lunes, 10 de febrero de 2014

Fragmento del texto: “Lo inconsciente”. Freud, S. (1915). En: Obras Completas, vol. XIV. Amorrotu Editores. 1979. Pág. 161.

“¿De qué modo podemos llegar a conocer lo inconciente? Desde luego, lo conocemos sólo como conciente, después que ha experimentado una trasposición o traducción a lo conciente. El trabajo psicoanalítico nos brinda todos los días la experiencia de que esa traducción es posible.”

Comentario:

Ya desde el año 1900, Freud presentaba su idea de lo inconsciente como un texto. Indicó en aquel entonces los mecanismos clave de su operación (condensación y desplazamiento) y se propuso la tarea de lograr una traducción de lo que, en los sueños, aparecía a manera de imagen que luego advenía como texto en el momento mismo en que se constituía como relato contado por el soñante. Dicho relato era considerado por Freud el “contenido manifiesto” del sueño y el trabajo de interpretación debía apuntar, entonces, a la traducción de su “contenido latente”. Así, tomó al sueño como modo princeps dentro del grupo de las formaciones del inconsciente y a la traducción de lo manifiesto a lo latente como modelo de la interpretación.

Luego, en el período de lo que se denominó su "metapsicología", Freud presentó nuevamente esta idea, a pesar de que se había encontrado con el obstáculo de que no todo lo inconsciente es reprimido y, por tanto, no siempre aparecen retoños que sirvan a los fines de alguna traducción y que, cuando alguna traducción parece posible, ocurre que siempre algo resta como intraducible. Ese punto en particular implicó un cambio radical en la concepción freudiana de lo inconsciente, que devino no-todo reprimido, y con él llegaron nuevos obstáculos para el trabajo clínico.

Así, un punto resulta fundamental de ser señalado y es, por lo pronto, al que me atendré en este comentario. Se trata específicamente del hecho de que el inconsciente sea no-todo reprimido, implica que no es propiamente traducible y que siempre quedará un resto intraducible. Pero, además, dicha traducción no es, ni siquiera, algo que pueda constituir propiamente un significado pues de ella siempre algo se deslizará hacia la imposibilidad de un sentido pleno. Si de algo es responsable Lacan en cuanto a la clínica psicoanalítica, es en haber devuelto el trabajo psicoanalítico a ese punto olvidado por los posfreudianos que, entronizando al Yo, habían caído rápidamente en la ilusión de un inconsciente plenamente traducible en cuanto significado, quedando así atrapados en el campo de lo imaginario y de los ideales. Dicho de otra manera, se habían alejado de la experiencia freudiana, olvidando el descubrimiento de lo inconsciente en cuanto no-todo reprimido, orientándolo hacia la adaptación a los significados idealizados, ocultando así que si algo revela aquello propiamente inconsciente,  eso pulsional, es que no se adapta y que de allí es, justamente, de donde es posible que el saber no sabido advenga, claro está, siempre incompleto.

Es así que la lectura que Lacan hace de Freud requirió no sólo de un retorno a lo más fundamental de su experiencia, sino también, una relectura de Freud sirviéndose de las claves que, entre otras cosas, la teoría de los incorporales que en la antigüedad propusieron los Estoicos, ofrecen. De los cuatro incorporales señalados en el Estoicismo Antiguo, todos ellos articulados claramente en el retorno de Lacan a Freud, el “Lekton” (expresable), permite dar cuenta de modo ejemplar de la imposibilidad que se juega en cualquier traducción. Un modo de aclarar el sentido de dicho incorporal sería entendiéndolo como “lo que el extranjero no puede entender”. Es decir, aquello que por no hacer parte de lalengua propia, resulta incomprensible y que, en muchas ocasiones, resulta intraducible; cuestión además evidente para cualquiera que haya intentado traducir un texto de un idioma a otro; no importa cuanto busque y se esfuerce, siempre algo se pierde en la traducción; algo restará. Pues bien, Lacan presta gran atención a ello y, además, lo lleva al extremo radical que Freud puso al descubierto con la experiencia psicoanalítica, a saber, que cada uno habla su lengua aunque se hable el mismo idioma que otros y, por tanto, el psicoanalista no debe suponer que entiende el significado de lo que el psicoanalizante dice. El psicoanalista es un “extranjero” en relación a esa lengua que el psicoanalizante habla. Más aún, el Yo en su modo consciente, que cree poder captar los significados de sus propios dichos, resulta sorprendido por el hecho constatable de que no es amo en su propia casa y que es un extranjero de sí mismo pues existe lo inconsciente. Por tanto, ni siquiera el propio Yo puede traducir por completo el texto de lo inconsciente que le es constituyente. El sentido siempre se desplazará de un lugar a otro y por tanto, a diferencia de lo que planteó Saussure, un significante no remite a un significado, sino que siempre remitirá a otro significante. 

John James Gómez G.   

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