Fragmento del texto: “La pregunta histérica”. Lacan, J.
(1955-56). En: Las Psicosis. El seminario, libro 3. Editorial Paidós. 1984.
“Lo que constituye el campo analítico es idéntico a lo que
constituye el fenómeno analítico, a saber, el síntoma.”
Comentario:
Entre las diferentes formaciones del inconsciente, aquellas
a las que Freud prestó la merecida atención, el síntoma tuvo, por principio, un
estatuto fundamental. Es cierto que tal estatuto no deja en segundo plano al
lapsus, al equívoco, al chiste, mucho menos al sueño. Sin embargo, el síntoma
convocaba un acontecimiento singular, aquel por el que alguien que padece se
dirige a otro con una demanda de curación. No debe parecernos extraños
que Freud mismo haya expresado la sugerencia de evitar el furor de curar, si
se considera que en la experiencia inaugurada por él, el síntoma implica que
hay un “campo”, cuestión que no deja de enfatizar Lacan. Se trata de un campo, en el
sentido de la física, disciplina en la que una noción tal se hizo necesaria
para explicar los diversos modos de interacciones que se producen entre los
cuerpos sin que haya entre ellos algún tipo de sustento que dé cuenta de contacto físico. La elección hecha por Lacan del título de uno de sus escritos:
“Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, indica
precisamente que el campo en cuestión, en el psicoanálisis, es el del lenguaje. Dejemos de lado por
lo pronto "la función", que no es otra que la de la palabra en tanto función imaginaria del falo simbólico.
El campo del lenguaje requiere de los movimiento de ciertas
cantidades de energía y con ella de una “materialidad”, a saber, la
materialidad del significante. Ese es el punto en relación con el cual el
síntoma se sostiene. Esto implica una concepción del síntoma diversa a la de una
manifestación subjetiva expresada por alguien acerca de la percepción que tiene
de ciertos cambios que lo afectan acerca del algo que se consideraría "anormal".
Se trata, en este caso, del síntoma en tanto modo de “interacción”; el síntoma
como modo de lazo al Otro, sirviéndose de los otros en tanto objetos imaginarios para la satisfacción pulsional. En tal sentido su función puede ser, en efecto, la de
sostener al sujeto allí donde es necesario que se dirija al Otro. Podríamos
decir, incluso, que cuando se trata de la experiencia analítica, el punto donde
el síntoma se revela no es aquel donde funciona sino donde algo de su función
fracasa. El tambaleo del síntoma, interroga al Yo, le hace preguntarse acerca del
sinsentido constituyente allí donde, otrora, creía tener “la sartén por el
mango”. Se hace necesario entonces hablar del síntoma analítico, fenómeno que, si
se produce, hace existir el campo
analítico. “Eso” (Ello) habla. Por tanto, el síntoma en el campo analítico implica, no que se suponga que se puede atribuir un sentido al síntoma, algún tipo de
significado que explicaría su origen, sino, que se trata de tomar al síntoma,
como al sueño, en tanto habla y que, a su vez, puede ser leído. Es así
como se reconoce su estatuto sin apresurar algún tipo de intención de
imaginarizar su sentido, sino, de situarlo en relación a los movimientos en el
campo del lenguaje y por los desplazamientos significantes que lo sostienen.
Por tanto, no basta evitar apresurarse a curar, es necesario, además, no
apresurarse a comprender, pues un apresuramiento tal colmaría con sentido e implicaría silenciar lo que podría dar cuenta de los modos de interacciones que el síntoma constituye en el lazo con los
otros, en el campo del Otro.
John James Gómez G.
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