viernes, 11 de abril de 2014

Fragmento del texto:  “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto.” Freud, S. (1925). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 130.

“Nadie puede practicar la interpretación de sueños como actividad aislada; ella es siempre una pieza del trabajo analítico.”

Comentario:

¿Qué autoriza a interpretar? ¿Desde qué lugar se produce una interpretación? ¿Qué relación puede establecerse entre la interpretación  y la ética, cuando del psicoanálisis se trata? Estas preguntas indican el punto en el que se juega la posición a la que se aboca quien ofrece su oreja a la escucha del padecimiento subjetivo. Y digo “ofrece su oreja” porque, como se sabe desde Freud, la clínica psicoanalítica es una clínica de la escucha y no de la mirada. Esta diferencia no es algo menor. La mirada ha sido desde el comienzo del oficio médico el modo de detección de lo que no anda en el organismo. Si bien es cierto que para orientarse, el médico requiere del decir de su paciente, su valor no radica en el estatuto significante de su decir, sino, en tanto guía para, finalmente, ubicar el signo, es decir, lo que puede ser observado. Para el psicoanálisis, en cambio, el valor del decir es fundamental por el hecho mismo de que allí donde se habla, no se sabe lo que se dice y es tarea del analizante articular, a partir la presencia de la oreja del analista, incluso en ausencia de la imagen del cuerpo que la soporta, interrogar la creencia de que sabe con seguridad lo que significan las palabras que salen por su boca y las implicaciones que tiene sobre su propia ex-sistencia.

Ahora bien, la interpretación dista mucho, como suele pensarse de la habilidad de alguien para traducir el “significado” de un texto, en el caso del psicoanálisis, del texto inconsciente. De hecho, la interpretación se funda es por cuanto el decir del analizante aparece como retorno de lo reprimido desde la boca del analista, por tanto, lo que sale por la boca de aquel que cumple esa función, no tiene otro fin que causar la interrogación sobre la certeza de que se sabe algo, en otras palabras, de introducir el sin sentido y no el sentido, ni el significado. Es por ello que la ética del psicoanálisis y la interpretación guardan una relación fundamental. Si la ética del psicoanálisis es la del bien decir, es, precisamente, porque quien ha recorrido la experiencia analítica puede reconocer el valor significante de su decir y la impotencia del discurso para decir la verdad completamente, pero también, que nada lo autoriza a interpretar salvo el hecho de que alguien haya demandado ser escuchado analíticamente y ello implica haber ingresado en la transferencia.

En tal sentido, alguien que se crea analista y se autorice por ello a andar por doquier, jactándose de poder interpretar, de manera silvestre, los actos de las personas con las que se cruza en su vida cotidiana, ha olvidado que la clínica que dice practicar no es la de la mirada sino la de la escucha, y que la interpretación como ética del bien decir no se produce por el hecho de que alguien, creyéndose analista, hable como si supiera algo del otro, sino por el reconocimiento de que cuando habla desconoce incluso el saber por el que él mismo es habitado.


John J. Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....