sábado, 10 de agosto de 2013

Fragmento del texto: El Humor. Freud, S. (1927). En: Obras Completas, vol. XXI. Amorrortu Editores, 1976. pp. 161-162.

"...el humor sería entonces la contribución a lo cómico por parte del superyó. 
En todo lo demás tenemos noticia del superyó como de un amo severo. Se dirá que armoniza mal con este carácter el hecho de que consienta en posibilitar al yo una pequeña ganancia de placer. Es cierto que el placer humorístico nunca alcanza la intensidad del que se obtiene en lo cómico o en el chiste, nunca se desfoga en risa franca; también es verdad que el superyó, cuando produce la actitud humorística no hace sino rechazar la realidad y servir a una ilusión. Pero atribuimos un valioso carácter -sin saber muy bien por qué- a este placer poco intenso, lo sentimos como particularmente emancipador y enaltecedor. En efecto, la broma que constituye el humor no es lo esencial; sólo tiene el valor de una muestra. Lo esencial es el propósito que el humor realiza, ya se afirme en la persona propia o en una ajena. Quiere decir: 'Véanlo: ese es el mundo que parece tan peligroso. ¡Un juego de niños, bueno nada más que para bromear sobre él!.'"

Comentario:

Diría, siguiendo a Freud, en la vía de la función de amo severo del superyó que, cuando la función no es una leve ganancia de placer para el yo sino una búsqueda incesante de poner en trabajo la satisfacción tirana del superyó, incluso el humor se usará tomando al otro, en su ausencia, como objeto del rumor. Así, combinados humor y rumor se satisface un placer mortífero que busca obturar la propia herida narcisista, estructural en las neurosis, intentando destruir con ferocidad la imagen del otro que resulta perturbador.

Luego, si la combinación entre rumor y humor no bastan, el paso al intento de destrucción del otro lleva, en buen número de casos, al retorno de la pulsión como autodestructiva y, en ese sentido, la ira desbocada avanza hacia el tropiezo en un acto con el que, en un intento por desaparecer al otro, se transgrede algo de la ley y ésta retorna como necesidad inconsciente de castigo, tal como Freud lo llamó y, que como indica en el Problema Económico del Masoquismo (1924), da cuenta de que ni siquiera la propia autodestrucción puede lograrse sin satisfacción libidinal.

John James Gómez G. 

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....