viernes, 19 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La novela familiar de los neuróticos”. Freud, S. (1909). En Obras Completas, vol. IX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 217 [Primera parte del comentario]

"En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones."

Comentario:

Cada generación intenta reinventar, a su modo, las lógicas de la cultura en la que habita. Esta es una condición necesaria e inevitable, muy a pesar de la queja reiterada de la generación precedente que suele ver en las expresiones, en apariencia nuevas de los modos de vida de sus descendientes, el fin de los valores y el decaimiento de toda moral. Sin embargo, no todo lo que surge es nuevo. Está de por medio aquello que expresa la palabra “aufhebung”, usada por Hegel, a saber, que siempre que algo cambia algo se suprime pero, también, algo se conserva. Tal como Freud lo señaló, el progreso de la sociedad descansa en esa oposición entre ambas generaciones.

En este sentido, vale la pena preguntarse hasta qué punto puede hablarse, de manera contundente, de la caída del discurso del Amo y, también, de la caída del padre. Si las modulaciones y rupturas de cada generación son interpretadas como la caída del padre, haciéndolo equivaler a la caída de ciertas coordenadas de orden moral que estarían implicadas en lo dado por la generación siguiente, tal vez se cometa allí un error crucial, a saber, que se estaría confundiendo al padre de la fantasía edípica, es decir, al padre del superyó, con la ley. Tal y como se nos muestran las cosas hoy en día, incluso entre los psicoanalistas, parece ya común una confusión tal, al punto que no resulta ser muy distinta de aquella confusión denunciada por Lacan, en su época, a propósito de la entronización de lo imaginario y el rechazo de lo simbólico y de lo real.

Resulta, a mi juicio, necesario, cuando del psicoanálisis se trata, no perder de vista que la caída del padre como ideal no debe hacerse equivaler, de suyo, a la caída de la ley. El padre siempre cae, hasta cierto punto, en el paso de una generación a otra. Algo de las coordenadas edípicas de ese padre se suprimen mientras otras se conservan, sin embargo, ello no significa que la ley, es decir, no el padre de la fantasía, sino los Nombres del Padre, como función simbólica, hayan caído. Ellos se erigen en la relación significante que hacen existir la hiancia para que el sujeto ex-sista, no en los ideales de una moral fija, eterna e inmutable, pues esto último sería haber entendido el psicoanálisis como una religión y no como el discurso que puede hacer causa para que el saber inconsciente vaya al encuentro con la verdad, a partir de la producción de los significantes amo. Me parece que no  es otra cosa lo que indica el muy nombrado aforismo de Lacan acerca de que es necesario poder prescindir del padre a condición de servirse de él.


John James Gómez G.

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