jueves, 15 de agosto de 2013

Fragmento del texto: El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Lacan, J. (1954-5). En: El Seminario, libro 2. Editorial Paidos, Buenos Aires. 1983. pp. 347-348.

"La teoría freudiana puede parecer, hasta cierto punto, explicarlo todo, incluido lo vinculado con la muerte, dentro del marco de una economía libidinal cerrada, regulada por el principio del placer y el retorno al equilibrio, que supone relaciones de objeto definidas. La coalescencia de la libido con actividades que en apariencia le son contrarias, por ejemplo la agresividad es atribuida a la identificación imaginaria…La significación de Más allá del principio del placer es que esto no alcanza. El masoquismo no es un sadismo invertido, el fenómeno de la agresividad no se explica simplemente en el plano de la identificación imaginaria. Freud nos enseña con el masoquismo primordial que la última palabra de la vida, cuando fue desposeída de su palabra, no puede ser sino la maldición última expresada al final de Edipo en Colona. La vida no quiere curarse. La reacción terapéutica negativa le es sustancial."

Comentario:

La reacción terapéutica negativa es entendida, así, como una condición inherente a la dialéctica pulsión de vida/pulsión de muerte propuesta por Freud, dando razón al resto que él suponía como una “ley”, según vimos en la cita de la carta 133.  El abordaje de ese Más allá del principio del placer viene a articularse para Lacan, a la altura de su Seminario 5: Las Formaciones del Inconsciente, como “la relación fundamental del sujeto con la cadena significante”, siendo así que no se trata más de la idea freudiana de un retorno a lo inanimado, sino de la mortificación misma del sujeto por el significante. Esto implica, al menos desde nuestro punto de vista, una variante clave en la medida en que no se trata más de la tendencia orgánica por volver a un estado anterior, sino por la inercia significante, colocando al sujeto en un estatuto distante y diverso de la anatomía funcional, razón por la cual ese resto ya no sería la manifestación de una condición biológica sino que por el significante mismo deriva en que “es perfectamente a través de la necesidad eterna de repetir el mismo rechazo, que Freud nos muestra el papel último de todo lo que del inconsciente se manifiesta bajo la forma de la reproducción sintomática” (Lacan, clase del 12 de febrero de 1958). ¿Qué es lo que Lacan encuentra entonces como indicativo de esta reacción terapéutica negativa? Pues bien, según lo señala en su clase del 20 de enero de  1960, Seminario sobre “La Ética”, se trata de la manera en que para Freud se manifestaba el encuentro con el das ding, la cosa, sobre lo cual aclara además que no era algo en realidad dilucidado. 

Sea como fuere, la apuesta Lacaniana, no cede en su deseo por tratar precisamente de dilucidar algo al respecto, más aún, apuesta por la sospecha freudiana en torno a la posición del analista y desplaza entonces el problema hacia una solución posible. Por una parte en la medida en que esto conlleva situar como condición central el deseo de analista en la práctica analítica, por otra, porque justamente a partir de ello puede suponer que, a partir de tal posición donde el deseo en juego sea el de analista, indica un horizonte posible a propósito de la restitución del deseo por parte de sujeto y, por lo tanto, de la responsabilidad que en ello lo implica. Siendo así, la concepción acerca de la transferencia develara que ésta se trata, ante todo, de la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente pues “Si Freud opone el principio de realidad al principio del placer es, justamente, en la medida en que la realidad queda allí definida como desexualizada” (Lacan; 1964: 161). La amalgama que, según señala Lacan, los analistas suponían entre repetición y transferencia, requiere así una distinción pues lo la primera tendrá que ver con el hecho de que “La función de la tyche, de lo real como encuentro”… “se presentó primero en la historia del psicoanálisis bajo una forma que ya basta por sí sola para despertar la atención- la del trauma” (Lacan; 1964: 63). 

En este orden de ideas, se hace fundamental reconocer que “en el inconsciente hay una saber que no hay que concebir como un saber que haya de completarse o clausurarse.” (Lacan; 1964: 140). Esta condición estructural de incompletud depara, inexorablemente, la presencia de un resto, como ya lo observaba Freud. No obstante, este resto en Freud aparecía teñido con la marca de un masoquismo moral del Yo y  de un goce sádico ligado al superyó, es decir, daba cuenta de la culpabilidad y sus efectos subjetivos representados, además, en la formación de síntomas. Lacan, por su parte, al apuntar a la articulación del deseo, por un lado deseo en relación con el sujeto y por otro deseo del analista, abre el camino hacia una salida posible ante el impasse que el goce por la culpabilidad supone, que no sería otro que el de ser culpable de haber cedido el deseo. En el caso del primero, el deseo articulado a la lógica del sujeto, la responsabilidad subjetiva implicará un giro en el cual, si bien un resto se juega, el sujeto estará implicado en relación a la pregunta por un saber hacer con eso que resta y que no es clausurable. En el caso del segundo, el deseo de analista, se trata de un cambio radical de concepción de la transferencia y de la manera en que desde dicha función el lugar que se ocupa pueda hacer semblante de un objeto causa de deseo que abra un espacio Otro para que el sujeto del inconsciente pueda articularse a un deseo que no es sin ese resto que implica la aparición de un tropiezo, de un real efecto mismo derivado de la cualidad de que el significante y el lenguaje son a la vez muro contra el goce y aparato del goce.

Por otro lado, el deseo nada tiene que ver con "intenciones", pues de él algo se revela propiamente en sus consecuencias, de las cuales sólo queda hacerse responsable. De lo contrario, como consecuencia adicional, deviene el experimentar lo que Freud llamó sentimiento inconsciente de culpa que se revela en la necesidad de castigo en la que el yo, a veces, tiende a sumergirse. El deseo, pues, nada tiene que ver con la intención, no hay en él buena o mala intención, se trata de algo que siempre sostiene al sujeto en-tensión.


(Fragmento del artículo: Síntoma y Reacción Terapéutica Negativa: Algunas notas acerca del resto freudiano y su perspectiva lacaniana. Próxima aparición en la Revista Borromeo, Universidad Argentina John F. Kennedy. John James Gómez G.). 


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