viernes, 26 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La equivocación del sujeto supuesto saber”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 354 [Primera parte del comentario]

“…el inconsciente no es perder la memoria, es no acordarse de lo que se sabe. Pues hay que decir según el uso del no purista: “yo me acuerdo de ello” [je m’en rapelle] o sea: me llamo [rapelle] al ser (de la representación) a partir de ello. ¿A partir de qué? De un significante.”

Comentario:

Freud, dio cuenta de que lo inconsciente se trata de un falso olvido, es decir, que no poder recordar no implica que, en efecto, se haya perdido la memoria. De hecho, ese punto pone sobre el tapete que puede haber huella de memoria (huella mnémica) sin que haya, de ella, recuerdo. Huella como marca que deja en lugar del recuerdo un significante en el que su presencia se sostiene. Es un hallazgo con consecuencias que aún no logran digerirse, pues el discurso de la ciencia no soporta fácilmente la paradoja, aun a pesar de sus propios hallazgos, como el principio de incertidumbre o la dualidad onda corpúsculo, con los que se muestra cómo algo puede estar ahí a la vez que no está o, de otro lado, cómo algo puede ser, al mismo tiempo, uno y dos. Esa sutileza de la paradoja está en el espíritu mismo del descubrimiento freudiano y no deja de atormentar, a 75 años de la muerte de Freud, los ímpetus narcisistas de nuestra ostentosa humanidad.

Pensar entonces que lo inconsciente no se trata de la pérdida de la memoria sino de “no acordarse de lo que se sabe”, como indica Lacan, introduce la pregunta necesaria acerca de la relación entre lo inconsciente y la verdad. Partamos de la etimología que la verdad arrastra consigo. Alétheia es el no (a) olvido (létheia). Sin embargo, el no olvido no tiene porque ser idéntico al recuerdo y, por su parte, ni siquiera el recuerdo puede ser idéntico a sí mismo. Basta narrar la historia más de una vez para reconocer, como tardíamente lo han hecho los físicos más subversivos, que la cuestión no se trata de la historia sino de una suma de historias. Si la historia es contada más de una vez, es muy probable que, al contarla de nuevo, el contador cambie su posición aunque sea de modo sutil, pero ello bastará para que la historia, como relato de un recuerdo, ponga de manifiesto que dicho recuerdo ya no es el mismo.

Ahora bien, que no se pueda recordar lo que se sabe no significa que por buscar el recuerdo se tenga acceso a la verdad. Es la verdad la que sale al encuentro allí donde no se le busca, donde no se piensa. Esta tiene una condición paradójica pues no puede ser vista de frente. A propósito de ello sugiero la lectura del capítulo V del libro “El sexo y el espanto” (2000), autoría de Pascal Quignard. La verdad tiene que ver con lo que se mira en su desnudez. Y no se trata aquí de la desnudez del cuerpo, aunque en ella se revelen sus recónditos agujeros. Se trata de la desnudez genésica, diremos, incluso, eugenésica. Desnudez como agujero que marca en el origen el sinsentido, el hecho de que no hay el buen origen, aunque el Yo anhele un origen divino, inmaculado, pío y pletórico de sentido. La verdad, el no olvido de aquello que no se recuerda que se sabe, lo inconsciente, se trata precisamente de lo insoportable de esa falta, con todos los sentidos posibles que la palabra “falta” conlleva.

John James Gómez G. 

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