miércoles, 19 de marzo de 2014

Fragmento del texto: “El significante y el espíritu santo”. Lacan, J (1956-57). En: La relación de objeto. El Seminario, libro 4. Editorial Paidós. 1994. (Segunda parte del comentario).


“Si el análisis nos aporta algo, esto es –el Es no es una realidad bruta, no es simplemente lo que está antes, el Es ya está organizado, articulado, igual como está organizado, articulado, el significante.”

Comentario:

La cuestión de la articulación en una cadena de lenguaje, digamos más precisamente, significante, indica una diferencia substancial con la percepción como fenómeno anatomo-funcional. Bajo ninguna perspectiva el psicoanálisis desconoce, ni con Freud ni con Lacan, la condición necesaria de un organismo viviente como soporte, pero ello no significa que se asuma que en tanto condición necesaria sería también condición suficiente. Regularmente se olvida que el organismo y el cuerpo no son la misma cosa, diferencia sobre la cual el psicoanálisis pone un énfasis fundamental. Un organismo viviente se orienta por el principio del placer, razón por la cual Freud, partiendo de la neurología, asumía una organización estructurada por ése principio. Sin embargo, se hacía evidente que en el caso humano hay una satisfacción paradójica pues ella se produce no por el sostenimiento de un equilibrio basado en la mínima tensión (principio del placer), sino, en aquella que apunta siempre a sostener la tensión; el deseo y el goce operan con esa lógica, y corresponden específicamente al ser que habla y usa letras (parlêtre), ambas modalidades se oponen al principio del placer. Así, para que haya deseo y goce, no basta un organismo, se requiere que por la incorporación del cuerpo del lenguaje en el organismo viviente, el segundo devenga sustancia gozante y esté habitado por un deseo que se desgarra entre la necesidad y la Demanda.

No es extraño escuchar, a veces, que las cosas se interpreten de otra manera, en la que el deseo sería una satisfacción de la pulsión por la vía del placer y el goce la satisfacción mortífera, por la vía del displacer. Se trata de un punto de vista moral desde el cual se busca, incluso en el seno del psicoanálisis, sostener la oposición entre el bien y el mal atribuyendo a la pulsión algún tipo de intencionalidad en el sentido consciente, si se quiere. Derivado de una interpretación moral, como ésa, se hace un enaltecimiento del deseo y un ataque frontal y decidido al goce que sería algo maligno a erradicar. Alguien que se llame a sí mismo psicoanalista y entienda las cosas de tal modo, desconoce que ha devenido sacerdote. Nada más distante del discurso psicoanalítico.

Retroceder ante el deseo y desconocer la existencia de un goce que habita el cuerpo, son ambas cuestiones que no pueden tener otro destino que la culpabilidad. A través de ella se expresa un padecimiento que no deriva de la existencia del deseo y el goce como opuestos al principio del placer, sino, de la locura del Yo que al intentar desconocer esas modalidades de satisfacción, siempre problemáticas pues no se adaptan a los ideales, sufre por intentar responder a imperativos que le demandan cumpla con esos mismos ideales por los que sufre. Desconoce así, también, que intentar colmar la Demanda es destinarse a padecer en extremo el rechazo que hace de todo reconocimiento posible a la lógica del otro lado del principio del placer (que sería la traducción más precisa del título del texto de Freud).

Así pues, la responsabilidad de asumirse deseante y de reconocer la existencia del goce, implica abandonar toda pretensión de colmar la Demanda. Nada es más culpabilizante que desconocer la imposibilidad estructural de colmar los imperativos de la Demanda. Esa culpabilidad es precisamente lo que Freud denominó "superyó", y puede manifestarse como sentimiento consciente de culpa, como necesidad inconsciente de castigo o, también, como enfermedad que agujerea el cuerpo, tal como ocurre con las llamadas psicosomáticas, uno de sus ejemplos más comunes en la actualidad.

John James Gómez G. 

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