Fragmento del texto: “Acciones obsesivas y prácticas
religiosas.” Freud, S. (1907). En: Obras
Completas, vol. IX. Amorrortu Editores. Buenos Aires. pp. 103.
“Fácilmente se advierte dónde se sitúa la semejanza entre el
ceremonial neurótico y las acciones sagradas del rito religioso: en la angustia
de la conciencia moral a raíz de omisiones, en el pleno aislamiento respecto de
todo otro obrar (prohibición de ser perturbado), así como en la escrupulosidad
con que se ejecutan los detalles. Igualmente notables, empero, son las
diferencias, tan flagrantes algunas que vuelven sacrílega la comparación misma:
la mayor diversidad individual de las acciones ceremoniales [neuróticas] por
oposición a la estereotipia del rito (rezo, prosternación, etc.), el carácter
privado de aquellas por oposición al público y comunitario de las prácticas
religiosas, pero, sobre todo, esta diferencia: los pequeños agregados del
ceremonial religioso se entienden plenos de sentido y simbólicamente, mientras
que los del neurótico aparecen necios y carentes de sentido.”
Comentario:
La neurosis se funda en la creencia en algunos significantes que se sostienen el nudo entre los Nombres del Padre (Real, Simbólico, Imaginario). De hecho, la falla estructural de la creencia toma su nombre
propio cuando, a través de los fenómenos delirantes, aquel llamado psicótico
intenta subsanar, suplir, compensar esa falla. Se comprende que Lacan haya
elegido la expresión “Nombres del Padre” como modo de nominación de lo que hace
función de soporte para una estructura que se configura a partir del agujero, es decir, sobre la castración, si se quiere poner en términos freudianos. Sin embargo, con esta
última expresión (castración) no se alcanzan a vislumbrar las implicaciones lógicas que
conlleva el hecho de que la estructura ex–sista, justamente, porque hay agujero.
Ese agujero que en tanto “recta infinita” se cierra sobre sí
misma, funda lo que Freud llamó “pulsión”. No hay modo alguno de que eso se
complete y esa imposibilidad estructural se manifiesta en la experiencia del
sujeto con el afecto denominado “angustia”. La pulsión está pues fijada a un objeto
que no es ningún objeto de la experiencia sensible y del cual sólo se tiene
noticia por esa repetición que busca su reencuentro y esa angustia que hace
señal de su ausencia.
El rito, en general, intenta proveer un marco a la creencia
con el cual se perpetúen sus efectos. Es así no sólo para los ritos religiosos en el sentido moderno, sino para las culturas antiguas. Con ellos algo se intenta mantener en el lugar que se espera
sostener la ilusión de garantía, amenazada por el agujero estructural, siendo
así que la creencia en los significantes que dan sentido al rito permiten
llevarlo adelante en el lazo con otros. No es así en las neurosis obsesivas. En
ellas, el rito parece sin sentido salvo por el hecho de que apuntarían a
servir como defensa al Yo. No obstante, ni siquiera para ese mismo Yo es clara la lógica en la que se fundan tales rituales, al punto de rayar en el absurdo. Sólo se sabe que
deben realizarse, constituyendo un imperativo que de no cumplirse conllevaría el
encuentro con la angustia propia de asumirse deseante. Su función no es la de
hacer lazo sino la de expiar la culpabilidad por haber renunciado al deseo.
Dicho de otra manera, no asumir que en la estructura
hay agujero y que por Ello hay deseo, lleva al obsesivo a ampararse
en el ritual sin sentido manteniendo así el deseo en el horizonte de la
imposibilidad. En ese sentido el neurótico obsesivo espera, mortificado, la
autorización de un Amo, tal como ocurre con el personaje de Kafka, que ruega
"Ante la ley" mientras muere sumisamente.
John James Gómez Gallego
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