Fragmento del texto: Kant con Sade. Lacan, J. (1963). En: Escritos II, 2a Ed. Siglo XXI. 2008. pp. 746.
"Si la felicidad es agrado sin ruptura del sujeto en su vida, como la define clásicamente la Critica, está claro que se rehúsa a quien no renuncie a la vía del deseo. Esta renunciación puede ser voluntaria, pero al precio de la verdad del hombre, lo cual queda bastante claro por la reprobación en que han caído ante el ideal común los epicúreos, y hasta los estoicos. Su ataraxia destituye su sabiduría. No se les tiene en cuenta para nada que rebajen el deseo; pues no sólo no se considera que la Ley se alce por ello, sino que es por eso, sépase o no, por lo que se la siente derribada."
Comentario:
Cada una de las envestidas del discurso capitalista, con sus ofertas de fatuos objetos que prometen soluciones fáciles y sin que se juegue nada del esfuerzo; desde las televentas hasta las terapias breves, apuntan al velamiento de la verdad del sujeto y a ello presta gran servicio también, no en pocas ocasiones, la medicalización. Silenciar aquello que incomoda, que da cuenta de que, por estructura, hay división y que es ella la que hace posible la hiancia del deseo. El precio pedido para acceder a tales promesas, falsas e imposibles de cumplir, por cierto, no es otro que el de la renuncia a la verdad constituyente del sujeto y del deseo. Apresurarse a hacer sin razonar, sin saber leer y escribir los malestares de la cultura. Hoy todos corren a responder a las demandas de las instituciones con la esperanza de llegar al reconocimiento esperado, sacrificando por ello la dignidad misma. Los ideales de éxito y felicidad como ausencia de falta, cifradas en la búsqueda desesperada de reconocimiento, vela la herida narcisista, y aquellos sujetos que sucumben a tal ilusión, renunciando a la vía del deseo, olvidan que ley y deseo son una continuidad. Así, la ley retorna persecutoria y sus efectos no dejan de ser padecidos como siniestros y cada vez más abundantes. Personas deprimidas pero sin interrogación subjetiva alguna, ataques de pánico, quejas perpetuas de su sensación de esclavitud en la que entregan la vida misma para producir para un Otro que no para de exigir pues entre más se le entrega, más ávido está de recibir; en otros casos, personas que para mantener velada su herida narcisista, sin interrogar nada de su posición en relación con el deseo, van desde el acomodamiento masoquista hasta la violencia con los otros, a los acting out sin saber qué se juega en ellos, a los fallos en sus elecciones cuando realizando actos para hacer daño a otros que resultan perturbadores, terminan padeciendo el retorno de lo mortífero de su propio exceso. Si el psicoanálisis no promete la felicidad, es, precisamente, porque hay algo mejor, sólo que implica un trabajo para el que no siempre se está dispuesto pues elevar el sujeto a su dignidad siempre es perturbador para los ideales. Un trabajo sobre la propia división, reconociendo que no hay completud posible y que eso, por cierto, es la mayor fortuna para cualquier existencia que se digne de haber valido la pena...
John James Gómez G.
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