Fragmento del texto: “La perturbación psicógena de la visión
según el psicoanálisis”. Freud, S. (1910). En: Obras Completas. Amorrortu
Editores. 1979. pp. 213 [Primera parte del comentario]
“El placer sexual no se anuda meramente a la función de los
genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acción de comer y de la
comunicación lingüística, y los ojos no sólo perciben las alteraciones del
mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también las
propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la
condición de objetos de la elección amorosa: sus «encantos».”
Comentario:
Con el advenimiento del cristianismo y, a través de él, del
triunfo en Occidente de la moral antigua romana a partir del siglo III d.C., la
sexualidad fue restringida bajo el imperio de una supuesta naturaleza por la
cual su meta estaría claramente determinada, ligada, en ese caso, a la función
biológica, reproductiva, de la maduración genital. Sabemos que no todas las
culturas antiguas trataron la sexualidad de esa manera. Para los griegos y para
algunos pueblos orientales, por ejemplo, la sexualidad contaba con una
concepción sublime que la elevaba al estatuto de una práctica, incluso un arte,
que se extendía mucho más allá de la genitalidad, hacia el goce de un cuerpo
que no se restringe a las funciones fisiológicas. Sin embargo, no debemos ser
ingenuos. A pesar de esa perspectiva, también en aquellas culturas operaban
represiones, censuras, ideales sobre la sexualidad, pero todo ello obedecía a
lógicas distintas, ligadas al pudor y no a la concepción naturalista,
eugenésica y pecaminosa que el cristianismo, a pesar de su incongruente
profesar y no aplicar, se esfuerza en imponer aún en nuestros días.
Fue necesario el escándalo provocado por las afirmaciones de
Freud acerca del papel de la sexualidad en la constitución de lo psíquico y en
la etiología de las neurosis, como también la puesta en escena de la existencia
de una sexualidad infantil, para que el saber silenciado por los diversos
órdenes de discurso sostenidos en la subsistencia de la antigua moral romana en
Occidente, -desde el cristianismo hasta la medicina moderna-, apareciera
irrumpiendo en los oídos sordos de aquellos que, aún siendo ellos mismos
portadores de un goce sexual que no se acomodaba a los ideales eugenésicos y
naturalistas, rechazaban de manera tajante y condenatoria.
Fue así, con el psicoanálisis inventado por Freud, como el reconocimiento de la sexualidad en su
multivocidad y su ligazón con el cuerpo como lugar de goce y no como mero organismo orientado por fines madurativos, implicó el redescubrimiento, pero
también la reescritura, de la lógica misma del sexo a la luz del lazo al que suele llamarse humano. Fue en buena medida, la reescritura de esa lógica, el esfuerzo
sostenido por el trabajo de Freud y continuado por Lacan. Y si algo pudieron
hacer evidente con dicho trabajo fue que para hacer posible una escritura tal,
es necesario, como punto de partida axiomático, reconocer la condición sexual
que existe en la estructura misma del lenguaje y, por tanto, del saber inconsciente.
John James Gómez G.
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