viernes, 21 de febrero de 2014

Fragmento del texto: “Tres ensayos de teoría sexual.” Freud, S. (1905). En: Obras Completas, vol. VII. Amorrortu Editores. 1979. Pág. 132. (Tercera parte del comentario).

“[Agregado en 1915:] La investigación psicoanalítica se opone terminantemente a la tentativa de separar a los homosexuales como una especie particular de seres humanos.”

Comentario:

Hasta nuestros días, la imposibilidad de escribir sobre lo que atañe al sexo en los seres humanos es más que notable. En principio, su escritura se realizaba a través de prácticas que constituían diversos modos rituales, todos ellos orientados al enaltecimiento de alguna deidad, a la búsqueda de la fertilidad, a la celebración del triunfo en la batalla, a la iniciación en la religión o en el campo del saber, cosas que en ocasiones se encontraban muy cercanas la una de la otra, cuando no eran la misma cosa, siendo así prácticas sexuales, saber y religión, tres cuestiones distintas que se anudaban en una sola estructura.

En este sentido, desde la antigüedad, la interrogación por el lugar del sexo ha estado presente y, en principio, su concepción no se definió siempre por la procreación, aunque ello fuera una consecuencia natural del encuentro genital entre hombres y mujeres, sino por la condición erótica misma de lazo al otro, indiferentemente de la pareja con la que se llevara adelante el encuentro, fuesen dichas parejas constituidas por humanos y animales, mujeres y mujeres, hombres y hombres, hombres y mujeres, humanos y cualquier objeto inanimado y, sobretodo, por los humanos y sus fantasías.

Ese modo diverso que planteaba el hecho de que en lo humano el sexo no tiene como límite el fin natural, ha llevado a la tendencia absurda de juzgar a los antiguos como salvajes o, incluso en algunos casos, como culturas decadentes y carentes de moralidad. Nada más alejado de la sensatez, pues tales juicios son en buena medida la consecuencia derivada de la tardía moralidad romana que, hecha cristianismo, intentó desesperadamente imponer una serie de falacias basadas en la moral eugenésica y en la idea de que las leyes por las que el sexo debía regirse en los seres humanos, eran las mismas con las que se regía en la naturaleza no humana. Macho y hembra serían la pareja correcta, la anatomía definiría el sexo y, los niños, como los ángeles, estarían carentes de cualquier deseo o rasgo erótico. Todo ello a pesar que en los propios monasterios no se actuara conforme a lo que se profesaba, que en la cotidianidad del lazo social se revelara la falacia de la naturaleza sexual humana, y a que las nodrizas supiesen muy bien que los niños, desde muy temprano, se encontraban invadidos por una poderosa curiosidad acerca del erotismo a la vez que era evidente que su cuerpo mismo estaba ya erotizado desde el momento en que el lenguaje los había tocado.  Se intentó de diversas formas velar por siglos el desarreglo entre el sexo en lo humano y los ideales fundados en los fines naturales de la sexualidad.

En los inicios de la modernidad, solo Sade y algunos otros, osaron decir y escribir abiertamente lo que todos sabían íntimamente, a saber, que cuando del sexo se trata, cada uno encuentra modos singulares de gozar y que, en muchas ocasiones, el sentimiento de culpabilidad derivado del choque de dichos modos de gozar con los preceptos de los imperativos morales, se guardaba celosamente y con gran temor de ser descubiertos, aunque no se hubiese pasado del mero fantaseo. Cosa que no deja de suceder hasta nuestros días.

Es así que Freud, en contravía de lo que la moral sexual cultural le imponía, arriesgó todo por intentar escribir, ya no con prácticas rituales ni con cánones morales, lo que el sexo revela de su imposibilidad. El escándalo lo rodeó siempre al punto de ser tildado de pansexualista, aunque aquellos que así lo juzgan, aún hoy, no puedan negar que, en secreto, ese desarreglo en el goce sexual los habita, los interroga y, en ocasiones, los mortifica, aunque intenten aparentar que están muy seguros de todo cuanto les compete al respecto. Si algo puso en evidencia el trabajo de Freud es que, cuando del sexo se trata, no hay nadie que pueda escribir todo sobre ello. Que la diferencia anatómica no determina nada y que cualquier objeto, por absurdo que parezca, puede servir a los fines del goce sexual.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....