miércoles, 30 de abril de 2014

Fragmento del texto: “Las resistencias contra el psicoanálisis.” Freud, S. (1925). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores. pp. 229 (Primera parte del comentario)

“Pero esta orientación de las investigaciones (la psicoanalítica) no coincidía con las ideas dominantes en la generación contemporánea de médicos. Estos habían sido educados en el respeto exclusivo por los factores anatómicos, físicos y químicos. No estaban preparados para la apreciación de lo psíquico, y por eso le mostraron indiferencia y antipatía. Dudaban, era evidente, de que las cosas psíquicas admitiesen un tratamiento exacto y científico. En una reacción desmedida frente a una fase ya superada, en que la medicina estuvo dominada por las opiniones de la llamada filosofía de la naturaleza, abstracciones como aquellas con que la psicología se veía obligada a trabajar les parecieron nebulosas, fantásticas, místicas; y simplemente denegaron creencia a los asombrosos fenómenos que la investigación habría podido tomar como punto de partida. Juzgaron a los síntomas de las neurosis histéricas como resultado de la simulación, y a los fenómenos del hipnotismo, como un fraude. Ni siquiera los psiquiatras, cuya observación era asediada por los fenómenos anímicos más insólitos y sorprendentes, exhibieron inclinación alguna por atender a ellos en detalle o pesquisar sus nexos. Se contentaron con clasificar toda la gama de fenómenos patológicos y, siempre que se pudiera, reconducirlos a causas perturbadoras de orden somático, anatómico o químico. En ese período materialista —o, mejor, mecanicista—, la medicina hizo grandiosos progresos, pero también exhibió un miope desconocimiento de lo supremo y más difícil entre los problemas de la vida.”

Comentario:

En buena medida, las resistencias contra el psicoanálisis, expresan un rechazo fundamental, no de una teoría sino, más precisamente, de las implicaciones que conlleva hacerse la pregunta acerca de la continuidad entre lo psíquico y lo somático expresada en la angustia y en la fuerza pulsional. Evidentemente, dos caminos resultan menos difíciles de soportar para el Yo en particular y para la moral cultural en general. Uno de ellos es la pretensión de lo humano como una cuestión meramente mecánica e informática, tendencia imperante en las visiones exclusivamente anatomo-funcionales. El otro camino, en apariencia diametralmente opuesto pero que presta su servicio a los mismos fines del rechazo del saber sobre la continuidad entre lo psíquico y lo somático, es el de la creencia en que el alma sería un contenido independiente del receptáculo llamado cuerpo que, en el momento de la muerte del mecanismo biológico, continuaría su existencia purificada de toda inmundicia humana. No es otra la dualidad manifiesta en la división cartesiana y sus efectos no dejan de sentirse con suma intensidad hasta hoy. Lo que allí se excluye es, justamente, el sujeto.

Es sorprendente incluso cómo en el campo de la psicología, tal oposición se sostiene con una vehemencia notable. La reducción del lo humano al procesamiento mecánico-funcional de información y la idea de la mente como un efecto de tal procesamiento, dejan al descubierto la dificultad para plantear la cuestión de lo psíquico y lo somático a partir de una relación que no sea la de continente/contenido o, en todo caso, de separación. Así, el lenguaje queda reducido también a un mero proceso, con lo cual se desconoce la singularidad de sus efectos a pesar que, no en pocas ocasiones, retornen de manera estrepitosa cuestionando toda certeza acerca del ser humano como “computadora” biológica.  Dichas irrupciones que intentan ser silenciadas en algunos casos con medicación, en otras con la aplicación de la fuerza física o con la sugestión que intenta obligar a la adaptación a los ideales, no dejan de insistir cuestionando la ilusión del “hombre máquina”; ilusión que en una época donde el trabajo impera con fines de producción en serie, excluyen la dignidad del sujeto, merced  de un Yo servil que, en busca del reconocimiento, está dispuesto a entregarse sin reflexionar nada acerca de su-posición.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....