Fragmento del texto: “La novela familiar de los neuróticos”.
Freud, S. (1909). En Obras Completas, vol. IX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 217
[Primera parte del comentario]
"En el individuo que crece, su
desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias,
pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se
cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a
cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo
él, en esa oposición entre ambas generaciones."
Comentario:
Cada generación intenta reinventar,
a su modo, las lógicas de la cultura en la que habita. Esta es una condición
necesaria e inevitable, muy a pesar de la queja reiterada de la generación precedente
que suele ver en las expresiones, en apariencia nuevas de los modos de vida de
sus descendientes, el fin de los valores y el decaimiento de toda moral. Sin
embargo, no todo lo que surge es nuevo. Está de por medio aquello que expresa
la palabra “aufhebung”, usada por Hegel, a saber, que siempre que algo cambia
algo se suprime pero, también, algo se conserva. Tal como Freud lo señaló, el
progreso de la sociedad descansa en esa oposición entre ambas generaciones.
En este sentido, vale la pena
preguntarse hasta qué punto puede hablarse, de manera contundente, de la caída
del discurso del Amo y, también, de la caída del padre. Si las modulaciones y
rupturas de cada generación son interpretadas como la caída del padre,
haciéndolo equivaler a la caída de ciertas coordenadas de orden moral que
estarían implicadas en lo dado por la generación siguiente, tal vez se cometa
allí un error crucial, a saber, que se estaría confundiendo al padre de la
fantasía edípica, es decir, al padre del superyó, con la ley. Tal y como se nos
muestran las cosas hoy en día, incluso entre los psicoanalistas, parece ya
común una confusión tal, al punto que no resulta ser muy distinta de aquella
confusión denunciada por Lacan, en su época, a propósito de la entronización de
lo imaginario y el rechazo de lo simbólico y de lo real.
Resulta, a mi juicio, necesario,
cuando del psicoanálisis se trata, no perder de vista que la caída del padre
como ideal no debe hacerse equivaler, de suyo, a la caída de la ley. El padre siempre
cae, hasta cierto punto, en el paso de una generación a otra. Algo de las
coordenadas edípicas de ese padre se suprimen mientras otras se conservan, sin
embargo, ello no significa que la ley, es decir, no el padre de la fantasía,
sino los Nombres del Padre, como función simbólica, hayan caído. Ellos se erigen en la relación
significante que hacen existir la hiancia para que el sujeto ex-sista, no en
los ideales de una moral fija, eterna e inmutable, pues esto último sería haber
entendido el psicoanálisis como una religión y no como el discurso que puede
hacer causa para que el saber inconsciente vaya al encuentro con la verdad, a partir
de la producción de los significantes amo. Me parece que no es otra cosa lo que indica el muy nombrado aforismo
de Lacan acerca de que es necesario poder prescindir del padre a condición de
servirse de él.
John James Gómez G.
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