Fragmento del texto: “Tres ensayos de teoría sexual.” Freud,
S. (1905). En: Obras Completas, vol. VII. Amorrortu Editores. 1979. Pág. 132.
(Tercera parte del comentario).
“[Agregado en 1915:] La investigación psicoanalítica se
opone terminantemente a la tentativa de separar a los homosexuales como una
especie particular de seres humanos.”
Comentario:
Hasta nuestros días, la imposibilidad de escribir sobre lo
que atañe al sexo en los seres humanos es más que notable. En principio, su
escritura se realizaba a través de prácticas que constituían diversos modos
rituales, todos ellos orientados al enaltecimiento de alguna deidad, a la
búsqueda de la fertilidad, a la celebración del triunfo en la batalla, a la
iniciación en la religión o en el campo del saber, cosas que en ocasiones se
encontraban muy cercanas la una de la otra, cuando no eran la misma cosa,
siendo así prácticas sexuales, saber y religión, tres cuestiones distintas que
se anudaban en una sola estructura.
En este sentido, desde la antigüedad, la interrogación por el lugar del sexo ha estado presente y, en principio, su concepción no se definió siempre por la procreación, aunque ello fuera una consecuencia natural del encuentro genital entre hombres y mujeres, sino por la condición erótica misma de lazo al otro, indiferentemente de la pareja con la que se llevara adelante el encuentro, fuesen dichas parejas constituidas por humanos y animales, mujeres y mujeres, hombres y hombres, hombres y mujeres, humanos y cualquier objeto inanimado y, sobretodo, por los humanos y sus fantasías.
Ese modo diverso que planteaba el hecho de que en lo humano
el sexo no tiene como límite el fin natural, ha llevado a la tendencia absurda
de juzgar a los antiguos como salvajes o, incluso en algunos casos, como
culturas decadentes y carentes de moralidad. Nada más alejado de la sensatez,
pues tales juicios son en buena medida la consecuencia derivada de la tardía
moralidad romana que, hecha cristianismo, intentó desesperadamente imponer una
serie de falacias basadas en la moral eugenésica y en la idea de que las leyes
por las que el sexo debía regirse en los seres humanos, eran las mismas con las
que se regía en la naturaleza no humana. Macho y hembra serían la pareja correcta,
la anatomía definiría el sexo y, los niños, como los ángeles, estarían carentes
de cualquier deseo o rasgo erótico. Todo ello a pesar que en los propios
monasterios no se actuara conforme a lo que se profesaba, que en la
cotidianidad del lazo social se revelara la falacia de la naturaleza sexual
humana, y a que las nodrizas supiesen muy bien que los niños, desde muy
temprano, se encontraban invadidos por una poderosa curiosidad acerca del
erotismo a la vez que era evidente que su cuerpo mismo estaba ya erotizado
desde el momento en que el lenguaje los había tocado. Se intentó de diversas formas velar por
siglos el desarreglo entre el sexo en lo humano y los ideales fundados en los
fines naturales de la sexualidad.
En los inicios de la modernidad, solo Sade y algunos otros,
osaron decir y escribir abiertamente lo que todos sabían íntimamente, a saber,
que cuando del sexo se trata, cada uno encuentra modos singulares de gozar y
que, en muchas ocasiones, el sentimiento de culpabilidad derivado del choque de
dichos modos de gozar con los preceptos de los imperativos morales, se guardaba
celosamente y con gran temor de ser descubiertos, aunque no se hubiese pasado
del mero fantaseo. Cosa que no deja de suceder hasta nuestros días.
Es así que Freud, en contravía de lo que la moral sexual
cultural le imponía, arriesgó todo por intentar escribir, ya no con prácticas
rituales ni con cánones morales, lo que el sexo revela de su imposibilidad. El
escándalo lo rodeó siempre al punto de ser tildado de pansexualista, aunque
aquellos que así lo juzgan, aún hoy, no puedan negar que, en secreto, ese
desarreglo en el goce sexual los habita, los interroga y, en ocasiones, los
mortifica, aunque intenten aparentar que están muy seguros de todo cuanto les
compete al respecto. Si algo puso en evidencia el trabajo de Freud es que,
cuando del sexo se trata, no hay nadie que pueda escribir todo sobre ello. Que
la diferencia anatómica no determina nada y que cualquier objeto, por absurdo
que parezca, puede servir a los fines del goce sexual.
John James Gómez G.
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