miércoles, 12 de marzo de 2014

Fragmento del texto: “Sobre los recuerdos encubridores.” Freud, S. (1899). En: Obras Completas, vol. III. Amorrortu Editores. 1979. pp. 314. (Segunda parte del comentario).

“Toda vez que dentro de un recuerdo la persona propia aparece así como un objeto entre otros objetos, es lícito aducir esta contraposición entre el yo actuante y el yo recordador como una prueba de que la impresión originaria ha experimentado una refundición. Todo parece como si aquí una huella mnémica de la infancia hubiera sido retraducida a lo plástico y lo visual en una época posterior (la del despertar [del recuerdo]). Y ello siendo que nunca ha llegado a nuestra conciencia nada de una reproducción de la impresión originaria.”


Comentario:

Según Freud, en el recuerdo, el propio Yo es objeto. Más adelante, hacia 1914 en su texto “Introducción del Narcisismo”, reconocerá que, a diferencia de sus conjeturas iniciales, el Yo se sostiene como la ilusión de una reunión posible de las pulsiones parciales y, como tal, su formación no es sin investidura libidinal. Esto lo lleva a abandonar la oposición que hasta ese momento había sostenido entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales, siendo las segundas aquellas que contaban con contenido libidinal, mientras las primeras apuntaban a la autoconservación. En el momento en que el Yo se revela constituido como un objeto investido libidinalmente, ambos modos pulsionales serán agrupados en el mismo conjunto, conformando las que, a partir de 1920, denominó “pulsiones de vida”, en oposición a las pulsiones de muerte.

El yo se sostiene así, como imagen que brinda a las pulsiones una satisfacción libidinal que Freud denominó “narcisista”. Sin embargo, ese narcisismo cuenta con una herida estructural, a saber, que a pesar de su ilusión de unidad, el cuerpo no es más que trozos, fragmentos y agujeros pulsionales fijados a unas huellas originarias, ya perdidas, de las cuales se intenta recuperar una satisfacción imposible de reencontrar. La pulsión es no sin objeto, es decir, se ha fijado a un objeto pero ese objeto no es otro que el objeto perdido de la satisfacción original, aquel que Lacan llamó objeto a. Ese punto crucial va a cambiar toda concepción del Yo previa al psicoanálisis, pues así, el Yo deviene fundamentalmente inconsciente perdiendo de esa manera el enaltecido lugar que siempre se le había atribuido como centro de la razón consciente.

Esa constitución inconsciente del Yo, lo revela entonces sostenido, necesariamente, sobre una fantasía, aquella que lo ubica en relación a la manera en cómo él se presenta a modo de proyección imaginaria del sujeto del inconsciente y, en ese sentido, se encuentra ligado a la función del desconocimiento. Ya no se trata solamente del inconsciente como reprimido sino, sobretodo, del inconsciente no reconocido. Por tanto todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es, por serlo, reprimido. Descubrimiento que sorprendió a Freud en el período denominado “Metapsicología”, y lo obligó a una reelaboración de los principios fundamentales de la teoría hasta declarar que la fantasía se sostiene sobre la ligadura entre erotismo y culpabilidad causando así una satisfacción paradójica, mortífera. Se hizo le hizo necesaria también la construcción de una segunda tópica en 1923 para dar al inconsciente un estatuto estructural que lo separó de su primera concepción de un inconsciente en el sentido descriptivo. 

Sin embargo, a pesar del incansable trabajo de Freud, las implicaciones de su descubrimiento, especialmente aquellas sobre la clínica psicoanalítica a la luz de un inconsciente estructural no-todo reprimido, no fueron tomadas en con la rigurosidad que requería la lógica de sus consecuencias hasta que Lacan anticipa este punto con su articulación lógica del “estadio del espejo”, construcción que anticipa lo que luego derivó en su “retorno a Freud”. 

A partir de allí, se hizo evidente que toda clínica que aspire a informar al Yo de cual sería la realidad verdadera, no puede ser más que ingenuidad basada en la ilusión del propio Yo de ser amo en su casa, desconociendo que toda satisfacción que lo ocupa es inconsciente en el sentido de lo no reconocido. La verdad es no toda y la realidad tiene estructura de ficción que permite al Yo sostenerse como proyección imaginaria de un sujeto que él mismo desconoce. Sobre ello se edifica una fantasía que no puede ser otra cosa que la interrogación acerca de cuáles serían los buenos modos de gozar y de desear. Es eso lo que está en la estructura misma de la pregunta por la cual alguien demanda ser escuchado por un psicoanalista, sin que el Yo pueda reconocer, de antemano, que no existe tal cosa como "el buen modo". (John J. Gómez G.)


John James Gómez G.

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