Fragmento
del texto: Una Dificultad del Psicoanálisis. Freud, S. (1917). En: Obras
Completas, vol. XVII. Amorrortu Editores. 1979. pp. 133.
“El
Yo se siente incómodo, tropieza con límites a su poder en su propia casa, el
alma. De pronto afloran pensamientos que no se sabe de dónde vienen; tampoco se
puede hacer nada para expulsarlos. Y estos huéspedes extraños hasta parecen más
poderosos que los sometidos al Yo; resisten todos los acreditados recursos de
la voluntad, permanecen interpérritos ante la refutación lógica, indiferentes
al mentís de la realidad. O sobrevienen impulsos como si fueran de alguien
ajeno, de suerte que el Yo los desmiente, pese a lo cual no puede menos que
temerlos y adoptar medidas preventivas contra ellos. El Yo se dice que eso es
una enfermedad, una invasión ajena, y redobla su vigilancia; pero no puede
comprender por qué se siente paralizado de una manera tan rara.”
Comentario:
Tal
vez uno de los golpes más duros a la vanidad humana, además del asestado con la
teoría heliocéntrica, en la antigüedad clásica (S. III a. C.) por Aristarco de Samos y luego
reiterado por Copérnico y Galileo en los albores de las luces (S. XV-XVI), con
la cual el ser humano, habitante supuestamente privilegiado del planeta tierra,
dejaba de ser el centro del sistema solar y del universo, fue el dado por Freud
con su descubrimiento de lo inconsciente.
Y
es que si no se era el centro del universo, al menos quedaba la esperanza dulce
para la vanidad de que el Yo fuese dueño de su casa y que tuviera el completo
dominio de sí. La filosofía no reconocía otro ámbito para el ser humano que el
de la razón consciente, a pesar que los grandes dramaturgos antiguos y los
modernos, testimoniaban en sus obras los avatares a los que se veía enfrentada
el alma. Sin embargo, el temor mismo de la humanidad, particularmente la
occidental, de aceptar tal herida narcisista, llevó al positivismo, en el que
nació la ciencia y que fuese el heredero del dogma religioso con añoranzas de
garantía, a excluir al sujeto, y con él a todo aquello que le resultase
perturbador. Nada más parecido a la neurosis obsesiva que las prácticas
oscurantistas de los rituales religiosos del cristianismo y el catolicismo, y que
el método científico del positivismo lógico.
El
Yo no es dueño en su propia casa, no tiene el total dominio de sí. Es un extranjero
de sí mismo que desconoce las fuerzas de la voluntad que lo funda: la fuerza pulsional. Él se esfuerza por desalojar cada una de las irrupciones de
eso extraño que le habla de su impotencia, así como de otra razón que no es la
de la consciencia pero que no por ello es menos sensata y sostenible a pesar de ser de mayor complejidad. La lucha por mantener
impávido no es más que una mascarada ante el miedo profundo que lo aqueja por
sentir que hay Otro escenario diferente al del confort consciente y al de la
ilusión del principio del placer.
Así,
el Yo supone que eso Otro que lo habita y lo sorprende, a pesar de sus esfuerzos
de control, es una enfermedad; algo anómalo que debería ser erradicado y
entonces hace todo lo necesario para desalojar y desconocer, siempre temeroso
del retorno inesperado de la voluntad pulsional, dando cuenta con ello de su
constitución paranoica. A pesar de sus esfuerzos, Ello retorna.
Para el Yo nada resulta más común y en apariencia sencillo que
"hacerse el loco". Es lo infantil propio de la neurosis. Como el niño
que espera que un juguete roto se arregle mágicamente y va a revisar una y otra
vez, encontrándose con la desilusión de que, a pesar de su espera, sigue roto.
Es así que, en su función de desconocimiento, "haciéndose el loco",
el Yo supone que a pesar de no advenir a la responsabilidad de asumir el deseo no reconocido, podrá evitar la repetición. Pero
como el niño del juguete, el neurótico se encuentra una y otra vez con la
desilusión, cuando no con el padecimiento. Así puede vivir como el
"alma bella”: "Esto nunca me había pasado", "Yo no
sabía", "No me lo esperaba" o, en el caso más elemental de la
constitución paranoica del Yo en el neurótico: "Es que yo no sé por qué
parece que todo el mundo quisiera hacerme X o Y..." En ese sentido,
la locura del neurótico es más absurda y menos eficiente que la que pueda
presentarse en cualquier psicosis.
A
pesar de los esfuerzos del Yo, lo que se constata una y otra vez es que no hay
otra voluntad que la de la pulsión. De allí que el Yo en su esfuerzo por
controlarlo todo se vea expuesto al padecimiento, cuando no logra advenir como
sujeto a la responsabilidad que conlleva el hecho de que hay otra razón y
que ella es inconsciente.
John
James Gómez G.