miércoles, 5 de marzo de 2014

Fragmento del texto: ¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad? Freud, S. (1919). En: Obras Completas, vol. XVII. Amorrotu Editores, 1979.  pp. 169.

“Es indudable que la incorporación del psicoanálisis a la enseñanza universitaria significaría una satisfacción moral para todo psicoanalista, pero no es menos evidente que este puede, por su parte, prescindir de la universidad sin menoscabo alguno para su formación. En efecto, la orientación teórica que le es imprescindible la obtiene mediante el estudio de la bibliografía respectiva y, más concretamente, en las sesiones científicas de las asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto personal con los miembros más antiguos y experimentados de estas. En cuanto a su experiencia práctica, aparte de adquirirla a través de su propio análisis, podrá lograrla mediante tratamientos efectuados bajo el control y la guía de los psicoanalistas más reconocidos.”


Comentario:

He elegido esta cita del breve texto de Freud acerca de su pregunta de si se debe enseñar el psicoanálisis en la universidad, por tres motivos fundamentales. El primero, responde a la línea en la que he venido realizando los últimos comentarios a propósito del artículo “Profesores, los necesitamos”. El segundo, debido a las apreciaciones de un querido amigo, -quien sospecho que prefiere que mantenga su nombre en el anonimato-, con las que me ha indicado el interrogante acerca de si la imposibilidad de educar podría extenderse también a “profesar” y “enseñar”, y si, por otra parte, esos tres verbos apuntarían a lo mismo. El tercer motivo, obedece a la oportunidad que el rumbo del trabajo que, los dos motivos anteriores, ofrece a los fines de la pregunta por la formación del analista. 


Iniciaré, entonces, reconociendo mi ignorancia, y sirviéndome así de algunas definiciones básicas a propósito de los verbos en cuestión que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, a propósito de los verbos en cuestión:
  
Enseñar.[1]
(Del lat. vulg. insignāre, señalar).
1. tr. Instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos.
2. tr. Dar advertencia, ejemplo o escarmiento que sirva de experiencia y guía para obrar en lo sucesivo.
3. tr. Indicar, dar señas de algo.
4. tr. Mostrar o exponer algo, para que sea visto y apreciado.
5. tr. Dejar aparecer, dejar ver algo involuntariamente.
6. prnl. Acostumbrarse, habituarse a algo.


Educar.
(Del lat. educāre).
1. tr. Dirigir, encaminar, doctrinar.
2. tr. Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.. Educar la inteligencia, la voluntad.
3. tr. Desarrollar las fuerzas físicas por medio del ejercicio, haciéndolas más aptas para su fin.
4. tr. Perfeccionar, afinar los sentidos. Educar el gusto.
5. tr. Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía.

Profesar.
(De profeso).
1. tr. Ejercer una ciencia, un arte, un oficio, etc.
2. tr. Enseñar una ciencia o un arte.
3. tr. Ejercer algo con inclinación voluntaria y continuación en ello. Profesar amistad, el mahometismo.
4. tr. Creer, confesar. Profesar un principio, una doctrina, una religión.
5. tr. Sentir algún afecto, inclinación o interés, y perseverar voluntariamente en ellos. Profesar cariño, odio.
6. intr. En una orden religiosa, obligarse a cumplir los votos propios de su instituto.


Sin entrar en mayores detalles, un par de cosas se hacen evidentes. Primero, que en lo que concierne a enseñar y educar, las diferentes acepciones que les corresponden tienen en común el hecho de que algo se presenta a otro, se le muestra o se le intenta adiestrar en algo,  una doctrina, por ejemplo. Esto sugiere que cuando se trata de enseñar o educar, ello se hace con el fin de hacer entrar a otro en un discurso que, en principio, le resultaría ajeno. En cualquier caso, ello implica que quien educa o enseña, habla de una doctrina, de preceptos, de ejemplos, de experiencias que supone podrían ser trasmitidas a otro y que éste último estaría en posibilidad de servirse de ellas como si le fuesen propias. Esto nos lleva de nuevo al punto de la imposibilidad en tanto se olvida la singularidad que la experiencia implica,  que no puede ser más que subjetiva, y como tal, intransferible. Es posible hablar de eso, lo que no significa que el otro pueda captar lo singular de la experiencia de aquel quien habla. Es un punto problemático, crucial, si se piensa, por ejemplo, lo que ha sido llamado “transmisión del psicoanálisis”, ya que en tal expresión sería necesario interrogar qué sería aquello que del psicoanálisis es posible transmitir. Volveré a este punto en el siguiente comentario, no sin aclarar, de antemano, que será relevante observar con detalle lo que el verbo transmitir implicaría.

En lo concerniente al verbo profesar, se encuentra un énfasis que difiere, significativamente, de los dos anteriores. A pesar que en la segunda acepción aparece “enseñar”, lo común en las demás acepciones es la indicación de que, cuando se profesa, algo se ejerce. Así, profesar sería un modo de ejercer un oficio, una práctica, en la que, además, se cree, sea ésta la religión o la ciencia. Al parecer, lo fundamental cuando se profesa no sería la intención de mostrar una experiencia a otro, sino, sobretodo, una praxis que constituye para quien la ejerce una experiencia singular. Tal vez en esta diferencia crucial con los otros dos verbos indicados, encontremos algunas ideas que puedan orientar nuestro interrogante sobre la formación del analista y sobre qué sería aquello posible de transmitir del psicoanálisis. Continuaremos tratando de ver a dónde nos conduce una empresa tal.

John James Gómez G.



[1] Cada una de las definiciones que aquí consigno, han sido tomadas del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. http://www.rae.es

2 comentarios:

  1. Estimado John James:

    El filólogo y lexicógrafo andaluz, muy del siglo XIX, escribió un libro, a veces útil (no en vano pasa la máquina del tiempo modificando la pátina del lenguaje), llamado "Sinónimos castellanos", en los que propone diferencias de matices entre muchas palabras; así lo hace con "enseñanaza y educación", diciendo:

    De signo, como insignia y enseña, se deriva la voz enseñanza, que es instruir por signos.
    Educación, lo propio que conducta, viene de ducere, conducir.

    La enseñanza nos lleva a la erudición.
    La educación, a la cultura y a la virtud.

    Cuando queremos que nos enseñen, acudimos a una universidad.
    Cuando queremos que nos eduquen, acudimos a un preceptor.
    De modo que la enseñanza es facultativa.
    La educación, moral.
    El maestro enseña.
    El padre educa.

    Así, pues que de atenernos a Roque Barcia, mi querido John James, no es lo mismo un maestro que un padre, aunque ambos estén bajo la sombra del Amo (Maître en francés), con los que como enseñados, educados y dominados, dice Lacan, Les non dupes errent.

    Un abrazo,

    Javier

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    1. Estimado Javier:

      Agradezco mucho tu comentario y tus apuntes filológicos que vienen como “anillo al dedo”. Me hacen pensar hasta qué punto tal destino supuesto a la enseñanza, desde su etimología, sería posible.

      Si la erudición supone, etimológicamente, estar "por fuera de lo tosco” y, en ese sentido, contar con una cultura rica, amplia y variada, me pregunto hasta qué punto ir a una universidad lo haría posible. De hecho, creo que hoy poco queda de ello en el discurso común de las universidades, lo que no quiere decir que debamos abandonarlas, muy por el contrario me parece crucial ver cómo podemos hacer para sostener una pregunta por el saber que interrogue la repetición. Tal vez así algo del discurso psicoanalítico, por más poco que sea, pueda filtrarse a las universidades.

      Por otra parte, se me ocurre que, tal vez, que quien podría resultar instruido a partir signos (y no quiero meterme en camisa de once varas interrogando la idea del signo en Saussure, por ejemplo), es aquel mismo que instruye. Allí la expresión enseñante me parece indicativa. Al intentar enseñar algo se instruye aquel mismo quien enseña, claro, siendo optimistas. Pero, mentiría, si digo que no soy optimista en algún sentido, sin hacerme demasiadas ilusiones, claro. Me parece además que de ser posible ese ejercicio, algo del deseo que se juega allí puede llamar al otro, los estudiantes por ejemplo, y ese Otro tan particular (la universidad) para que se interrogue acerca de la lógica del conocimiento, la erudición y, por qué no, de algún saber posible que no se sabe a sí mismo. No digo que sobre esto último pueda producirse algún efecto en la universidad, pero sí creo que al menos algo de ello puede ingresar como interrogación.

      También me parece importante considerar que, si la educación llevaría a la cultura y la virtud, y para ello se busca a un padre, se trata entonces, tal como lo indicas, de estar a la sombra del Amo. Es evidente, aunque paradójicamente difícil de reconocer por quienes allí se cobijan bajo la sombra que, de cualquier manera, un maestro y un padre, suponen, ambos, modos del discurso del Amo; sabemos por Lacan que el discurso Universitario sería una variante de ese discurso del Amo.

      ¿No sería necesario entonces pensar la imposibilidad que se juega en cada caso? Sea como fuere, me parece, tu comentario enriquece significativamente nuestro interés por la pregunta acerca de qué sería transmisible del psicoanálisis y, por tanto, la pregunta también por la formación del analista. Sobre ello, no veo otra posibilidad que trabajar sirviéndonos de la interrogación que introducen las formaciones del inconsciente. Dejo de lado, por lo pronto, el asunto de “Les non dupes errent”, pero no sin señalar la homofonía posible, que esa expresión de Lacan supone, entre “Los no incautos yerran" y “Los nombres del Padre” (“Les non dupes errent”).

      Creo que el psicoanálisis conlleva que uno pueda ocuparse de ciertos asuntos, por ejemplo, tratar de saber sobre la imposibilidad que se juega cuando se intenta educar-se, gobernar-se y, de nuestro particular interés, analizar-se. Intentar leer y escribir algo de eso imposible y de los límites del saber en juego...

      Un abrazo,

      John James

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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