miércoles, 6 de noviembre de 2013

Fragmento del texto: Más allá del principio de realidad. Lacan, J. (1936). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 89.

“Pero el psicoanalista, para no desligar la experiencia del lenguaje de la situación implicada por ella, cual es la de interlocutor, se atienen al sencillo hecho de que el lenguaje, antes de significar algo, significa para alguien.”


Comentario:

El hombre leyó la naturaleza y entonces pudo escribir algo que llamamos “realidad”, por más problemática que esta noción resulte ser, siempre fantasmática, es decir, una manera de leer a partir de axiomas que significan para alguien.  No obstante, algunas de las ciencias sociales aún más que las físicas, resisten con fuerza a reconocer el estatuto efectivo del lenguaje y sueñan en las cosas alguna realidad verdadera tal como ella era supuesta por Aristóteles. El encuentro con lo real lleva a la sorpresa de que algo siempre tropieza y que las cosas, por más que se las busque en un lugar, siempre se desplazan pues la metonimia es condición del significante. Es así que los mitos, incluido el del Big Bang, buscan fijar el principio de todas las cosas y con ello la explicación de un todo que, al momento de encontrarse, se pierde. Tal fue la sorpresa cuando ante el hallazgo de una partícula que hubiese estallado produciendo el universo entero, se plantea la pregunta acerca del espacio que ella ocupaba, su velocidad y el tiempo de su existencia. El desliz de una pregunta tan simple derribó el Big Bang como el principio para dejarlo como un acontecimiento más, efecto del choque entre branas que contienen, cada una de ellas, universos y que al chocar reiniciarían ciclos. Lo real escapa pues sale al paso por no estar donde se le busca, cosa que el Yo no puede soportar en su ilusión de omnipotencia.

El horror de que algo hable desde un lugar donde el Yo no es dueño pero que habita sin saber cómo, conlleva un intento de huida, de desconocimiento, que retorna en ocasiones de manera siniestra. Es por ello que el trabajo del análisis consiste precisamente en encontrar una manera de recortar el texto, de leer y, de ser posible, escribir algo nuevo a partir de esa lectura. Trabajo que atañe al analizante siempre y cuando haya otro que sirva de oreja para que el propio discurso retorne a la oreja del analizante sin que tal otro imprima sentido. Brindar sentido sería equivalente a ofrecer el fascinus, ostentar algún saber y, de esta manera, silenciar lo que puede ser leído acerca de la causalidad material allí donde la causa final está perdida. La causa final, primera, es un agujero en el cual el sujeto instala un mito que es una manera de inscribir algo de la ley aunque aún no haya escritura. Lo sabemos por Homero y lo sabemos también por cada chico que aún sin saber escribir no duda en servirse del mito para inscribirse en tanto sujeto allí donde lo real sorprende traumáticamente. Asumir que se trata de una causa perdida, es decir que se trata de la pérdida de un objeto primordial, es la vía que abre la posibilidad del trabajo analítico.

Es por ello que en la experiencia analítica se puede captar cómo el amor es transferencia no analizada, es decir, sin lectura y, en ese sentido, el amor opera por la vía del dogma, reclamando insistentemente alguna señal que haga función de prueba, un signo de amor, la prueba de amor. Si el amor se analiza por fuera del dispositivo analítico, es decir, donde el otro responde a la demanda de amor, tenemos una cierta locura en el sentido en que alguno cree que puede saber algo sobre el otro y, entonces, deviene un sacerdote, un moralista, alguien que cree que sabe cómo orientar al otro en su desconocimiento, siendo aquí el “su” común a los dos en juego. Por otra parte, la lectura de la transferencia en el dispositivo analítico, es el medio que permite escribir algo a partir del agujero. El sujeto puede construir su manera de leer en el amor, es decir, en aquello que demanda, no en aquello que el otro le demanda en la vida cotidiana cuestión que, como ya mencionamos, deriva en un moralismo que podríamos llamar, también, psicológico.

John James Gómez G.


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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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