martes, 12 de noviembre de 2013

Fragmento del texto: Fetichismo. Freud, S. (1927). En: Obras Completas, vol. XXI. Amorrortu Editores. 1979. pp. 147.

“El caso más asombroso pareció el de un joven que había elevado a la condición fetichista cierto «brillo en la nariz». Se obtuvo un esclarecimiento sorprendente al averiguar que el paciente había sido criado en Inglaterra pero luego se estableció en Alemania, donde olvidó casi por completo su lengua materna. Ese fetiche, que provenía de su primera infancia, no debía leerse en alemán, sino en inglés: el «brillo {Glanz} en la nariz» era en verdad una «mirada en la nariz» {«glance», «mirada»); en consecuencia, el fetiche era la nariz, a la que por lo demás él prestaba a voluntad esa particular luz brillante que otros no podían percibir.”


Comentario:

El fetiche aparece como el rasgo atractivo del objeto en aparente oposición al rasgo fóbico que cumple la función repulsiva. La apariencia de oposición está dada por el hecho mismo de sus funciones aunque, claramente, son dos caras de la misma moneda y, por ello, ambos tienen que ver con el deseo y con el goce. El yo vive fascinado tanto con lo que lo repulsa como con aquello que lo atrae y, en su fascinación, solo trata de buscarlo o de defenderse de ello como respuesta al movimiento pulsional. Lo que Freud llamó neurosis tiene como padecimiento la vacilación entre la búsqueda y el rechazo, ambas condiciones propias del lazo que el sujeto hace con las apariciones imaginarizadas de un objeto que, Lacan, denominó, objeto a. Éste sería entonces el punto en el que el objeto, como falta, como deseo, indica en el mundo de las imágenes apariciones que atraen siempre, aunque sólo atraigan a condición de huir de ellas o bien de servirse de ellas para gozar.

El fetiche, pues, no es un asunto accesorio sino estructural. No es algo de lo que se pueda prescindir, aunque los "buenos moralistas" prefieran denigrarlo por parecer inmoral. Estructural es también la fobia y por ello, rasgo fetiche y rasgo fóbico son constitutivos del sujeto. Cosa que el Yo no sabe cómo desenmarañar pues no tiene idea de cómo leer y escribir aquello que está inscrito en él en tanto sujeto del inconsciente. El análisis sería el acto en el que se abre la puerta a una lectura tal.

Podría pensarse que, por tener que ver con objetos que aparecen como imágenes en el mundo, el fetiche y el objeto fobígeno habrían sido marcados a partir de algo visto, en el sentido de lo que se capta  por los ojos. Sin embargo, sabemos por Freud y por Lacan, que toda imagen toma estatuto para el sujeto, sí y sólo sí, ella se encuentra sostenida en la identificación por vía del significante. Es decir que no se trata de la percepción y la fascinación que produce lo visto con los ojos, sino de la captación del significante con el que se fija la mirada a una imagen que, a partir de ese momento, toma función de objeto que atrae o repulsa al Yo por la manera en que el sujeto, en tanto lo que representa a un significante para otro significante, hace lazo con los objetos.

El ejemplo brindado por Freud al respecto no podría ser más preciso. El brillo en la nariz al cual se refiere no es un asunto de fascinación visual, aunque sea ésta la forma en que el fenómeno se manifiesta. Freud nos aclara que el fetiche debe leerse. Agrega un interés particular que la lectura pueda hacerse sirviéndose además del hecho de que, el texto inconsciente, se cifra a partir de los significantes con los que cuenta y, como tal, no habla de un idioma en particular, sino, una lalengua (neologismo de Lacan) que indicaría aquella que es inédita en cada uno por haberse cifrado sin orientarse por los límites del idioma y del significado, sino del equívoco que se puede producir en lo que hace articular un significante con otro, dando cuenta de la posición del sujeto. “Glanz” y “glance”, son homófonos que en idiomas distintos hacen aparecer algo de la lalengua del sujeto. Brillo y mirada son al mismo tiempo uno y dos (S1-S2). En el equívoco, Freud puede leer el fetiche como la mirada que es tomada por el brillo y que da cuenta de cómo el sujeto se sitúa en la división entre dos significantes que hacen cadena, que se atraen y que lo inscriben en una posición, a saber, la de la mirada atraída por el brillo y también el brillo atraído por la mirada, pues para el joven “el fetiche era la nariz, a la que por lo demás él prestaba a voluntad esa particular luz brillante que otros no podían percibir”.


John James Gómez G.


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