lunes, 17 de marzo de 2014

Fragmento del texto: “El significante y el espíritu santo”. Lacan, J (1956-57). En: La relación de objeto. El Seminario, libro 4. Editorial Paidós. 1994. (Primera parte del comentario).

“Si el análisis nos aporta algo, esto es –el Es no es una realidad bruta, no es simplemente lo que está antes, el Es ya está organizado, articulado, igual como está organizado, articulado, el significante.” 

Comentario:

La referencia al capítulo VII de “La interpretación de los sueños”, de Freud, es sin duda recurrente cuando se habla de los hallazgos que permitieron fundar el psicoanálisis. Suele tomarse incluso como referencia obligada para ingresar en la lógica del descubrimiento psicoanalítico de lo inconsciente. Las razones sobran y, sin duda, la reiteración sobre la referencia está plenamente justificada, lo que no quiere decir que sea sencillo extraer de ella sus consecuencias más relevantes.

Se trata del intento de Freud por establecer, a partir del estudio de la lógica de la formación del sueño, una tópica que le permitiese articular la manera en que se presenta el movimiento de una cierta energía que, en ese momento, aún ni siquiera llamaba propiamente libido. Esa energía, a diferencia de lo que ocurre con aquella que recorre el sistema nervioso, desde el sistema senso-perceptual hasta  la respuesta motriz, no se orientaba solo de forma progrediente. Lo fundamental en ella es su movimiento regrediente. Parte desde lo inconsciente (entendido en ese momento en el sentido descriptivo y no aún como el Ello) y se dirige hacia las huellas mnémicas que quedan como marcas de satisfacciones primordiales. La recuperación de la satisfacción en juego es imposible y, por ello, el “aparato”, como Freud lo concebía, genera un movimiento continuo en su intento por recuperar, una y otra vez, ésas satisfacciones originarias perdidas.

Si se observa con detalle, ya desde aquella época Freud concebía un modelo que no corresponde al tradicional “árbol”, característico de la neurología, con el que se asume al sistema nervioso como un tallo del cual se desprenden ramas que, de interrumpirse en su continuidad, quedarían cercenadas del sistema alterando necesariamente la estructura integral del tallo central. El modelo que Freud decanta a partir de la lógica que logró construir gracias a la experiencia inaugural del psicoanálisis, responde ya no al árbol, sino al circulo, incluso, al agujero. La consecuencia lógica de ello es la pulsión y su concepción de los agujeros pulsionales como claves en la constitución de la experiencia de la realidad psíquica. En ese sentido la sobredeterminación es central, pues el movimiento pulsional se instituye como continuo y esfuerza sin cesar por el retorno a esa satisfacción irrecuperable. Hay allí una articulación que se sustenta sobre la fijación de la pulsión a un objeto que no está en el lugar en el que se le busca; objeto perdido que hace a la satisfacción plena una imposibilidad estructural. Así, la pulsión es no anobjetal que equivale a decir, en el sentido lógico, que es no sin objeto. Cuestión de estructura paradójica pues se fija a un objeto que al mismo tiempo no es ningún objeto en el sentido de la experiencia sensible. Por ello, uno de los problemas de mayor dificultad en ese momento de las elaboraciones de Freud, era sin duda cuál sería el tipo de inscripción que corresponde a esas huellas mnémicas y, por consiguiente, a esa fijación de tipo no anobjetal. ¿Cómo se articula Eso?

No vamos a desconocer la base biológica que Freud intentaba dar a su descubrimiento y que lo llevaba a forzar las cosas hasta el punto de su fracaso al no encontrar una topografía de lo psíquico en la anatomía, cosa que lo limitó en su interés de publicar su “Proyecto de psicología para neurólogos”. No obstante, es evidente que los alcances de su comprensión iban más allá de su intención positivista de encontrar en la biología el sustento de los fenómenos inconscientes. Es así que en la carta 52 a su amigo Wilhelm Fliess, Freud presentó un modelo de inscripciones, transcripciones y re-transcripciones en el cual, de manera anticipada a toda lingüística moderna, atribuyó lugar central a lo que llamó: “Wahrnehmungszeichen” (Signos de percepción). Esos signos de percepción son sin lugar a duda un ordenamiento que responde, no a la condición natural de la percepción como fenómeno anatomo-funcional, sino a la articulación por la inscripción del fenómeno imaginario de la "percepción" en una cadena lingüística. Es esa la escritura fundante de lo que, en su segunda tópica, será llamado el inconsciente en sentido estructural: El Ello (Es, en alemán).


John James Gómez G.

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