Fragmento del texto: “El malestar en la cultura”. Freud, S.
(1930). En: Obras Completas, vol. XXI. Amorrotu Editores. 1979. Pág. 75.
“La vida, como nos es
impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas
insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. («Eso no anda
sin construcciones auxiliares», nos ha dicho Theodor Fontane.) Los hay, quizá,
de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra
miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias
embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. Algo de este tipo es
indispensable.”
Comentario:
La vida está marcada por
la muerte. Ella coloca un límite, brinda la condición de finitud y, en tal
sentido, es sentida con temor al punto de querer olvidarla. Claro está, no
es esa la única razón de temor en la existencia humana, pero resulta crucial
pues, por el lenguaje, la muerte mortifica el cuerpo aun cuando éste diste todavía mucho de llegar a su finitud. Es tal su fuerza que no deja de
interrogar el sentido mismo de existir, siendo evidente el afán humano por
sostener alguna ilusión que permita hacer soportables sus efectos.
Así, el Yo, fascinado
con su propia imagen en la que se embelesa con la ilusión de consciencia plena y total
dominio de sí, no siempre logra soportar con facilidad la idea de su propia
ausencia en el universo. No es extraño escuchar, cuando se trata de la
experiencia que el psicoanálisis posibilita, que las personas se interroguen
acerca del sinsentido que se pone de manifiesto en el hecho garantizado de que la imagen
de sí, su Yo, dejará de existir y que ello está fuera de su control. Sin duda es algo de lo que todos prefieren desentenderse, tanto como de aquellas pequeñas cosas en la vida que recuerdan que, tanto como la muerte, la vida misma está fuera de la posibilidad de total control. Es
el punto de una imposibilidad radical ante la cual no hay forma alguna de
dominio pleno.
Distraerse de la vida
es, entonces, un modo de desentenderse de la muerte. Es por ello que una época
como la nuestra, cargada de excesos de imágenes que hacen creer en presencias
perpetuas, acompañadas de velocidades informáticas que velan el carácter de la
ausencia, no puede ser algo más que propicio para los padecimientos neuróticos. Difícilmente
se soporta un segundo de espera. Se ha pasado de meses enteros en los que se
debía esperar la llegada de una carta que viajaba en barco de un continente a
otro, a personas desesperadas que no pueden soportar que sus parejas tarden un
par de minutos en responder al “whatsaap” o cualquiera otro de los modos de
ilusión de omnipresencia y ubicuidad actuales.
Debido a eso
insoportable se trata de vivir como si se fuese eterno, lo que conlleva
inevitablemente el aplazamiento del deseo. Vivir como si se fuese eterno, o
incluso como vivir como si se estuviera muerto, hacen de la culpabilidad por el
aplazamiento del deseo, el mayor padecimiento del neurótico.
El siglo XXI promete la
felicidad, vía adormecimiento por medicamentos o drogas en general, o bien a
través de la ilusión de presencias absolutas basadas en la tecnología, pero
también, como ha ocurrido desde tiempos remotos, prometiendo la presencia eterna de un Yo
que podría ir más allá de esta vida para retornar a la plenitud de un paraíso perdido.
Y si no se es feliz o se siente algo de tristeza, sería porque se está enfermo,
dice el sagrado manual de enfermedades (DSM V). Se rechaza así el no-todo, la
angustia, la castración e, irónicamente, es imposible parar de preguntarse
por qué la civilización parece cada vez más cargada de malestares, lo que ha
puesto de moda todo lo que sea psicosocial o del tipo de una suerte de “psicosis-social.”
El Yo se entrega a los
porvenires de ilusiones que sirvan de “quitapenas” pues no logra soportar lo
imposible que retorna una y otra vez enfrentándolo a la angustia. “Hacerse el
loco” parece la salida más práctica y sin embargo resulta la más padeciente.
Sin embargo, se la prefiere antes que asumir cualquier responsabilidad que
implique la pregunta por ese sinsentido fundante de la existencia.
John James Gómez G.
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