Fragmento del texto: “Lo inconsciente”. Freud, S. (1915). En
Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu Editores. pp. 183.
“El núcleo del Ice consiste en agencias representantes de
pulsión que quieren descargar su investidura; por tanto, en mociones de deseo.
Estas mociones pulsionales están coordinadas entre sí, subsisten unas junto a
las otras sin influirse y no se contradicen entre ellas.”
Comentario:
Los esfuerzos de Freud por hallar las propiedades
particulares de lo que había denominado “sistema inconsciente”, no se
detuvieron nunca en sus elaboraciones. Toda su obra, podríamos decir, está
orientada en esa búsqueda, motivada, lógicamente, por lo que la experiencia
clínica le exigía en torno a la dilucidación de la pregunta por las operaciones
psíquicas. Luego de haber iniciado su camino apoyándose en una noción de
inconsciente meramente descriptiva que luego dejó signada con el nombre de
“preconsciente”, Freud se encontró con un hueso más duro de roer de lo que, tal
vez, él mismo suponía. Y es que si las cosas hubiesen quedado ligadas a ese
inconsciente en el sentido descriptivo, la clínica sería algo sencillo y de
efectos casi perfectos. Bastaría con la rememoración y reintegración de las
representaciones desalojadas luego del conflicto de inconciabilidad, para que
se produjera la anhelada curación. A la luz de esa perspectiva, lo inconsciente
era una anomalía, un grupo psíquico segundo que se formaba por el divorcio
entre la representación y el monto de afecto, lo que facilitaba la represión de
la primera. Así, rememorar la representación ligada a ese falso olvido, a esa
represión, traería la curación al mismo tiempo que la reintegración de una
supuesta unidad psíquica. Pues bien, ese primer momento, en apariencia feliz,
de la clínica freudiana, deparaba problemas que Freud tuvo que develar poco a
poco y que lo llevaron al encuentro con lo incosnciente no todo-reprimido,
estructural, que no es una anomalía, sino la condición misma de lo psíquico.
Más aún, ese inconsciente trae aparejadas dificultades que superan la lógica
clásica y requieren un tratamiento riguroso en cuanto a sus propiedades.
Avanzando por ese camino, el reconocimiento de la
coexistencia de mociones pulsionales, que bien podrían ser contradictorias,
implicó un cuestionamiento al principio de no contradicción propio de la lógica
aristotélica. ¿Cómo es que podrían coexistir esas mociones contradictorias sin
que una de ellas se cancele? En otras palabras, ¿Cómo puede ser que p y no p,
puedan ser ambos verdaderos y sostenerse en una lógica que no por paradójica es
menos efectiva que la lógica clásica? He allí una de las mayores dificultades
de resolver, ante la cual Freud nunca retrocedió, lo que no significa que haya
logrado su resolución.
Mientras el Yo fantasea con la unidad psíquica, la función
del Uno en cuanto a lo inconsciente es lo que puede sostenerse por la
articulación de tres que hacen, al mismo tiempo, uno. Este punto es clave y Freud trató, a su
modo, de articularlo aunque los medios con los que contaban aunados a su
aspiración de hacer el psicoanálisis una ciencia positiva razón por la cual
intentaba siempre hallar algún sustrato biológico, hicieron de su tarea una
aporía. Sin embargo, sus intuiciones fueron suficientes como para que alguien
que se ocupara del problema pudiese apostar por su solución.
La ilusión freudiana de unidad se expresa en lo que
denominó: “realidad psíquica” o, también, “complejo de Edipo”. Ella se superpone
a lo que luego, Lacan, llamó los Nombres del Padre, a saber, esas tres
consistencias real, simbólica e imaginaria, que se encadenan de tal manera que
se sostienen en un nudo en el cual ninguna de las tres es la responsable
primordial del anudamiento. Las tres son, al mismo tiempo, banales y
excepcionales pues cada una encadena a las otras dos y soltando cualquiera de
ellas, las otras dos, inevitablemente, se desanudarán. Ese nudo Borromeo, es el
modelo topológico que permitió a Lacan dilucidar las propiedades fundamentales
del sujeto del inconsciente. La realidad psíquica o el complejo de Edipo, en
Freud, operarían como una cuarta consistencia, un aparente Nombre del Padre,
único, que sería el sostén de las otras tres y que velaría el modo en que se
anudan lo real, lo simbólico y lo imaginario; es sobre esta lógica que se
estructura aquello de lo que el analizante habla en la experiencia analítica. Por
esta razón la operación analítica puede describirse, bien como la articulación
por un discurso que permita prescindir del padre a condición de servirse de él
o, bien como la operación del paso de la realidad psíquica (el cuatro que se
superpone como si fuese el único), a la efectividad del nudo (el tres que es al
mismo tiempo uno).
John James Gómez G.