lunes, 11 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amororrtu Editores. 1979. pp. 172. [Primera parte del comentario].

“No obstante, surgen algunas complicaciones que la ley no considera y por eso mismo exigen atención. Acaso se llegue a averiguar que en este caso los enfermos no son como otros enfermos, los legos no son genuinamente tales, ni los médicos son exactamente lo que hay derecho a esperar de unos médicos y en lo cual pueden fundar sus pretensiones.”

Comentario:

El olvido de la particularidad de un oficio, es decir, de la disciplina llevada adelante por aquel que encuentra su pasión en un saber hacer en particular, como artesanía, incluso intelectual, parece inminente. La producción en serie, y entre ellas la profesionalización como ideal de inserción en la denominada vida laboral, nos muestra, cada vez con mayor fuerza, la ingenuidad de un sistema que deja de lado la pregunta por la ética en torno a la responsabilidad que vincula a cada uno con el deseo que lo habita, mientras promete competencias amparadas en un trozo de papel que solo puede  ser realmente útil si llega a servir alguna vez de alimento a algún roedor famélico. Una ingenuidad tal, solo puede sostenerse si se pierde de vista la lógica misma del deseo; ingenuidad que el discurso del capitalismo ha propiciado sin miramiento alguno hasta nuestros días.

El deseo no guarda su riqueza en la garantía de su realización, como prometen falazmente por doquier los chachos que saben engordar con el rechazo del saber que pulula en esta época. Se amparan, incluso, en el discurso capitalista, prometiendo a diestra y siniestra la "devolución de su dinero", otros prometen el cielo o el retorno al paraíso. La riqueza del deseo radica en el hecho de que, por ser siempre irrealizado, es indestructible. Sin embargo, una riqueza de tal magnitud resulta insoportable para el Yo del neurótico, que prefiere padecer haciendo equivaler lo irrealizado, a la insatisfacción (histeria), a la imposibilidad (neurosis obsesiva), a la prevención que atemoriza (fobia). En ese sentido, la neurosis es una solución errónea de la ecuación que daría cuenta de la lógica del deseo. Lo irrealizado del deseo implica que siempre hay la posibilidad de servirse de él, incluso cuando pareciera que no hay nada más en el horizonte y la angustia aparece como señal. Eso es, precisamente, la angustia, una señal de que hay deseo.

Por razones como estas, es vital no perder de vista que la ética del capitalismo se reduce a la demanda de servilismo, en la cual el sujeto es tomado como simple medio de producción o como producto en sí mismo, para lo cual debe cumplir con ciertos "criterios de calidad". Dichos "criterios" no son otros aquellos otorgados por ciertas "marcas", a las que, en el mundo académico, para poner un ejemplo, se les llama universidades, como si un trozo de papel pudiese garantizar los alcances a los que puede llegar el saber hacer de cada uno. La producción en serie triunfa, mientras el deseo, en serio, intenta ser desalojado. Quien se resiste a ser-vil, apuesta por la dignidad y resulta peligroso e indeseable. Quien no cumple con la ostentación de la marca que supuestamente lo garantizaría como producto, es desechado. La posición de quien ostenta el ejercicio del poder, entonces, es la del aplastamiento del deseo y de la dignidad del sujeto.

Es necesario que aquel quien recibe un título universitario pueda responder por aquello en lo que, supuestamente, ha comprometido su deseo, pero también es necesario que las instituciones superen los límites de su propia ingenuidad, basada en la creencia de que un trozo de papel es suficiente para garantizar el deseo de saber y el saber hacer del uno por uno.


John James Gómez G.  

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....