lunes, 29 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La equivocación del sujeto supuesto saber”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 354 [Segunda parte del comentario]

“…el inconsciente no es perder la memoria, es no acordarse de lo que se sabe. Pues hay que decir según el uso del no purista: “yo me acuerdo de ello” [je m’en rapelle] o sea: me llamo [rapelle] al ser (de la representación) a partir de ello. ¿A partir de qué? De un significante.”

Comentario:

¿Cómo puede un significante representar algo de la huella mnémica en la que se sostiene el falso olvido? Y, por otro lado, ¿Todo Ello es susceptible de recuerdo?

A la primera pregunta puede tomársela con toda rigurosidad solo si se comprende que el sujeto poco tiene que ver con los ideales narcisistas del Yo, y que si algo está ahí como falso olvido es porque la estructura multívoca del lenguaje, así como la condición equívoca del significante, hacen que el decir nunca alcance la verdad, es decir la desnudez genésica, pues ella está ahí como agujero. Es en ese punto donde la escucha requiere estar expuesta a la novedad del llamado por el cual el sujeto aparece, entrometiéndose en el camino prevenido que el Yo intenta recorrer, intentando velar el hecho de que, cuando habla, ignora que lo dicho está más allá de sus alcances conscientes.

Veamos un ejemplo para ilustrar el punto en el que el Yo ignora que lo dicho está más allá de sus alcances conscientes. Una mujer, al hablar de sus dificultades para saber hacer en su relación con un hombre que cumple para ella la función de una aflicción, indica que, en esta ocasión, después de muchas rupturas y retornos: “Ahora sí es definitivo. De hecho, en mi casa aún está la moto que es de él.” Es evidente que en el enunciado se presenta una contradictio in adjecto, lo que no significa que Eso sea evidente para el Yo. El uso de la expresión “de hecho”, niega el sintagma precedente: “Ahora sí es definitivo”. Al decir “de hecho, en mi casa aún está la moto que es de él”, se afirma que lo definitivo en juego tiene que ver con que la moto opera allí como significante que sostiene la presencia de la aflicción. No se trata de un “sin embargo”, que implicaría que aún falta algo para que sea definitivo, reconociendo que el sintagma "Ahora sí es definitivo" es más una promesa no realizada que un hecho. Se trata más bien de un “de hecho” que aparece allí como equívoco, un error en el  cálculo del Yo, indicando que hay aún un hecho constatable de su presencia, con el que el Yo intenta desconocer que la ruptura aún no es definitiva. En efecto, esa "moto es de él" un significante que perpetúa su presencia, es decir, la posición de aquella mujer ante su aflicción.

Continuaré con la segunda pregunta en el tercer comentario a propósito del fragmento de “La equivocación del sujeto supuesto saber”.


John James Gómez G.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La equivocación del sujeto supuesto saber”. Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 354 [Primera parte del comentario]

“…el inconsciente no es perder la memoria, es no acordarse de lo que se sabe. Pues hay que decir según el uso del no purista: “yo me acuerdo de ello” [je m’en rapelle] o sea: me llamo [rapelle] al ser (de la representación) a partir de ello. ¿A partir de qué? De un significante.”

Comentario:

Freud, dio cuenta de que lo inconsciente se trata de un falso olvido, es decir, que no poder recordar no implica que, en efecto, se haya perdido la memoria. De hecho, ese punto pone sobre el tapete que puede haber huella de memoria (huella mnémica) sin que haya, de ella, recuerdo. Huella como marca que deja en lugar del recuerdo un significante en el que su presencia se sostiene. Es un hallazgo con consecuencias que aún no logran digerirse, pues el discurso de la ciencia no soporta fácilmente la paradoja, aun a pesar de sus propios hallazgos, como el principio de incertidumbre o la dualidad onda corpúsculo, con los que se muestra cómo algo puede estar ahí a la vez que no está o, de otro lado, cómo algo puede ser, al mismo tiempo, uno y dos. Esa sutileza de la paradoja está en el espíritu mismo del descubrimiento freudiano y no deja de atormentar, a 75 años de la muerte de Freud, los ímpetus narcisistas de nuestra ostentosa humanidad.

Pensar entonces que lo inconsciente no se trata de la pérdida de la memoria sino de “no acordarse de lo que se sabe”, como indica Lacan, introduce la pregunta necesaria acerca de la relación entre lo inconsciente y la verdad. Partamos de la etimología que la verdad arrastra consigo. Alétheia es el no (a) olvido (létheia). Sin embargo, el no olvido no tiene porque ser idéntico al recuerdo y, por su parte, ni siquiera el recuerdo puede ser idéntico a sí mismo. Basta narrar la historia más de una vez para reconocer, como tardíamente lo han hecho los físicos más subversivos, que la cuestión no se trata de la historia sino de una suma de historias. Si la historia es contada más de una vez, es muy probable que, al contarla de nuevo, el contador cambie su posición aunque sea de modo sutil, pero ello bastará para que la historia, como relato de un recuerdo, ponga de manifiesto que dicho recuerdo ya no es el mismo.

Ahora bien, que no se pueda recordar lo que se sabe no significa que por buscar el recuerdo se tenga acceso a la verdad. Es la verdad la que sale al encuentro allí donde no se le busca, donde no se piensa. Esta tiene una condición paradójica pues no puede ser vista de frente. A propósito de ello sugiero la lectura del capítulo V del libro “El sexo y el espanto” (2000), autoría de Pascal Quignard. La verdad tiene que ver con lo que se mira en su desnudez. Y no se trata aquí de la desnudez del cuerpo, aunque en ella se revelen sus recónditos agujeros. Se trata de la desnudez genésica, diremos, incluso, eugenésica. Desnudez como agujero que marca en el origen el sinsentido, el hecho de que no hay el buen origen, aunque el Yo anhele un origen divino, inmaculado, pío y pletórico de sentido. La verdad, el no olvido de aquello que no se recuerda que se sabe, lo inconsciente, se trata precisamente de lo insoportable de esa falta, con todos los sentidos posibles que la palabra “falta” conlleva.

John James Gómez G. 

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La novela familiar de los neuróticos”. Freud, S. (1909). En Obras Completas, vol. IX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 217 [Segunda parte del comentario]

"En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones."

Comentario:

El parlêtre (hablante-ser, también, habla-ente-letra) busca maneras de inscribirse en un linaje. La referencia al padre es, en ese sentido, condición reiterada en las diferentes culturas como intento de hacerse reconocer, retroactivamente, por un Otro, como concebido en un origen con-sentido. Así, el mito de creación es la expresión en cada cultura de esa búsqueda por la cual se habla de un padre que habría entregado un legado, es decir, un peso para llevar a cuestas. Un padre que es, al mismo tiempo, fuente de fe y de temor. Es algo que se constata en el trabajo psicoanalítico, el neurótico habla de ese padre por el cual experimenta sentimientos ambivalentes. Se trata del padre de la fantasía, tal como Freud lo reveló en su texto de 1919, intitulado, “Pegan a un niño”.

Ahora bien, en algún punto la fe se cuestiona pero no así el temor. Por esa razón el parlêtre, en la neurosis, se aboca a la rebeldía contra el padre al sentir, en el peso que lleva a cuestas, una injusticia que, sin saber, él mismo ha elegido. Es por ello que hace de la rebeldía y la transgresión un intento de quitarse de encima dicho peso, cuando, por otra parte, de esa manera sólo logra acrecentar el sentimiento inconsciente de culpabilidad, la necesidad inconsciente de castigo y, con ello, se conmina al padecimiento por desconocer que ese padre de la fe y del temor no es el padre de la ley, sino el de los ideales. En otras palabras, es el padre como cicatriz del Edipo, el superyó, persecutorio, feroz y culpabilizante.

En la búsqueda de inscripción en un linaje con-sentido, se eterniza "el-hijo", allí donde no puede reconocerse el punto en que “elijo”. Es así que el atravesamiento de la fantasía neurótica requiere el paso del mito al logos, es decir, el paso por el que se hace posible reconocer la razón por la cual se ha elegido el ideal del padre para taponar la castración, la falta en el Otro, mientras se teme a ella. El padre de la ley implica el reconocimiento de que, en el origen, hay, por estructura, agujero. En cambio, el padre como cicatriz del Edipo sirve a los fines de los ideales por permitir al Yo  sostener la idea de que Otro le ha puesto en este mundo con una misión, con su-misión, vale decir. En el primer caso hay un reconocimiento de la ley del deseo. En el segundo caso, el del padre de la fantasía, hay un esfuerzo por desalojar la ley y el deseo.

John James Gómez G.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La novela familiar de los neuróticos”. Freud, S. (1909). En Obras Completas, vol. IX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 217 [Primera parte del comentario]

"En el individuo que crece, su desasimiento de la autoridad parental es una de las operaciones más necesarias, pero también más dolorosas, del desarrollo. Es absolutamente necesario que se cumpla, y es lícito suponer que todo hombre devenido normal lo ha llevado a cabo en cierta medida. Más todavía: el progreso de la sociedad descansa, todo él, en esa oposición entre ambas generaciones."

Comentario:

Cada generación intenta reinventar, a su modo, las lógicas de la cultura en la que habita. Esta es una condición necesaria e inevitable, muy a pesar de la queja reiterada de la generación precedente que suele ver en las expresiones, en apariencia nuevas de los modos de vida de sus descendientes, el fin de los valores y el decaimiento de toda moral. Sin embargo, no todo lo que surge es nuevo. Está de por medio aquello que expresa la palabra “aufhebung”, usada por Hegel, a saber, que siempre que algo cambia algo se suprime pero, también, algo se conserva. Tal como Freud lo señaló, el progreso de la sociedad descansa en esa oposición entre ambas generaciones.

En este sentido, vale la pena preguntarse hasta qué punto puede hablarse, de manera contundente, de la caída del discurso del Amo y, también, de la caída del padre. Si las modulaciones y rupturas de cada generación son interpretadas como la caída del padre, haciéndolo equivaler a la caída de ciertas coordenadas de orden moral que estarían implicadas en lo dado por la generación siguiente, tal vez se cometa allí un error crucial, a saber, que se estaría confundiendo al padre de la fantasía edípica, es decir, al padre del superyó, con la ley. Tal y como se nos muestran las cosas hoy en día, incluso entre los psicoanalistas, parece ya común una confusión tal, al punto que no resulta ser muy distinta de aquella confusión denunciada por Lacan, en su época, a propósito de la entronización de lo imaginario y el rechazo de lo simbólico y de lo real.

Resulta, a mi juicio, necesario, cuando del psicoanálisis se trata, no perder de vista que la caída del padre como ideal no debe hacerse equivaler, de suyo, a la caída de la ley. El padre siempre cae, hasta cierto punto, en el paso de una generación a otra. Algo de las coordenadas edípicas de ese padre se suprimen mientras otras se conservan, sin embargo, ello no significa que la ley, es decir, no el padre de la fantasía, sino los Nombres del Padre, como función simbólica, hayan caído. Ellos se erigen en la relación significante que hacen existir la hiancia para que el sujeto ex-sista, no en los ideales de una moral fija, eterna e inmutable, pues esto último sería haber entendido el psicoanálisis como una religión y no como el discurso que puede hacer causa para que el saber inconsciente vaya al encuentro con la verdad, a partir de la producción de los significantes amo. Me parece que no  es otra cosa lo que indica el muy nombrado aforismo de Lacan acerca de que es necesario poder prescindir del padre a condición de servirse de él.


John James Gómez G.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”. Freud, S. (1910). En: Obras Completas. Amorrortu Editores. 1979. pp. 213 [Tercera parte del comentario]

“El placer sexual no se anuda meramente a la función de los genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acción de comer y de la comunicación lingüística, y los ojos no sólo perciben las alteraciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también las propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la condición de objetos de la elección amorosa: sus «encantos».”

Comentario:

Ganar un cuerpo, como sustancia gozante, cercena la posibilidad de que exista un objeto para la saciedad de los apetitos, lo que sería suficiente para el silenciamiento de las necesidades orgánicas. No se trata ya de un organismo y la búsqueda de saciar de sus necesidades. A partir de ese momento, en que hay cuerpo, se trata, en cambio, de la relación entre la demanda y la satisfacción. Por lo tanto, si hay pulsión, es en la medida en que tiende a constituirse una respuesta del sujeto a esa demanda que viene del Otro ($<>D), es decir, de ese lugar desde el cual es posible formular un llamado que opera como imperativo enunciando una falta: “!tú me faltas, respóndeme reconociendo que escuchas mi llamado, responde a mi cl-amor!”. Así, entre ese llamado y esa respuesta posible, se produce un desgarramiento entre la necesidad y la demanda. Es en ese desgarramiento, en esa hiancia, donde ex-siste aquello que Lacan llamó "sujeto". Merced de Eso, a la realizarse la operación de sustracción de la necesidad a la demanda, se produce también un excedente por lo cual ya no hay objeto que colme, ni a la necesidad ni a la demanda (objeto a); ese excedente es a lo que llamamos deseo.

Así, los agujeros de los que ese cuerpo está provisto, operan como lugares para un goce que re-clama más goce, a la vez que se manifiestan como la marca inconmensurable del deseo. El ojo se fascina (fascinus-phallus) con los brillos y los destellos de objetos que no valen nada para la necesidad pero que provocan un goce que no para de insistir en repetirse. El oído no deja de inquietar el alma ante los llamados que resuenan en él como cl-amor, desde el grito hasta las voces culpabilizantes del superyó. La boca no para de hacer peticiones, y de re-petir su insolencia para después tropezar en dichos que hablan de la imposiblidad y la impotencia pero también de lo incomprensible del goce y de lo enigmático del deseo. El ano no para de gozar, haciendo estremecer al Yo con la pregunta por un pudor que horroriza al no ceder cuando se quiere o por ceder cuando no se quiere, y que se manifiesta con revoluciones intestinales, estomacales y esofágicas que pujan por hacer escuchar lo que el Yo se empeña en desconocer. Las fosas nasales no dejan de derramar los excesos de un cuerpo que llora, enferma y rechaza el saber con sus alergias, así como con los momentos en que el a(s)ma lo hace cl-amar un llamado desesperado al Otro. La angustia no para de hacerse escuchar por revelar que no hay un objeto que opere como complemento, pues no hay relación sexual. No es otra cosa la que se pone en escena con  el sufrimiento del que se habla en la experiencia analítica.


John James Gómez G.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”. Freud, S. (1910). En: Obras Completas. Amorrortu Editores. 1979. pp. 213 [Segunda parte del comentario]

“El placer sexual no se anuda meramente a la función de los genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acción de comer y de la comunicación lingüística, y los ojos no sólo perciben las alteraciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también las propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la condición de objetos de la elección amorosa: sus «encantos».”

Comentario:

Hablar del cuerpo, eludiendo su condición erótica, indica un rechazo directo de la estructura misma que hace al cuerpo. Claro, cualquier concepción basada en la idea de una anatomía funcional, no dudará en eludir el erotismo restringiendo toda sexualidad a la función reproductiva. Por eso, me parece más que necesario afirmar, sin titubear, que dicha concepción rechaza, de plano, al cuerpo al confundirlo con un organismo cuyos fines no serían otros que la supervivencia. Desde ese lugar resulta imposible saber algo del cuerpo como sustancia gozante y, por tanto, del sujeto, de la satisfacción y del padecimiento. Pareciera entonces fácil de notar que algunas de aquellas disciplinas que suponen tratar el cuerpo, lo rechazan por principio. Esto no debe sorprendernos pues una de las condiciones puestas en juego con el discurso del amo es el rechazo del cuerpo y la represión de la verdad del sujeto.

El organismo se fusiona con el lenguaje y, de esa función, surge el cuerpo. No hay cuerpo, pues, antes de Eso. Y quiero hacer notar que al hablar de Eso, me refiero al punto en el cual se revela la condición pulsional. Me parece importante, en este sentido, anotar también que el "Ello", como forma neutra del pronombre personal, en este caso, tónico, referente a la tercera persona del singular, y que es la traducción al español de la afamada instancia presentada por Freud en su segunda tópica, resulta cuando menos imprecisa. El “Es” (usado por Freud), para reducir imprecisiones, bien podría haberse traducido por “Eso”, que es el demostrativo neutro en nuestra lengua española. Pueden ustedes, si quieren, tildarme de excesivo por un señalamiento como este, sin embargo, lo encuentro justificado en la diferencia que nos plantea el hecho de que, evidentemente, el demostrativo neutro refiere algo impersonal, algo acéfalo, sin intención en el sentido consciente en que algún “YO” podría atribuírselo a sí mismo. “Eso”, es aquello que habla del cuerpo erótico y que el Yo, no en pocas ocasiones, rechaza, al punto de enfermar en su afán por desconocerlo o extirparlo. Si hay cuerpo, es, precisamente, porque Eso habla.

John J. Gómez G.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”. Freud, S. (1910). En: Obras Completas. Amorrortu Editores. 1979. pp. 213 [Primera parte del comentario]

“El placer sexual no se anuda meramente a la función de los genitales; la boca sirve para besar tanto como para la acción de comer y de la comunicación lingüística, y los ojos no sólo perciben las alteraciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también las propiedades de los objetos por medio de las cuales estos son elevados a la condición de objetos de la elección amorosa: sus «encantos».”

Comentario:

Con el advenimiento del cristianismo y, a través de él, del triunfo en Occidente de la moral antigua romana a partir del siglo III d.C., la sexualidad fue restringida bajo el imperio de una supuesta naturaleza por la cual su meta estaría claramente determinada, ligada, en ese caso, a la función biológica, reproductiva, de la maduración genital. Sabemos que no todas las culturas antiguas trataron la sexualidad de esa manera. Para los griegos y para algunos pueblos orientales, por ejemplo, la sexualidad contaba con una concepción sublime que la elevaba al estatuto de una práctica, incluso un arte, que se extendía mucho más allá de la genitalidad, hacia el goce de un cuerpo que no se restringe a las funciones fisiológicas. Sin embargo, no debemos ser ingenuos. A pesar de esa perspectiva, también en aquellas culturas operaban represiones, censuras, ideales sobre la sexualidad, pero todo ello obedecía a lógicas distintas, ligadas al pudor y no a la concepción naturalista, eugenésica y pecaminosa que el cristianismo, a pesar de su incongruente profesar y no aplicar, se esfuerza en imponer aún en nuestros días.

Fue necesario el escándalo provocado por las afirmaciones de Freud acerca del papel de la sexualidad en la constitución de lo psíquico y en la etiología de las neurosis, como también la puesta en escena de la existencia de una sexualidad infantil, para que el saber silenciado por los diversos órdenes de discurso sostenidos en la subsistencia de la antigua moral romana en Occidente, -desde el cristianismo hasta la medicina moderna-, apareciera irrumpiendo en los oídos sordos de aquellos que, aún siendo ellos mismos portadores de un goce sexual que no se acomodaba a los ideales eugenésicos y naturalistas, rechazaban de manera tajante y condenatoria.

Fue así, con el psicoanálisis inventado por Freud, como el reconocimiento de la sexualidad en su multivocidad y su ligazón con el cuerpo como lugar de goce y no como mero organismo orientado por fines madurativos, implicó el redescubrimiento, pero también la reescritura, de la lógica misma del sexo a la luz del lazo al que suele llamarse humano. Fue en buena medida, la reescritura de esa lógica, el esfuerzo sostenido por el trabajo de Freud y continuado por Lacan. Y si algo pudieron hacer evidente con dicho trabajo fue que para hacer posible una escritura tal, es necesario, como punto de partida axiomático, reconocer la condición sexual que existe en la estructura misma del lenguaje y, por tanto, del saber inconsciente.


John James Gómez G.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “Mi contacto con Josef Popper-Lynkeus”. Freud, S. (1932). En: Obras Completas, vol. XXII. Amorrortu Editores. 1979. pp. 204-205. [Segunda parte del comentario]

"Nuestra alma, ese precioso instrumento por medio del cual nos afirmamos en la vida, no es una unidad pacíficamente cerrada en el interior de sí, sino más bien comparable a un Estado moderno donde una masa ansiosa de gozar y destruir tiene que ser sofrenada por la violencia de un estrato superior juicioso. Todo lo que se agita en nuestra vida anímica y se procura expresión en nuestros pensamientos es retoño y subrogación de las múltiples pulsiones que nos son dadas en nuestra constitución corporal; pero no todas esas pulsiones son guiables y educables por igual, ni acatan de la misma manera los reclamos del mundo exterior y de la comunidad humana."

Comentario:

La pulsión no para de trabajar, de esforzar hacia su meta que no es otra que la satisfacción. Sin embargo, se trata de una meta ligada a la imposibilidad. El objeto al cual se dirige no se encuentra en ningún lugar del mundo sensible, no está en un horizonte alcanzable, por lo tanto, la pulsión siempre se satisface pero jamás está satisfecha. Así, a pesar de los esfuerzos de la represión, la pulsión no puede ser cancelada, ella sigue esforzando, produciendo retoños, como bien lo afirma Freud en su texto de 1915, intitulado: "La represión". Eso, Ello, insiste, dando cuenta de que el alma es, tal como lo presenta una de sus acepciones en español, un agujero. Se trata de una marca que indica que allí algo falta, que hay un no todo constituyente. Así las cosas, el objeto en juego está perdido; no se ubica en un horizonte, como alcanzable, sino en un punto mítico de origen, como causa del deseo y soporte para que el cuerpo devenga sustancia gozante.

Es notable, entonces, que el lenguaje opere como aparato estructurante del movimiento pulsional. Se pierde la boca como órgano destinado a la ingesta del alimento para saciar la necesidad y, en ese mismo instante, se gana como agujero insaciable para la pulsión. Es en ese sentido que la palabra alemana “trieb”, traducida como pulsión, sirve para poner escena la desviación que el lenguaje provoca en el organismo al fusionarse con él, dejando como resto la pérdida de su función de órgano a la vez que lo incorpora haciendo existir un cuerpo que goza. Es así que, aquello que Lacan llamó “plus de goce” es un movimiento que implica, al mismo tiempo, la paradoja de sumar goce y restar goce, pues la meta de la pulsión es asintótica en relación a su objeto. Ella, la pulsión, es no anobjetal, doble negación con la que es indica que está fijada a un objeto que no es más que huella borrada, faltante, por ser el resto que se desprende a partir de la fusión entre el organismo y el lenguaje. Fusión que, como ya lo sabían los estoicos, provoca la incorporación, es decir, hace que un cuerpo pueda ser al mismo tiempo uno y dos; topos pulsional que deja como resto un incorporal, ese que Lacan nombró con la letra “a” minúscula.

John James Gómez G. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “Mi contacto con Josef Popper-Lynkeus”. Freud, S. (1932). En: Obras Completas, vol. XXII. Amorrortu Editores. 1979. pp. 204-205. [Primera parte del comentario]

"Nuestra alma, ese precioso instrumento por medio del cual nos afirmamos en la vida, no es una unidad pacíficamente cerrada en el interior de sí, sino más bien comparable a un Estado moderno donde una masa ansiosa de gozar y destruir tiene que ser sofrenada por la violencia de un estrato superior juicioso. Todo lo que se agita en nuestra vida anímica y se procura expresión en nuestros pensamientos es retoño y subrogación de las múltiples pulsiones que nos son dadas en nuestra constitución corporal; pero no todas esas pulsiones son guiables y educables por igual, ni acatan de la misma manera los reclamos del mundo exterior y de la comunidad humana."

Comentario:

Cada uno de los ideales humanos revela la impotencia ante la condición pulsional constituyente del sujeto. El hecho de que hay goce, no deja de perturbar las desesperadas ilusiones de total dominio propio y pleno conocimiento de sí mismo. Se sueña con una voluntad que sería totalmente coherente con los anhelos de la consciencia, empeñándose en desconocer los modos de una razón que habita la vida humana más allá de los límites que ella, la consciencia, puede reconocer. El fracaso de tales ideales se hace reiterativo y se manifiesta, de modo irascible y violento, a través del juicio desmesurado sobre otros a quienes se les atribuye la causa de la impotencia propia de la consciencia. Así, se pone afuera, en otros, lo que resulta imposible de soportar en la lucha constante en que se baten las fuerzas imparables y contradictorias, inherentes a la vida pulsional, constituyentes de todo sujeto.

El cuerpo se agita en la lucha pulsional. Y por cuerpo no hemos de entender exclusivamente a la anatomía, pues devenir humano es, precisamente, ser perturbado por la fusión, traumática, entre el organismo viviente y el lenguaje que hace existir la pregunta por el sinsentido de la vida misma. Todo mito de creación, toda creación humana, apunta a justificar una existencia que solo encuentra sentido en aquello que puede inventarse. De esta manera, toda invención es intento de taponar el sinsentido constituyente, pero, no importa qué o cuánto hagamos, todo sentido no deja de ser mera invención. La herida narcisista arde por la impotencia del Yo, tanto como por la imposibilidad de taponar el agujero, la falta, el sinsentido. No ha de extrañarnos que vivir “haciéndose el loco”, y creyendo fervorosamente en los sentidos que se inventan por doquier, es la manera más frecuente de hacer soportables los efectos de la perturbadora incertidumbre. A pesar de nuestros esfuerzos, nuestra más ingenua y vanidosa ilusión radica en la creencia de que la naturaleza y el universo nos necesitan, que seríamos su centro, incluso, que requiere que lo expliquemos; sin embargo, a pesar del dolor que nos provoque, no solo somos prescindibles para el universo, somos, de hecho, innecesarios.

John James Gómez G. 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis.” Lacan, J (1953). En Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 245 [Segunda parte del comentario]

“Por eso el psicoanalista sabe mejor que nadie que la cuestión en él es entender a qué "parte" de ese discurso está confiado el término significativo, y es así en efecto como opera en el mejor de los casos: tomando el relato de una historia cotidiana por un apólogo que a buen entendedor pocas palabras, una larga prosopopeya por una interjección directa, o al contrario un simple lapsus por una declaración harto compleja, y aun el suspiro de un silencio por todo el desarrollo lírico al que suple.”

Comentario:

Situadas las dos cuestiones acerca de la interpretación en psicoanálisis, tal y como fueron indicadas en el comentario anterior, por un lado, tomar el discurso a la letra y, por otro, la transferencia como fenómeno paradójico que no atañe a la persona que presta su cuerpo a la escucha, sino a la introducción del significante del analista en la cadena para que se produzca la neurosis de transferencia que hace posible la entrada en análisis, resulta importante reconocer algunos aspectos que atañen a la posición del analista en lo que, como función, ello comporta.

El primero de ellos, se refiere a la posición en juego para quien presta su oreja a la escucha analítica. Si esa persona se toma a sí misma por analista, es decir, si cree que es analista, su posición estará determinada por la identificación imaginaria, en tanto yo ideal y, en tal sentido, ese ideal pesará, superyoicamente, como voz moralizante, sobre sí mismo y sobre aquel quien se dirige a él para hablar de su sufrimiento. Así, quien se toma a sí mismo por analista, está, sin duda, más cerca de la locura, propia de la pasión del yo por el desconocimiento, que de hacer posible el despliegue del saber inconsciente. En ese sentido, resulta necesario no olvidar que no hay más ser del analista que el de-ser dicho en alguna parte.

El deseo en juego, entonces, para la persona que presta su cuerpo a la escucha analítica, no puede ser el de obtener reconocimiento; un deseo como ese, tan propio de los afanes narcisistas del yo, solo puede derivar en la intención de convertirse en redentor de almas, salvador o consejero; ya sea desde el lugar del amo o desde el lugar del esclavo. Bien advertía Freud, frente a las dificultades que le planteaba la reacción terapéutica negativa, que, en buena medida, ella podía surgir como respuesta a esas intenciones de salvar al otro. De esta manera, paradójicamente, quien anhela el bien para su paciente, encubre su deseo de reconocimiento narcisista y, a consecuencia de ello, impedirá el despliegue de lo inconsciente y, por tanto, obturará la posibilidad del trabajo analítico. La cuestión, nada fácil de asumir, está en el reconocimiento de que mientras el yo clama amor y salvación, el sujeto del inconsciente apunta a la responsabilidad y, por tal motivo, rechaza todo intento de salvación por parte de otro. Hacer caso omiso de ello, constituye la resistencia del "analista" que, al poner su ser para dar consistencia a ese lugar, impide la función simbólica del significante analista en la cadena.

John James Gómez G. 

lunes, 1 de septiembre de 2014

Fragmento del texto: “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis.” Lacan, J (1953). En Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 245 [Primera parte del comentario]

“Por eso el psicoanalista sabe mejor que nadie que la cuestión en él es entender a qué "parte" de ese discurso está confiado el término significativo, y es así en efecto como opera en el mejor de los casos: tomando el relato de una historia cotidiana por un apólogo que a buen entendedor pocas palabras, una larga prosopopeya por una interjección directa, o al contrario un simple lapsus por una declaración harto compleja, y aun el suspiro de un silencio por todo el desarrollo lírico al que suple.”

Comentario:

Dos cuestiones parecen cruciales a los fines de lo que, en psicoanálisis, se ha llamado interpretación.

La primera, de acuerdo con el axioma del "inconsciente estructurado como un lenguaje", indica que es necesario tomar el discurso a la letra, tal y como él se articula, no por los significados que los enunciados parecen proponer sino por la manera en que tales enunciados cuentan con un valor significante, es decir, por su sonoridad textual. Allí se apoya lo que puede entenderse por equivocación. El discurso está sometido, por su estructura significante, a la equivocación, la escansión, la ligazón, al silencio, a la multivocidad y a la incompletitud; son esos los modos en que se revela el orden que lo hace posible. En ese sentido no es necesario que ocurra una equivocación en el sentido literal, es decir, que la persona, al hablar, “meta la pata”, como suele decirse, para que haya lugar a la interpretación. Basta que se cuente con la disposición a hablar, atendiendo al hecho de que el decir siempre lleva aparejado algo no dicho, que lo acompaña sin remedio, para que las cadenas de palabras permitan los juegos que las modifican, a veces de manera sutil pero contundente, produciendo la interrogación acerca del saber que está, allí, implicado.

La segunda cuestión que resulta crucial, a propósito de la interpretación, está en la suposición de un saber, es decir, en lo que Freud llamó transferencia. Se trata de un acontecimiento fundamental en la experiencia analítica, por la paradoja que supone. Es al mismo tiempo motor y obstáculo para la tarea del analizante y, por otro lado, es fenómeno que advierte acerca de los lugares significantes que ocupa el analista en el discurso del analizante. En este sentido, es importante no perder de vista que cuando se trata del analista, lo que está en juego no es propiamente la persona a quien se le atribuye ese lugar, versión imaginaria de un lugar simbólico, de un significante que solo tiene valor por haber entrado, en un determinado momento, a jugar papel activo en la estructura del discurso del analizante. Es la entrada de dicho significante en las cadenas significantes del sujeto, lo que hace posible la entrada en la experiencia analítica y lo que provoca la probabilidad de aparición de un saber inédito, produciéndose así, lo que Freud denominó: neurosis de transferencia.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....