Fragmento del texto: ¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la
universidad? Freud, S. (1919). En: Obras Completas, vol. XVII. Amorrotu
Editores, 1979. pp. 169. (Continuación)
“Es indudable que la incorporación del psicoanálisis a la
enseñanza universitaria significaría una satisfacción moral para todo
psicoanalista, pero no es menos evidente que este puede, por su parte,
prescindir de la universidad sin menoscabo alguno para su formación. En efecto,
la orientación teórica que le es imprescindible la obtiene mediante el estudio
de la bibliografía respectiva y, más concretamente, en las sesiones científicas
de las asociaciones psicoanalíticas, así como por el contacto personal con los
miembros más antiguos y experimentados de estas. En cuanto a su experiencia práctica,
aparte de adquirirla a través de su propio análisis, podrá lograrla mediante
tratamientos efectuados bajo el control y la guía de los psicoanalistas más
reconocidos.”
Comentario:
Hemos intentado
puntualizar algunas cosas respecto de lo que implica educar, enseñar y
profesar, poniendo de manifiesto que, desde todas ellas, se haría ingresar a otro en un discurso que en principio era ajeno, pero
con una modalidad particular señalada por Javier Navarro en el comentario que
amablemente ha realizado en la entrada anterior del blog, a saber, la modalidad del discurso
del Amo y una de sus variantes, el discurso Universitario. Lo que allí se juega no coincide con el discurso psicoanalítico. Sin embargo, bien vale
la pena aclarar una cuestión que podría parecer sobrentendida pero que
frecuentemente se pasa por alto. El espacio físico, como suele llamársele a los
lugares que configuran nuestra cotidianidad de tres dimensiones, no garantiza
que en un lugar o en otro, opere especialmente un tipo de discurso. Es así que
en el espacio físico de una universidad bien podrían producirse algunos efectos
propios del discurso psicoanalítico como también podría, en una escuela de
psicoanálisis, imperar el discurso del amo. Esto se debe a que el espacio en
juego cuando del discurso se trata, es aquel que corresponde al campo del
lenguaje y a las relaciones que en él se producen. Por tanto, los límites del
topos en el que se mueve un discurso están determinados por las funciones y las
relaciones que se producen al interior del campo del lenguaje y no por los muros de una edificación.
Tomando en cuenta estas consideraciones, resulta evidente
que apresurarnos a juzgar como inadecuada la enseñanza del psicoanálisis en la
universidad porque en ella habita el discurso universitario, sería tan ingenuo
como estar convencidos de que el único discurso que habitaría en las escuelas
de psicoanálisis sería el discurso analítico y que, por tanto, solo en ella
sería posible la formación de analistas. Pero entonces, ¿De qué se trata la
formación del analista? Surgen allí, como primer enunciado posible, aquella
proposición que Sandor Ferenzci hiciese a Freud a propósito del análisis
personal, la formación teórica y el control, y que Lacan tomó con atención
hasta el punto de elevarlos a lugar fundamental de toda formación posible del
analista.
Es claro que el análisis personal, como condición necesaria,
pero no suficiente para la formación del analista, pone en evidencia una
cuestión de crucial interés para nosotros y es que se trata, sobretodo, de las
formaciones del inconsciente. No hay formación del analista sino porque hay
formaciones del inconsciente y aunque el encuentro con ellas puede parecer cosa cotidiana (todos los días soñamos, hacemos chistes, tenemos lapsus), solo toman su valor para la formación analítica cuando se
inauguran en el espacio de discurso que sólo el psicoanálisis posibilita. Es
por ello que alguien deviene analizante y al mismo tiempo, con su decir en el
trabajo sobre las formaciones del inconsciente, hace existir al analista. De
allí que Lacan señale que de todo análisis puede esperarse como efecto un
analista. No se trata de que todos quienes van a un análisis van a autodenominarse
psicoanalistas, como regularmente ocurre, sino, de que en el mismo instante en que
un analizante se produce habrá comenzado a existir allí esa función llamada analista que, evidentemente, no es por fuera del campo del lenguaje ni
por fuera del discurso analítico y para la cual se requiere alguien presto a cierta modalidad de la escucha y que, antes, haya podido hacer, él mismo, el trabajo al
cual ahora el analizante se aboca. Este es el punto crucial que nos indica que
cuando se trata del psicoanálisis, su enseñanza resulta imposible como modo de formación, pues se
trata de lo que se pone en juego por el encuentro inédito de un Yo que habla y
que, en el marco del discurso analítico, puede advenir a la lectura y escritura
del saber no sabido que lo habita y de lo imposible constituyente. Pero si no se enseña, sino se brinda un saber expuesto acerca del psicoanálisis, tampoco podrá existir el discurso analítico.
John James Gómez G.
No hay comentarios:
Publicar un comentario