Fragmento del texto: “La perturbación psicógena de la visión
según el psicoanálisis”. Freud, S. (1910). En: Obras Completas. Amorrortu
Editores. 1979. pp. 213 [Tercera parte del comentario]
“El placer sexual no se anuda meramente a la función de los
genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acción de comer y de la
comunicación lingüística, y los ojos no sólo perciben las alteraciones del
mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también las
propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la
condición de objetos de la elección amorosa: sus «encantos».”
Comentario:
Ganar un cuerpo, como sustancia gozante, cercena la
posibilidad de que exista un objeto para la saciedad de los apetitos, lo que
sería suficiente para el silenciamiento de las necesidades orgánicas. No se
trata ya de un organismo y la búsqueda de saciar de sus necesidades. A partir
de ese momento, en que hay cuerpo, se trata, en cambio, de la relación entre la
demanda y la satisfacción. Por lo tanto, si hay pulsión, es en la medida en que
tiende a constituirse una respuesta del sujeto a esa demanda que viene del Otro
($<>D), es decir, de ese lugar desde el cual es posible formular un
llamado que opera como imperativo enunciando una falta: “!tú me faltas,
respóndeme reconociendo que escuchas mi llamado, responde a mi cl-amor!”. Así,
entre ese llamado y esa respuesta posible, se produce un desgarramiento entre
la necesidad y la demanda. Es en ese desgarramiento, en esa hiancia, donde
ex-siste aquello que Lacan llamó "sujeto". Merced de Eso, a la
realizarse la operación de sustracción de la necesidad a la demanda, se produce
también un excedente por lo cual ya no hay objeto que colme, ni a la necesidad
ni a la demanda (objeto a); ese excedente es a lo que llamamos deseo.
Así, los agujeros de los que ese cuerpo está provisto,
operan como lugares para un goce que re-clama más goce, a la vez que se
manifiestan como la marca inconmensurable del deseo. El ojo se fascina
(fascinus-phallus) con los brillos y los destellos de objetos que no valen nada
para la necesidad pero que provocan un goce que no para de insistir en
repetirse. El oído no deja de inquietar el alma ante los llamados que resuenan
en él como cl-amor, desde el grito hasta las voces culpabilizantes del superyó.
La boca no para de hacer peticiones, y de re-petir su insolencia para después
tropezar en dichos que hablan de la imposiblidad y la impotencia pero también
de lo incomprensible del goce y de lo enigmático del deseo. El ano no para de
gozar, haciendo estremecer al Yo con la pregunta por un pudor que horroriza al
no ceder cuando se quiere o por ceder cuando no se quiere, y que se manifiesta
con revoluciones intestinales, estomacales y esofágicas que pujan por hacer
escuchar lo que el Yo se empeña en desconocer. Las fosas nasales no dejan de
derramar los excesos de un cuerpo que llora, enferma y rechaza el saber con sus
alergias, así como con los momentos en que el a(s)ma lo hace cl-amar un llamado desesperado al
Otro. La angustia no para de hacerse escuchar por revelar que no hay un objeto
que opere como complemento, pues no hay relación sexual. No es otra cosa la
que se pone en escena con el sufrimiento
del que se habla en la experiencia analítica.
John James Gómez G.
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