Fragmento del texto: “Saber, Verdad, Ignorancia y Goce.”
Lacan, J. (1971). En: Hablo a las Paredes. Editorial Paidós. 2012. Pág. 28.
(Tercera parte del comentario, a partir de la reflexión
suscitada por el artículo “Profesores, los necesitamos”).[1]
“El saber no sabido del que se trata en el psicoanálisis es
un saber que efectivamente se articula, que está estructurado como un
lenguaje.”
Comentario:
Avanzar a propósito de la pregunta por lo que se juega en
una demanda que procede de un cierto modo del discurso común, digámoslo ahora,
el periodismo, es algo necesario aunque su autor haya ganado dos premios
Pulitzer o, incluso, tanto más importante resulte interrogar el imperativo de
su demanda, justamente por ello.
Que un profesor intenta educar y que su quehacer se juega
entre la representación y el conocimiento, es algo que puede demostrarse no
sólo por la lógica misma de su acto sino también por lo que de ello resulta y
resuena por todas partes en sus consecuencias. Lo que está lejos de entrar en el
registro de lo que puede nombrarse como “educación”, buena o mala, es otra
cosa; se trata del saber. No es una palabra nueva. Ya los antiguos filósofos la
llevaban consigo como amada, si recordamos la etimología a la que su oficio los
ligaba: amor a la sabiduría. No obstante, salta a la vista que amar la sabiduría, ser sabio, e interrogarse por el saber, no necesariamente son la misma cosa. Claro está, en aquella época no
abundaban los sabios. De hecho, habría una contradicción entre amar la
sabiduría y ser un sabio pues, de devenir lo segundo, el amor se detiene.
Ellos
se ocupaban de la lengua, de su lengua común, por tanto, si se trataba de los
griegos, la lengua griega sería aquello en lo que se estructuraba algún saber posible, y buena parte de su interés estaba en poder reconocer la lógica de esa
estructura. Llamaban "Bárbaros" precisamente a todos aquellos quienes no se
tomaban en serio el estudio de la lengua ni del saber que con ella se
estructura. No porque los consideraran analfabetas, sino porque, en muchos de los casos, no manifestaban interés en el reconocimiento del saber que estaba ligado a la
estructura en juego cuando se trataba del lenguaje. Lo que se esperaba del
saber logrado por ese estudio de la lógica que se estructura como un lenguaje,
era el acceso a lo que denominaban el “arte de vivir”. Por fortuna no están
ellos hoy para juzgarnos, pues seguramente la mayoría pasaríamos fácilmente por
bárbaros.
Y me arriesgo a decir que pasaríamos por bárbaros debido a lo fácil que es notar hoy cuan poco interesa el saber, aunque, tal como era de
esperarse, en nuestra época sí abunden los que se toman a sí mismos por “sabios”, es decir, quienes están
tan seguros del saber sabido que olvidaron por completo que el saber no puede
producirse sino porque, el mismo, no se sabe. No hace mucho escuchaba a alguien
decir una frase "romántica" de aquellas que tanto gustan a las ilusiones
narcisistas: “…ahora ya con la sabiduría que dan los años y el haber terminado
análisis…”. Tal vez la idea falaz, que a veces motiva a demandar un psicoanálisis, sería el anhelo de alcanzar la sabiduría para sentirse autorizado a pregonar que se es sabio. De ser así, es muy
probable que en esa búsqueda toda producción de algún saber posible se obture,
produciendo así la ilusión de que se es un sabio. ¿Cómo podría ser posible
la sabiduría si el saber del que se trata en psicoanálisis es precisamente un saber
que no se sabe, lo que no significa que no se articule de algún modo?
Que ese saber no sabido (unwebusst), es decir inconsciente,
se estructura como un lenguaje, implica que el punto crucial que lo articula es
una gramática y una lógica. No se trata de los significados de las palabras,
sino de cómo se ordena la lógica de una sintaxis que lleva a deslizamientos que van más allá de
cualquier intención consciente y que revelan que allí donde se estaba seguro de
saber algo, de tener un discurso común bien formulado, de "tener la sartén por el mango", el equívoco, el sueño,
el síntoma, pero sobre todo el deseo y el goce, insisten interrogando ese supuesto saber, haciendo caer la
ilusión de que ese saber era sabido y dejando al descubierto que el saber no
puede definirse sino por ser, paradójicamente, no sabido. Así, tomarse a sí mismo por sabio puede estar tan cerca de la tontería o de la locura, como tomarse a sí mismo por Napoleón, para poner un ejemplo caricaturesco.
Será necesario decir algunas cuestiones más a propósito de
ese saber no sabido, (aunque reconozca que siempre es imposible decirlo todo) que se estructura como un lenguaje, sobre todo si se
reconoce que allí se produce la homofonía entre “como un lenguaje” y “común
lenguaje”. Y habría que preguntarnos en qué podría diferenciarse el lenguaje
común de lo que, hasta ahora, he venido llamando discurso común. Para ello,
será necesario continuar con un cuarto comentario; eso será el próximo lunes.
John James Gómez G.