Fragmento del texto: “Histeria”. Freud, S. (1888). En: Obras
Completas, vol. I. Amorrortu Editores. 1979. pp. 45. (Primera parte del
comentario).
“El nombre de «histeria» proviene de los primeros tiempos de
la medicina y expresa el prejuicio, sólo superado en nuestra época, de que esta
neurosis va unida a unas afecciones del aparato genésico femenino. En la Edad
Media desempeñó un significativo papel histérico-cultural; a consecuencia de
un contagio psíquico se presentó como epidemia, y constituye el fundamento
real de la historia de las posesiones por el demonio y la brujería. Documentos
de esa época atestiguan que su sintomatología no ha experimentado alteración
alguna hasta el día de hoy. Su apreciación y su mejor inteligencia sólo se
inician con los trabajos de Charcot y de la escuela de la Salpêtriére, por él
inspirada. Hasta entonces, la histeria era la betê noire de la medicina; las
pobres histéricas, que en siglos anteriores, como posesas, habían sido quemadas
en la hoguera o exorcizadas, en la moderna época ilustrada ya no recibieron más
que el anatema del ridículo; sus estados se consideraban mera simulación y
exageraciones, y por consiguiente indignos de la observación clínica.”
Comentario:
Mientras se habla del fin de la histeria y, con ella, de la
conversión, anunciando así un supuesto anacronismo del descubrimiento
freudiano, se pierde de vista que la conversión, antes que desaparecer, ha
encontrado nuevos modos de expresarse merced del equívoco que el significante
posibilita. Hoy, más que nunca, la conversión abunda por doquier. Desde los
cuerpos convertidos por las manos de los cirujanos que sirven a los fines de las
investiduras y la satisfacción pulsional ganada a través de diversas zonas
histerógenas con las cuales se intenta ser el falo, con los implantes de senos,
de bíceps, de gluteos, o cualquiera otra de sus "formas"; pasando por
las conversiones políticas en las que se salta de un partido a otro como
"solución de compromiso" para los fines del narcisismo; hasta las
conversiones religiosas con las que, quienes se sienten aquejados por no saber
cómo responder ante la fuerza pulsional, intentan regular el exceso de sus
modos de deseo y de goce. La conversión es el significante que retorna en una
época en la que, por suponérsele anacrónico, irrumpe con mayor potencia dando
cuenta de la bella indiferencia y de esa invariante topológica, propia de la
histeria, que es el deseo insatisfecho.
Ahora bien, es menester indicar que, desde tiempos remotos,
las mujeres han interrogado el lugar del Amo. Los estudios de Pascal Quignar,
tal como los presenta en su libro “El sexo y el espanto”, dan cuenta de ello,
particularmente como demostración de la manera en que, por el cristianismo, la
moral antigua romana ha subsistido hasta nuestros días. En dicha moral, como en
algunas otras variantes morales de occidente, las mujeres, y algunos hombres,
han sido fuente de temor para quienes han intentado sostener la ilusión de que
serían poseedores del fascinus (falo, phallus) y, con él, de la potencia plena.
El temor se basaba en el hecho mismo de que allí donde alguien intentaba
mostrar la potencia de ese fascinus, la interrogación femenina aparecía para
indicar que dicha potencia estaba limitada y que, por tanto, no había punto de
encuentro con alguna completitud. Así se revela la falta, la castración de
ese fatuo que se tomaba, ingenuamente, a sí mismo por un Amo.
Basta mirar con atención algunos mitos para percatarse del
modo en que las mujeres o, dicho de mejor manera, las histéricas (sean hombres
o mujeres) aparecen revelando la castración del Amo. Uno de los ejemplos
posibles es la presencia de Lilith, primera mujer hecha de barro, que habría
sido expulsada del paraíso por haber cuestionado la autoridad de Dios y que
retornó como serpiente para invitar a Eva a seducir a Adán y que así, de igual
manera, ellos interrogarán la potencia de Dios que los habría engañado dejando
a la vista (in-vidia) el árbol del conocimiento del que, además, les prohibió
comer su fruto.
John James Gómez G.
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