Fragmento del texto: “Saber, Verdad, Ignorancia y Goce.”
Lacan, J. (1971). En: Hablo a las Paredes. Editorial Paidós. 2012. Pág. 28.
(Cuarta parte del comentario, a partir de la reflexión
suscitada por el artículo “Profesores, los necesitamos”).
“El saber no sabido del que se trata en el psicoanálisis es
un saber que efectivamente se articula, que está estructurado como un
lenguaje.”
Comentario:
El discurso común opera con la modalidad de los imperativos
categóricos. Supone una separación entre lo que es debido, es decir, lo que
según el discurso de la moral cultural se avala como correcto, y lo que no lo
sería. Es de gran interés en una época como la nuestra, no perder de vista sus
efectos pues, tal como Freud lo indicó magistralmente en “El malestar en la
cultura”: “…comoquiera que se defina el
concepto de cultura, es indudable que todo aquello con lo cual intentamos
protegernos de la amenaza que acecha desde las fuentes del sufrimiento
pertenece, justamente, a esa misma cultura.”[1] En ese marco del discurso común, el Yo, en su desconocimiento de lo inconsciente, se ve empujado a intentar responder a
esos imperativos, bien tratando de identificarse con ellos por vía de su
encarnación, bien con identificaciones por vía de su rechazo. En cualquiera de
los dos casos, su posición está ligada, ineludiblemente, a su relación de alienación con
ellos.
No deja de sorprender entonces la fuerza de esa demanda que
viene por vía del discurso común, también llamado sentido común y que convoca a
una locura apoyada en el desconocimiento de la responsabilidad vinculada con el
sujeto del inconsciente. Basta comenzar a escuchar con atención los equívocos
que surgen en un discurso tal para percatarse de su diferencia con el saber
inconsciente, o sea, con lo no sabido que aparece allí mismo como no reconocido. Tomar noticia de
ello no es posible sino en la medida en que se introduce la interrogación por
el común lenguaje, es decir, por cómo en el lenguaje común, no las teorías
sofisticadas que intentan explicar fenómenos, sino el lenguaje con el que todos
hablamos, lenguaje que circula por doquier, se puede interrogar lo que se cree
sobreentendido acerca de lo que el discurso común quiere decir. Es así que el
inconsciente se estructura como un lenguaje (común lenguaje), pues allí está presente como saber no sabido en lo que todos creemos entender del discurso
común que prima en la cultura.
Veamos ejemplos que por su banalidad no dejan de hablar de
algo excepcional en cuanto desvelan ciertos modos de padecimiento, y de engaños, sobre el ideal de bienestar propio del estado actual de nuestra sobrevalorada
civilización. Abundan las expresiones que suponen un impulso hacia ese supuesto de
bienestar para la vida. Uno de ellos, recurrente y casi omnipresente, es el de
la “calidad de vida”. Todos corren preocupados por saber de qué se trata tener
calidad de vida. Algunos creen que sería poder consumir todo cuanto el mercado
oferta, otros en poder parecer felices ante los ojos de los demás, o cualquier
otra manera, según cada quien. Sea como fuere, todos parecen desesperar en la búsqueda de los ideales relacionados con la calidad de vida. Anhelos
de fama, poder, éxito, riqueza, ausencia total de enfermedad, entre otras, son
las maneras en que podría creerse que se obtendría la “calidad de vida”. Y mientas
se está excesivamente ocupado, sin tiempo para pensar, y corriendo a hacer
cosas aunque no se sepa muy bien para qué ni por qué, se pierde de vista el
equívoco que gracias al lenguaje común se evidencia tras ese discurso común que
demanda, como imperativo, tener calidad de vida. No se trata más que del
equívoco que por su homofonía expone a la luz su modalidad imperativa: la
calidad de vida se toma como calidad debida. La calidad de vida es buscada como
calidad debida y sus efectos no dejan de hacerse escuchar cada vez que alguien
se queja del malestar del que es portador por no saber cómo responder a ello
pues, en muchos casos, se descubre que lo que se llama calidad de vida no es
otra cosa que el afán por hacer lo que se supone como ideal de calidad en una
época en que el consumo es el eje, al punto en que el sujeto allí se consume sin
saberlo, pues no puede reconocer el saber no sabido, lo inconsciente en juego.
De igual manera, se escuchan los grandes malestares de quienes entregan sus hojas de vida y se ven enfrentados con un muro al descubrir que ellas no coinciden con la hoja debida. No se trata de meros juegos de palabras, sino de lo que los deslizamientos de la estructura del lenguaje revelan de excepcional a través de su aparente banalidad.
El "deber" en tanto imperativo categórico es una
forma de malestar. Supone un ideal que implica padecimiento y que se manifiesta
como mandato superyoico. La calidad debida (homófona de "calidad de
vida") supone una posición de sumisión en la que el
Yo se prosterna ante el ideal olvidando la responsabilidad que lo implica respecto del deseo que lo habita. Todo aquello que tiene que ver con el "deber ser", tiene ese
mismo rasgo que implica padecimiento. Es en ese punto que aparece la
culpabilidad como modo del masoquismo ligado al superyó y también como
agresividad hacia los otros. La responsabilidad, en cambio, implica una ética
que reconoce que el deseo existe y que éste se opone al placer, razón por la cual poco tiene que ver con el confort.
De igual manera, se escuchan los grandes malestares de quienes entregan sus hojas de vida y se ven enfrentados con un muro al descubrir que ellas no coinciden con la hoja debida. No se trata de meros juegos de palabras, sino de lo que los deslizamientos de la estructura del lenguaje revelan de excepcional a través de su aparente banalidad.
Por lo pronto dejaré aquí, no sin antes indicar que las
interrogaciones de un par de amigos acerca de las diferencias posibles entre
los verbos educar, profesar y enseñar, me parecen muy interesantes de considerar. Pero será algo sobre
lo que intentaré extraer alguna consecuencia en el siguiente comentario.
John James Gómez G.
[1] Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En: Obras
Completas, vol. XXI. Amorrortu Editores. 1979. pp. 85-86.
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