Fragmento del texto: “El significante y el espíritu santo”.
Lacan, J (1956-57). En: La relación de objeto. El Seminario, libro 4. Editorial
Paidós. 1994. (Segunda parte del comentario).
“Si el análisis nos aporta algo, esto es –el Es no es una
realidad bruta, no es simplemente lo que está antes, el Es ya está organizado,
articulado, igual como está organizado, articulado, el significante.”
Comentario:
La cuestión de la articulación en una cadena de lenguaje,
digamos más precisamente, significante, indica una diferencia substancial con
la percepción como fenómeno anatomo-funcional. Bajo ninguna perspectiva el
psicoanálisis desconoce, ni con Freud ni con Lacan, la condición necesaria de
un organismo viviente como soporte, pero ello no significa que se asuma que en
tanto condición necesaria sería también condición suficiente. Regularmente se
olvida que el organismo y el cuerpo no son la misma cosa, diferencia sobre la
cual el psicoanálisis pone un énfasis fundamental. Un organismo viviente se
orienta por el principio del placer, razón por la cual Freud, partiendo de la
neurología, asumía una organización estructurada por ése principio. Sin
embargo, se hacía evidente que en el caso humano hay una satisfacción
paradójica pues ella se produce no por el sostenimiento de un equilibrio basado
en la mínima tensión (principio del placer), sino, en aquella que apunta
siempre a sostener la tensión; el deseo y el goce operan con esa lógica, y corresponden específicamente al ser que habla y usa letras (parlêtre), ambas modalidades se oponen al principio del placer. Así, para
que haya deseo y goce, no basta un organismo, se requiere que por la
incorporación del cuerpo del lenguaje en el organismo viviente, el segundo
devenga sustancia gozante y esté habitado por un deseo que se desgarra entre la
necesidad y la Demanda.
No es extraño escuchar, a veces, que las cosas se
interpreten de otra manera, en la que el deseo sería una satisfacción de la
pulsión por la vía del placer y el goce la satisfacción mortífera, por la vía
del displacer. Se trata de un punto de vista moral desde el cual se busca,
incluso en el seno del psicoanálisis, sostener la oposición entre el bien y el
mal atribuyendo a la pulsión algún tipo de intencionalidad en el sentido
consciente, si se quiere. Derivado de una interpretación moral, como ésa, se
hace un enaltecimiento del deseo y un ataque frontal y decidido al goce que
sería algo maligno a erradicar. Alguien que se llame a sí mismo psicoanalista y
entienda las cosas de tal modo, desconoce que ha devenido sacerdote. Nada más
distante del discurso psicoanalítico.
Retroceder ante el deseo y desconocer la existencia de un
goce que habita el cuerpo, son ambas cuestiones que no pueden tener otro
destino que la culpabilidad. A través de ella se expresa un padecimiento que no deriva de la existencia del deseo y el goce como opuestos al principio del
placer, sino, de la locura del Yo que al intentar desconocer esas modalidades
de satisfacción, siempre problemáticas pues no se adaptan a los ideales, sufre
por intentar responder a imperativos que le demandan cumpla con esos mismos
ideales por los que sufre. Desconoce así, también, que intentar colmar la
Demanda es destinarse a padecer en extremo el rechazo que hace de todo
reconocimiento posible a la lógica del otro lado del principio del placer (que sería la traducción más precisa del título del texto de Freud).
Así pues, la responsabilidad de asumirse deseante y de
reconocer la existencia del goce, implica abandonar toda pretensión de colmar la
Demanda. Nada es más culpabilizante que desconocer la imposibilidad estructural
de colmar los imperativos de la Demanda. Esa culpabilidad es precisamente lo
que Freud denominó "superyó", y puede manifestarse como sentimiento
consciente de culpa, como necesidad inconsciente de castigo o, también, como
enfermedad que agujerea el cuerpo, tal como ocurre con las llamadas
psicosomáticas, uno de sus ejemplos más comunes en la actualidad.
John James Gómez G.
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