Fragmento del texto: “¿Pueden los legos ejercer el
psicoanálisis?. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amororrtu
Editores. 1979. pp. 172. [Segunda parte del comentario].
“No obstante, surgen algunas complicaciones que la ley no
considera y por eso mismo exigen atención. Acaso se llegue a averiguar que en
este caso los enfermos no son como otros enfermos, los legos no son
genuinamente tales, ni los médicos son exactamente lo que hay derecho a esperar
de unos médicos y en lo cual pueden fundar sus pretensiones.”
Comentario:
¿Desde qué lugar puede ejercerse el psicoanálisis? ¿Qué
garantiza su ejercicio? ¿Quién autoriza a alguien a denominarse psicoanalista?
Evidentemente no son preguntas sencillas de responder, incluso, bien vale la
pena preguntarse si hoy, después de más de cien años de existencia del
psicoanálisis, alguien puede responderlas.
En principio, el psicoanálisis, se trataba de una actividad
destinada a los médicos. El fundamento para que así fuese no era otro que el
hecho de que su praxis, inventada por Freud, había surgido al interior de la
medicina, pues Freud mismo era médico. No obstante haber surgido allí, la
clínica psicoanalítica rápidamente demostró cuan poco tenía que ver con la
práctica médica, razón por la cual la formación en dicho campo no puede ser
tomada como garantía. Y, como hoy sabemos, los médicos no son en la actualidad
quienes ejercen en mayor número el psicoanálisis. Filósofos, psicólogos,
literatos, antropólogos, músicos, entre otro amplio número de disciplinas, son
aquellas de donde provienen la mayoría de psicoanalistas. Comprender este
asunto solo es posible si no se pierde de vista que la formación del analista
dista ampliamente de la profesionalización universitaria, pues al interior de tales instituciones nada se garantiza salvo el aval jurídico para ejercer una práctica
amparada en un trozo de papel, independientemente de la responsabilidad con que
los graduados asumen la apuesta en la que, lo entiendan o no, se han
comprometido.
Por su parte, Lacan intentó llevar las preguntas acerca de
la formación del analista hasta sus últimas consecuencias, al punto de
colocarlas en el centro del ejercicio intelectual del psicoanálisis. Respondió de maneras que
algunos toman como imperativos categóricos que son repetidos sin cesar y sin
saber muy bien en qué se sostienen, más allá del hecho de que hayan sido
enunciados por Lacan. Sin embargo, tomarlas como imperativos categóricos las
eleva al estatuto de voces feroces del superyó que están más del lado de la
culpabilidad servil que de la responsabilidad subjetiva. Frases como: “El
analista se autoriza de él mismo y de algunos otros”, se escuchan transitar sin
reparo por las escuelas de psicoanálisis, mientras, paradójicamente, muchos de
aquellos quienes se cobijan en el seno de dichas instituciones, esperan
pacientemente la autorización que proviene del discurso del Amo, -usualmente
encarnado por algún personaje de renombre-, que en muchas de ellas habita, muy a
pesar que se profese a los cuatro vientos que allí se trata del discurso del
psicoanálisis y no del discurso del Amo. No es difícil reconocer en lo extensa
de la obra lacaniana, el lugar que jugaba la ironía en su discurso. ¿De qué
manera tomar entonces tales enunciados sin suponer que se los comprende
demasiado pronto ni hacer de la voz de Lacan una voz más del superyó?
John James Gómez G.
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