Fragmento del texto: “Sobre los recuerdos encubridores.”
Freud, S. (1899). En: Obras Completas, vol. III. Amorrortu Editores. 1979. pp.
314. (Primera parte del comentario).
“Toda vez que dentro de un recuerdo la persona propia
aparece así como un objeto entre otros objetos, es lícito aducir esta
contraposición entre el yo actuante y el yo recordador como una prueba de que
la impresión originaria ha experimentado una refundición. Todo parece como si aquí
una huella mnémica de la infancia hubiera sido retraducida a lo plástico y lo
visual en una época posterior (la del despertar [del recuerdo]). Y ello siendo
que nunca ha llegado a nuestra conciencia nada de una reproducción de la
impresión originaria.”
Comentario:
Las consecuencias del descubrimiento freudiano de lo
inconsciente, interrogan de manera directa toda ilusión del ser humano acerca
de su relación con el dominio de sí, de su historia y de los efectos que el
lenguaje tiene sobre su existencia, su deseo y sus modos de gozar.
Que haya memoria sin recuerdo y que, cuando se recuerda, lo
recordado no coincide con lo vivido, es cuestión central. Toda ilusión de objetividad ligada a la
ingenua idea de que sería posible captar una experiencia pura, cae en el instante
mismo en que se reconoce la evidencia de que, lo que llamamos experiencia,
responde siempre a un modo de ficción, aunque con frecuencia nos apresuremos a
asegurar que esa ficción sería la realidad, entendida ésta como algo externo al
sujeto. Sin embargo, incluso la física, modelo idealizado de cientificidad, no
deja de encontrarse una y otra vez con la constatación de que toda realidad
tiene estructura de ficción.
El Yo es, en sí mismo, una ficción basada en la ilusión de
una unidad que, regularmente, se ha llamado identidad. No obstante, la
estructura del Yo responde a lo que se construye con restos que sirven para
edificar el propósito de la anhelada unidad. Las voces de los otros que habitan en cada uno
de nosotros, en su estatuto de imágenes y de significantes, se articulan a partir del límite
que impone la imposibilidad de completitud y se forma entonces, como respuesta,
la ficción de unidad a partir de la cual se estructura toda nuestra pretendida
realidad. Lo que Freud llamó castración es aquello que acontece cuando adviene
el descubrimiento de que hay un agujero que demarca la imposibilidad de completar
el sentido, y merced del cual se produce la captura de una imagen que no deja
de insistir por mostrarse completa. Allí radica el punto fundamental de desconocimiento en el que el Yo se empeña y por el cual busca rechazar todo
saber que irrumpa indicando ese punto de falta. Allí radica su sufrimiento. El
psicoanálisis apunta a ese saber no sabido acerca del lugar de la falta y a
la imposibilidad de un saber completo sobre el cual algo puede leerse y escribirse. Es por eso que el
psicoanálisis suele resultar perturbador y no ha de extrañarnos entonces que
algunos, para subsanar su angustia, traten de convertirlo en religión, mientras
que otros, por su parte, intentan erradicarlo de cualquier lugar donde algo de
su discurso se haga manifiesto pues les resulta insoportable.
A partir de la ficción, la constitución de la fantasía tiene como función sostener la estructura, en la medida en que permite al Yo mantener velado,
encubierto, el agujero que por lo simbólico, es decir, por el lenguaje, separa
al ser que habla y usa letras del animal que, a pesar de ser, ya no puede ser; está
separado así de su propia naturaleza a la cual ya no tiene acceso. En tal sentido, el objeto que se busca es, por definición, objeto perdido.
John James Gómez G.
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