Fragmento del texto: “La equivocación del sujeto supuesto
saber”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 354 [Primera parte del comentario]
“…el inconsciente no es perder la memoria, es no acordarse
de lo que se sabe. Pues hay que decir según el uso del no purista: “yo me
acuerdo de ello” [je m’en rapelle] o sea: me llamo [rapelle] al ser (de la
representación) a partir de ello. ¿A partir de qué? De un significante.”
Comentario:
Freud, dio cuenta de que lo inconsciente se trata de un
falso olvido, es decir, que no poder recordar no implica que, en efecto, se
haya perdido la memoria. De hecho, ese punto pone sobre el tapete que puede
haber huella de memoria (huella mnémica) sin que haya, de ella, recuerdo.
Huella como marca que deja en lugar del recuerdo un significante en el que su
presencia se sostiene. Es un hallazgo con consecuencias que aún no logran
digerirse, pues el discurso de la ciencia no soporta fácilmente la paradoja,
aun a pesar de sus propios hallazgos, como el principio de incertidumbre o la
dualidad onda corpúsculo, con los que se muestra cómo algo puede estar ahí a la
vez que no está o, de otro lado, cómo algo puede ser, al mismo tiempo, uno y
dos. Esa sutileza de la paradoja está en el espíritu mismo del descubrimiento
freudiano y no deja de atormentar, a 75 años de la muerte de Freud, los ímpetus
narcisistas de nuestra ostentosa humanidad.
Pensar entonces que lo inconsciente no se trata de la
pérdida de la memoria sino de “no acordarse de lo que se sabe”, como indica
Lacan, introduce la pregunta necesaria acerca de la relación entre lo
inconsciente y la verdad. Partamos de la etimología que la verdad arrastra
consigo. Alétheia es el no (a) olvido (létheia). Sin embargo, el no olvido no
tiene porque ser idéntico al recuerdo y, por su parte, ni siquiera el recuerdo
puede ser idéntico a sí mismo. Basta narrar la historia más de una vez para
reconocer, como tardíamente lo han hecho los físicos más subversivos, que la
cuestión no se trata de la historia sino de una suma de historias. Si la historia
es contada más de una vez, es muy probable que, al contarla de nuevo, el
contador cambie su posición aunque sea de modo sutil, pero ello bastará para
que la historia, como relato de un recuerdo, ponga de manifiesto que dicho
recuerdo ya no es el mismo.
Ahora bien, que no se pueda recordar lo que se sabe no
significa que por buscar el recuerdo se tenga acceso a la verdad. Es la verdad
la que sale al encuentro allí donde no se le busca, donde no se piensa. Esta
tiene una condición paradójica pues no puede ser vista de frente. A propósito
de ello sugiero la lectura del capítulo V del libro “El sexo y el espanto”
(2000), autoría de Pascal Quignard. La verdad tiene que ver con lo que se mira
en su desnudez. Y no se trata aquí de la desnudez del cuerpo, aunque en ella se
revelen sus recónditos agujeros. Se trata de la desnudez genésica, diremos, incluso, eugenésica. Desnudez como agujero que marca en el origen el sinsentido,
el hecho de que no hay el buen origen, aunque el Yo anhele un origen divino,
inmaculado, pío y pletórico de sentido. La verdad, el no olvido de aquello que
no se recuerda que se sabe, lo inconsciente, se trata precisamente de lo
insoportable de esa falta, con todos los sentidos posibles que la palabra
“falta” conlleva.
John James Gómez G.
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