Fragmento del texto: El Problema Económico del Masoquismo.
Freud, S. (1924). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores. 1979. pp.
172.
“Hemos atribuido al superyó la función de la conciencia
moral, y reconocido en el sentimiento de culpa la expresión de una tensión
entre el yo y el superyó." El yo reacciona con sentimientos de culpa
(angustia de la conciencia moral)" ante la percepción de que no está a
la altura de los reclamos que le dirige su ideal, su superyó.”
Comentario:
Que el ser humano, cada uno, es más moral de lo que cree y más inmoral de lo que sabe, es
algo que rápidamente se evidencia a los ojos de cualquiera que se comprometa con el saber que puede construir en un análisis. Lejos está de coincidir con los
ideales propios de la moral sexual cultural, manifiestos además en la forma en
que la culpabilidad es padecida de manera reiterativa al no ser posible coincidir con
ellos. El padecimiento por excelencia se revela en los efectos de dicha
culpabilidad, derivada de la tiranía del superyó y de los imperativos que de él
devienen solicitando al Yo que retroceda ante el deseo y desaloje de sí
cualquier modo de su presencia.
El deseo no es moral y, de manera, estricta, tampoco es
inmoral. Para que algo sea moral o inmoral, debe estar delimitado por los
imperativos expresados en el “deber ser” que cada cultura intenta imponer. Un "deber ser" ligado a imágenes del bien y del mal, como también al empuje del “tú
debes velar la falta estructural”. Cada época ha presentado sus modos. No cabe
duda que el “TODO debe ser" “éxito”, “rapidez”, “riqueza”, “fama”, “belleza” y
“felicidad plena”, es la marca de algunos de los imperativos que más pesan en
la época actual culpabilizando así al Yo, convocándolo al velamiento de la
castración y a la huida de la responsabilidad acerca del deseo que lo
constituye marcado siempre por un No-Todo imposible de colmar, pues el objeto
que allí falta es no especularizable, es decir, no es susceptible de ser
identificado con la imagen de ningún objeto, es agujero y cualquier objeto imaginario
que allí se ubique no deja de ser un sustituto impreciso.
Así, en su afán por responder a los imperativos del superyó,
el Yo no cesa de intentar poner objetos ni de entregarse a sí mismo como un
objeto con el que se espera colmar la falta estructural. Tarea imposible en la
que se busca silenciar al sujeto y, con él, al deseo y al saber sobre los modos
de gozar.
Ser bueno para el Otro que reclama entregarse como objeto,
es el ideal que no para de insistir. El sujeto y cualquier saber que de él pueda
devenir, queda velado por objetos imaginarios en la medida en que estos ocultan
la falta mientras el Yo vive atemorizado de ser descubierto en su farsa,
incluso pagando el precio de entregarse a sí mismo como parte del pago. Corre
de un lado para otro respondiendo al Otro como si tuviera todas las respuestas
y flagelándose, pues siente que si en algún momento no logra responder, no merecerá ser amado por el Otro. No se trata solamente
de que el Otro se lo recrimine por la boca de algún otro (un jefe, un profesor, un
amigo, la pareja, los hijos, etc.), sino
que el Otro lo habita a sí mismo y habla recriminando, también, ferozmente; más
feroz que cualquiera otra de las voces que puedan proceder de las bocas de los
otros.
Así, la culpabilidad, consciente o inconsciente no deja de
acosar al Yo. Ella se manifiesta en un amplio espectro, desde ideas que acosan
persistentemente hasta de manera silenciosamente estrepitosa, no hablando sino
por el cuerpo que enferma por no soportar más. Enfermos de bornout deambulan
por las calles como zombies de una película "yankee" escasa de argumento y de presupuesto. Enfermedades psicosomáticas intentan, fallidamente, hacer parar
al cuerpo que el Yo entrega como objeto consumido para sostener la ilusión de completitud. Sin embargo los imperativos
no paran de empujar y cada uno sigue obligándose a responder sin saber muy bien
por qué. Casi nadie sabe qué decir al respecto, salvo: “debo responder a los
imperativos porque si soy descubierto como sujeto de la falta, entonces perderé
el reconocimiento del Otro”. Es tal la locura que se prefiere morir habiéndose entregado como "res
al matadero" que asumir la responsabilidad que implica hacer frente a la culpa
abriendo lugar a la pregunta por el deseo, es decir, por saber cómo es posible
soportar la falta y no sentir terror ante ella pues, de cualquier manera, el
Otro nunca estará satisfecho ya que él mismo demanda sin cesar por estar hecho de la
misma falta. El Otro ideal, al igual que los ideales asumidos por el Yo, son intentos
desesperados por suponer un buen origen y un buen fin, una eugénesis que es
falacia culpabilizante. No hay garantía en él pero el Yo se esfuerza en hacer
lo innecesario para dar al Otro la apariencia de que la garantía está ahí, en
alguna parte.
El Yo no entiende que ante el afán por no entregar “la bolsa”, que no es más que aquella que fantasea pues no es poseída por él, está
dispuesto a entregar la vida. La bolsa o la vida. Si entrega la bolsa podrá
vivir una vida, cómo todas, cercenada de la bolsa, es decir, con la falta que
por definición ya le es constituyente. Si resiste a entregar la bolsa
(reconocimiento narcisista, por ejemplo), pierde en ese mismo acto la vida. Es
posible entregar la bolsa sin perder la vida pero, no estar dispuesto a asumir
la falta, en otras palabras, a entregar la bolsa, es equivalente a perder la vida.
John James Gómez G.
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