miércoles, 26 de febrero de 2014

Fragmento del texto: “El amo y la histérica”. Lacan, J. (1969-70). En: El Reverso del Psicoanálisis. El Seminario, libro 17. Editorial Paidós. Pág. 30. (Segunda parte del comentario).

“Lo que descubrimos en la menor experiencia del psicoanálisis es ciertamente del orden del saber y no del conocimiento o de la representación”.

Comentario:

Continuo con el comentario suscitado a partir del artículo ¡Profesores, los necesitamos!, con el que inicié el lunes pasado. Señalé en el comentario anterior la dificultad que implica el oficio de educar, su imposibilidad y su particularidad en relación con el discurso común. La representación construida a partir de tal discurso invita a una repetición sin sentido, al abandono de todo saber. Y puede parecer extraño que se plantee la diferencia entre el conocimiento y el saber a pesar que en nuestra época se confunda, incluso, el conocimiento con la información. Cada vez resulta más difícil poner las cosas en su lugar. Y a pesar de lo que pueda pregonarse, es evidente que no hay muchas personas a quienes interese hacerlo. Por lo pronto, solo diré que la información circula por las vías del ciberespacio a velocidades difícilmente calculables y, cuanto más rápido lo hace, menos se interroga el Yo sobre su relación con esa información que pasa ante sus ojos; ella lo obnubila brindándole la dicha que le proporciona creer que sabe algo, mientras se regocija en su pasión por la ignorancia.  Resulta un hecho constatable que el supuesto de que el acceso abierto a la información proveería algún tipo de deseo de saber, no es otra cosa que ilusión falaz. Basta dar una mirada a las tareas escolares que consisten en el hoy afamado “copiar” y “pegar” para percatarse de la ingenuidad que implica suponer que ofertar información conllevaría algún acceso al conocimiento o, más aún, alguna interrogación por el saber. De hecho, pareciese que no hay más interrogación desde el mismo momento en que “Google” puede responder a cualquier cosa que se le pregunte, incluso, sugiriéndole al consultante, las variantes posibles ante su pregunta cuando los algoritmos captan una posibilidad de error en la formulación; aparece entonces el omnisapiente letrero “Quizás quisiste decir…”

El conocimiento no tiene mucho que ver con el saber. El primero trae aparejada una idea de exceso basada en la ilusión de que puede conocerse el objeto. No obstante, esto implica tomar el objeto en tanto objeto de conocimiento, lo que significa tratar de silenciar el acontecimiento de lo que no se enmarca en la regularidad que podría ser descripta a partir de leyes. La anhelada regularidad que llevaría a la posibilidad de la predicción es el horizonte. Así, se intenta prevenir mientras, sin saber cómo, el acontecimiento sigue sorprendiendo pues incrementa su ferocidad y su aparición es cada vez más estridente. Sea como fuere, el conocimiento hace imagen de que se puede tener algún control y nada fascina más al Yo que esa imagen idealizada. Bien vale preguntarse si es esa ilusión de control la que hace suponer al autor del artículo que estaría en el deber de llamar a los profesores. Pero, aclara el autor, que la obscuridad con que se presenta el conocimiento es un obstáculo que debe vencerse. Esto no debe extrañarnos si consideramos que actualmente el ideal del ready made y el elogio de la facilidad es el equivalente de la felicidad. Si no es fácil y rápido, si no se entrega casi listo, entonces no vale la pena y es mejor dejarlo de lado. Que otros se ocupen de eso que por su dificultad parece no servir para nada. Y así se olvida rápidamente que la inteligencia no es otra cosa que intentar hacer inteligible lo que parece ininteligible. La inteligencia parece extinguirse mientras la tecnología y la información abundan...

El saber por su parte, no puede producirse sino sobre un objeto que falta y que existe aunque carezca de ser o no pueda ser captado por los sentidos, no sobre un objeto de conocimiento. Sobre ello intentaré mencionar algunas cuestiones en el comentario del próximo viernes.

John James Gómez G.


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