Fragmento del texto: “El creador literario y el fantaseo.”
Freud, S. (1908). En: Obras Completas, vol. IX. Amorrtu Editores. 1979. Pág. 129.
“El jugar del niño estaba dirigido por deseos, en verdad
por un solo deseo que ayuda a su educación; helo aquí: ser grande y adulto.
Juega siempre a ‘ser grande’, imita en el juego lo que le ha devenido familiar
de la vida de los mayores. Ahora bien, no hay razón alguna para esconder ese
deseo. Diverso es el caso del adulto; por una parte, este sabe lo que de él
esperan; que ya no juegue ni fantasee, sino que actúe en el mundo real; por la
otra, entre los deseos productores de sus fantasías hay muchos que se ve precisado
a esconder; entonces su fantasear lo avergüenza por infantil y por no
permitido.”
Comentario:
El adulto guarda su fantasía sólo para sí, pues supone que
al hacerla saber, será juzgado y rechazado por el otro, sin alcanzar a
vislumbrar que ese otro del cual espera ese rechazo, padece también en silencio
sus propias fantasías y su propio superyó.
Lo que diferencia a cualquier adulto, del poeta, y que hace que el primero mantenga su fantasía como agente de preocupación y la padezca como un pesado secreto, es precisamente que el poeta encuentra en su creación la posibilidad de poner de manifiesto aquello que el primero guarda desesperadamente. El poeta lleva su fantasía del plano imaginario a un plano de elaboración simbólica en el que pone su fantasía como un dicho por el cual el otro se siente llamado, y que representa ahora una forma de novedad. Dicho en otras palabras, lo novedoso de la obra del poeta estaría dado por el hecho de poner a hablar su fantasía, y no conservarla como agente mortificante. Eso siniestro que habla a través de su creación, servirá para que el lector encuentre un punto de identificación con el cual la mortificación causada por su fantasía, se vea en buena medida apaciguada; se genera así entre el poeta y el lector un nudo inconsciente.
Lo que diferencia a cualquier adulto, del poeta, y que hace que el primero mantenga su fantasía como agente de preocupación y la padezca como un pesado secreto, es precisamente que el poeta encuentra en su creación la posibilidad de poner de manifiesto aquello que el primero guarda desesperadamente. El poeta lleva su fantasía del plano imaginario a un plano de elaboración simbólica en el que pone su fantasía como un dicho por el cual el otro se siente llamado, y que representa ahora una forma de novedad. Dicho en otras palabras, lo novedoso de la obra del poeta estaría dado por el hecho de poner a hablar su fantasía, y no conservarla como agente mortificante. Eso siniestro que habla a través de su creación, servirá para que el lector encuentre un punto de identificación con el cual la mortificación causada por su fantasía, se vea en buena medida apaciguada; se genera así entre el poeta y el lector un nudo inconsciente.
Lo maravilloso de todo ello, radica en la extensa
posibilidad que el “parlêtre”, ese ser que habla y usa letras, tiene de hacer a
partir de aquello que lo horroriza, la base de un amplio capital reflejado en
su producción cultural.
La inspiración del artista se funda sobre la posibilidad de
mantener como legítimo lo inasible del deseo en que se sostiene su fantasía.
Posición que, por demás, denota su destreza para hacer de lo imposible algo que
puede ser escrito, de lo horroroso algo bello; así como el escultor en un trozo
indefinido de roca puede ver la figura más preciosa y llena de detalles. Mientras
tanto el neurótico que sufre tendrá que padecer su imposibilidad, allí donde la
culpabilidad se impone como límite que lo separa de la responsabilidad de su
deseo, esperando que en algún punto su fantasía se encuentre reflejada en el
dicho de otro que ha encontrado la manera de saber hacer con lo siniestro que lo
habita.
Sin embargo, no hay que hacernos ideales. No debe extrañarnos que, en ocasiones, el poeta sucumba ante lo insoportable de aquello que lo empuja a escribir y, en tales casos, el padecimiento puede devenir de manera igualmente siniestra. Así, no puede ser la sublimación tomada como modelo idealizado de una ética del bien decir, razón por la cual un análisis no consiste en devenir poeta.
Sin embargo, no hay que hacernos ideales. No debe extrañarnos que, en ocasiones, el poeta sucumba ante lo insoportable de aquello que lo empuja a escribir y, en tales casos, el padecimiento puede devenir de manera igualmente siniestra. Así, no puede ser la sublimación tomada como modelo idealizado de una ética del bien decir, razón por la cual un análisis no consiste en devenir poeta.
John James Gómez G.
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