viernes, 21 de marzo de 2014

Fragmento del texto: “Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis.” Lacan, (1953). En: Escritos 1. Editorial Paidós, 2ª ed. 2011. pp. 237-238.

“Una técnica se transmite allí, de un estilo maliciento y aun reticente en su opacidad, y al que toda aereación crítica parece enloquecer. En verdad, tomando el giro de un formalismo llevado hasta el ceremonial, y tanto que puede uno preguntarse si no cae por ello bajo el mismo paralelismo con la neurosis obsesiva, a través del cual Freud apuntó de manera tan convincente al uso, sino a la génesis de lo ritos religiosos.”

Comentario:

No debe parecernos extraño, ocurre con más frecuencia de la que pensamos, que las lógicas institucionales desde las cuales se intenta transmitir aquel que sería considerado el psicoanálisis “verdadero”, lleven la marca del rito religioso. Los efectos de esto no son menores pero, tal vez, pocos de ellos tengan que ver con el discurso psicoanalítico.

¿Cómo no aplicar el método psicoanalítico al propio psicoanálisis a pesar del rechazo que una tarea tal pueda provocar en quienes toman el psicoanálisis por su religión, a las escuelas por sus iglesias y a sus dirigentes por papas que hablarían en Nombre del Padre? La tarea se justifica por el hecho mismo de que, si del discurso psicoanalítico se trata, no hay otra manera de que él se sostenga sino porque se ha podido prescindir del padre a condición de servirse de él. Así pues, mientras se espere la autorización del padre, no hay más que la obediencia neurótica a un Amo y la espera por una autorización pues, tal como el personaje de Kafka, se rogará ante la ley desconociendo que ella está fundada en la incomprensión, incluso la de aquel que se jacte de representarla.

De no tomarse con rigurosidad la interrogación que implica aplicar el psicoanálisis al psicoanálisis, la formación del analista no será distinta a la exigencia de una docilidad que perpetúe el lenguaje autorizado por otro a quien se le supone ser Otro, a pesar que él mismo diga a sus discípulos que el Otro no existe.  Esa formación no sería la consecuencia de las formaciones del inconsciente sino el efecto de los imperativos superyoicos y la culpabilidad que esos imperativos conlleva. Si las cosas ocurren de ese modo, se hace de la experiencia inaugurada por Freud un ritual que se sostendrá yendo todos a consultorios bien amoblados con divanes que estarían dotados de algún tipo de eficacia simblica﷽﷽﷽﷽﷽﷽on el discurso psicoan amoblados con divanes a los que se les atribuiricoanllos tengan que ver con el discurso psicoanólica, creyendo eso suficiente para que allí se produzcan analizantes, y olvidando que el psicoanálisis nada tiene que ver con la magia ni con la hechicería. Tal vez, sostener una formación de analistas orientada por esos imperativos superyoicos, sólo se explica si se hace notar como, recurrentemente, se toma a las escuelas como multinacionales destinadas a la producción en serie de psicoanalistas, aunque así se olvide la producción seria que implica el trabajo del psicoanalizante, es decir, el de un saber que no se sabe a sí mismo y que, por tanto, no puede ser dócil pues cuenta siempre con un valor inédito, rasgo a veces marchito cuando se hace de las frases de Freud, de Lacan o cualquier otro, frases hechas sobre las que no se introduce ninguna pregunta acerca de la lógica que las sustentan. La repetición de las frases y el aprender a repetirlas sin saber de ellas nada más que pronunciarlas, solo aleja a los cándidos candidatos a practicantes del psicoanálisis del discurso psicoanalítico.

En tal sentido, aplicar el método psicoanalítico al propio psicoanálisis, no es otra cosa que interrogar la ética sobre la cual se sostiene el deseo  cuando se toma el riesgo de llamarse psicoanalista.


John James Gómez G.

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