Fragmento del texto: Más allá del principio de realidad.
Lacan, J. (1936). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 89.
“Pero el psicoanalista, para no desligar la experiencia del
lenguaje de la situación implicada por ella, cual es la de interlocutor, se
atienen al sencillo hecho de que el lenguaje, antes de significar algo,
significa para alguien.”
Comentario:
El hombre leyó la naturaleza y entonces pudo escribir algo
que llamamos “realidad”, por más problemática que esta noción resulte ser, siempre fantasmática, es decir, una manera de leer a partir de axiomas que
significan para alguien. No obstante,
algunas de las ciencias sociales aún más que las físicas, resisten con fuerza a reconocer el estatuto
efectivo del lenguaje y sueñan en las cosas alguna realidad verdadera tal como
ella era supuesta por Aristóteles. El encuentro con lo real lleva a la sorpresa
de que algo siempre tropieza y que las cosas, por más que se las busque en un
lugar, siempre se desplazan pues la metonimia es condición del significante. Es
así que los mitos, incluido el del Big Bang, buscan fijar el principio de todas
las cosas y con ello la explicación de un todo que, al momento de encontrarse,
se pierde. Tal fue la sorpresa cuando ante el hallazgo de una partícula que
hubiese estallado produciendo el universo entero, se plantea la pregunta acerca
del espacio que ella ocupaba, su velocidad y el tiempo de su existencia. El
desliz de una pregunta tan simple derribó el Big Bang como el principio para
dejarlo como un acontecimiento más, efecto del choque entre branas que
contienen, cada una de ellas, universos y que al chocar reiniciarían ciclos. Lo real escapa pues sale al paso por no estar donde se le busca, cosa que el Yo no
puede soportar en su ilusión de omnipotencia.
El horror de que algo hable desde un lugar donde el Yo no es
dueño pero que habita sin saber cómo, conlleva un intento de huida, de
desconocimiento, que retorna en ocasiones de manera siniestra. Es por ello que
el trabajo del análisis consiste precisamente en encontrar una manera de
recortar el texto, de leer y, de ser posible, escribir algo nuevo a partir de
esa lectura. Trabajo que atañe al analizante siempre y cuando haya otro que
sirva de oreja para que el propio discurso retorne a la oreja del analizante
sin que tal otro imprima sentido. Brindar sentido sería equivalente a ofrecer
el fascinus, ostentar algún saber y, de esta manera, silenciar lo que puede ser
leído acerca de la causalidad material allí donde la causa final está perdida.
La causa final, primera, es un agujero en el cual el sujeto instala un mito que
es una manera de inscribir algo de la ley aunque aún no haya escritura. Lo
sabemos por Homero y lo sabemos también por cada chico que aún sin saber
escribir no duda en servirse del mito para inscribirse en tanto sujeto allí
donde lo real sorprende traumáticamente. Asumir que se trata de una causa
perdida, es decir que se trata de la pérdida de un objeto primordial, es la vía
que abre la posibilidad del trabajo analítico.
Es por ello que en la experiencia analítica se puede captar
cómo el amor es transferencia no analizada, es decir, sin lectura y, en ese
sentido, el amor opera por la vía del dogma, reclamando insistentemente alguna
señal que haga función de prueba, un signo de amor, la prueba de amor. Si el
amor se analiza por fuera del dispositivo analítico, es decir, donde el otro
responde a la demanda de amor, tenemos una cierta locura en el sentido en que
alguno cree que puede saber algo sobre el otro y, entonces, deviene un
sacerdote, un moralista, alguien que cree que sabe cómo orientar al otro en su
desconocimiento, siendo aquí el “su” común a los dos en juego. Por otra parte,
la lectura de la transferencia en el dispositivo analítico, es el medio que
permite escribir algo a partir del agujero. El sujeto puede construir su manera
de leer en el amor, es decir, en aquello que demanda, no en aquello que el otro
le demanda en la vida cotidiana cuestión que, como ya mencionamos, deriva en un
moralismo que podríamos llamar, también, psicológico.
John James Gómez G.
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