda mas-iva. Circuito cerrado, obturado, reiterativo, donde el desconocimiento es equivalente al no reconocimiento del deseo, pero, al fin y al cabo, desconocimiento no reconocido en sí mismo, pues, en la era de la información, todos creen que el saber y el conocimiento están al alcance de la mano. Lo cual prueba, en este caso, que el sentido común, como dice Lacan, puede ser la cosa mejor distribuida, la cosa más tonta.

Si la noción de éxito de este malestar en la cultura, es la de aquel que desesperado por el reconocimiento no para en su sentimiento inconsciente de culpabilidad, cuanta razón tuvo Freud, al titular su fantástico texto “Los que fracasan cuando triunfan”, segundo apartado de su trabajo publicado en 1916: “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”.

John James Gómez G.

jueves, 12 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: El psicoanálisis y su referencia a la relación sexual. Conferencia dictada en el Museo de la Ciencia y la Técnica de Milán3 de febrero de 1973. Inédita.
Disponible en: http://www.ecole-lacanienne.net/bibliotheque/Bilingues/Lacan-Milan.pdf

“No vemos en absoluto por qué, en fin, esa contemplación del mundo sería identificada de alguna manera con lo que es. Porque eso... eso puede ser una gran ilusión, esa contemplación. No solamente esto puede serlo, sino indiscutiblemente, en fin... tenemos todas las pruebas de que esta idea según la cual tenemos que vérnosla con lo que es, es un delirio, sin duda, un delirio común. En fin, eso constituye lo que se llama el sentido común, que es sin dudas la cosa mejor distribuida del mundo –como lo decía un filósofo, así, que escribió en francés- la cosa mejor distribuida, es decir, hay que decirlo: la más tonta.”

Comentario:

En su Conferencia El psicoanálisis y su referencia a la relación sexual, Lacan enfatizó su posición en torno a que “la teoría es muy difícil de hacer”. Hace su crítica a Aristóteles, quien en base al establecimiento de categorías buscaba la determinación de los conceptos en lo observable, en lo intuitivo, que lleva a tomar la contemplación bajo la ilusión de que en algún lugar hay la esfera perfecta, la buena forma, con lo cual se podría llegar, por el hecho mismo de contemplar.

La contemplación, que estaría del lado de la percepción, concebida como la posibilidad de llegar a la identificación de lo que algo es merced de los sentidos, resulta para Lacan lo más cercano al delirio común, vale decir, a la ilusión de que algo puede llegar a ser, pero además que se puede saber algo de manera clara y perfecta sobre dicho ser, que no sería más que de-ser: “ser dicho en alguna parte”.

Si bien es a veces notorio el retorno recurrente de Freud a la búsqueda de lo contemplable del funcionamiento anatómico para explicar el psiquismo, es evidente que, él mismo, no se fiaba de la contemplación. Su insistencia en no asentar una definitiva acerca del tema tópico es prueba de ello, por lo que su tendencia constante a sustituirlo por lo funcional y sobre todo por lo dinámico, antes que ser un defecto en su manera de construir sus explicaciones tal vez haya sido su mejor manera de evitar sucumbir ante la ilusión de haber encontrado lo que el psiquismo, lo inconsciente, la realidad, tendrían como ilusión de reductible a la “buena forma” en el ser. Con su manera de proceder Freud denunciaba su posición de no ceder a las ilusiones del Yo y de su dificultad ante la creencia en la realidad del espacio euclidiano como única posibilidad de realidad verdadera.  Esta posición permitió a Freud la construcción de una lógica y una teoría que no cedía a los impasses y a la dificultad, sino que insistía en avanzar reconociéndolos, incluso sirviéndose de lo imposible como punto de apoyo para propulsarse. Su aprehensión de ese cuerpo al que el psicoanálisis prestó atención, abrió la puerta a un saber del que hasta el momento nadie quería tener noticia, donde lo banal, el lapsus, el equívoco, el sueño, eran tomados como insignificantes y Freud los instala, a su manera, en un lugar significante; mientras que, para los demás, la teoría de lo contemplable reinaba situando lo aparentemente importante como central y ya sabemos cómo la apariencia de la imagen es la trampa misma a la que el Yo puede prestarse.


 John James Gómez G.


miércoles, 11 de septiembre de 2013


Fragmento del texto: Del Goce. Lacan, J. (1972). En: El Seminario, libro 20, Aún. Editorial Paidós. 2004. pp. 14.

“El amor es impotente aunque sea reciproco, porque ignora que no es más que es el deseo de ser Uno. Lo cual nos conduce a la imposibilidad de saber la razón de ellos, de ellos quiénes? los sexos.”

Comentario:

“El amor es impotente”. ¿Cómo tomar este enunciado de Lacan? Primero, debemos considerar que está haciendo referencia al acto del amor y, entre otras cosas, el seminario “Aún”, es la apertura de Lacan a una propuesta de otra forma de entender el amor. Esto se debe, en principio, al hecho de que Freud descubre y describe una nueva forma de amor que llamó transferencia y que implica la posibilidad de dar otro paso distinto; implica la pregunta acerca de cómo ello estaría vinculado, por ejemplo, con la dialéctica del amo y el esclavo. Pero aquí, la critica que Lacan está haciendo es a algunos modos de amor en particular, a saber, el amor cortés y el amor romántico. Cuando dice que el amor es impotente, se refiere entonces a este tipo de amor. Es impotente, dice Lacan, porque intenta velar que entre un hombre y una mujer no hay complementariedad, y también que, a diferencia de lo que piensan algunas tendencias epistemológicas, entre el sujeto y el objeto no hay complementariedad. En otras palabras, que el amor intenta velar que los ideales no se realizan, que los ideales son juntamente eso, ideales; pero también que el deseo, en tanto es agujero, si bien siempre tiende a su realización, es siempre irrealizado.

De hecho, Freud había señalado que una de las grandes fuentes de sufrimiento para el neurótico era la fuerza que tenían los ideales y por eso, luego de 1923, brinda un lugar preponderante al Superyó como heredero del Complejo de Edipo, señalando que, en su severidad, podía llegar a ser tan cruel como solo el Ello podía serlo. Es necesario comprender que si bien vale suponer que el Superyó habla de los ideales de la cultura, no hay que creer demasiado rápido que los ideales de la cultura sean buenos para el sujeto. Por eso el ideal de bienestar, de que todas las personas (conjunto universo) deben, como imperativo, estar bien, puede ser muy riesgoso pues apunta al silenciamiento de lo que, por estructura, no anda. No hay que hacer oídos sordos de los dichos populares, recordemos que el inconsciente está estructurado común (homofonía de “como un”) lenguaje, es decir, estructurado en el lenguaje común. “De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, dicen los que ya no son ciegos ante la trampa de la caridad. Cuando se hacen las cosas con buenas intenciones, se quiere buscar el bien del otro, pero eso no significa que uno tenga claro qué es el bueno para el otro, se trata, más bien, de pedir al otro que se adecue a los ideales de otro que se supone a sí mismo un saber, de lo que sería un buen modo de vivir, pero sin considerar lo singular que hay en él. Esta es una de las razones por las que el trabajo clínico requiere de una ética que no es la de la moral, pues implica reconocer, por principio, que no sabe qué es  lo bueno para el otro. Si se parte de la creencia de saber qué es bueno para el otro, ya no hay más clínica, se habrá entrado en el camino de la evangelización o de cualquier orientación ligada a pensar de que “yo si sé algo”, y, con ello, se ha devenido fatuo e, incluso, cretino. El psicoanálisis parte de otro lugar, es justamente  de que no se sabe qué es bueno para el sujeto, eso lo tendrá que decir uno por uno al develar sus modos de gozar y su posición en relación con el deseo, para, a partir de allí, elegir cómo leer y escribir mejor, cómo hacer entrar la buena letra que venga a permitirle formular de cierto modo nuevo su lógica subjetiva, su topología.

Así pues, esa impotencia del amor, dice Lacan, tiene que ver con que se trata del deseo de ser Uno. Y el amor, en tanto deseo de ser uno, busca velar que no hay complementariedad entre los sexos, que no hay “relación sexual”. Velo irónico que implica, necesariamente, el reencuentro de la falta en el Otro.

John James Gómez G.



¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....