Fragmento del texto: “Inhibición, Síntoma y Angustia”.
Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu Editores. 1979. pp.
120. [Segunda parte del comentario]
“La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma; lo es
sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración.”
Comentario:
Sería ingenuo negar la equivalencia que, por mucho tiempo,
Freud intentó sostener entre el pene y el falo. Claro, es posible suponer que,
por su tradición en la medicina, se orientaba por la referencia anatómica. Por
otro lado, también es evidente, aún en la clínica de nuestros días, que el pene
es, entre otros, el representante princeps acerca del cual el niño profiere sus
enunciados cuando se trata de la función fálica y la pregunta por la castración.
Sin embargo, es necesario reconocer que el lugar del falo no se reduce a su
versión imaginaria, es decir, genital, y que la angustia castración no depende,
por tanto, del temor a perder, literalmente, el pene. De hecho, es su estatuto
simbólico, es decir, el significante que indica que él falta, lo que le otorga
su valor.
El falo puede ser comprendido en su relación con la pulsión,
en la medida en que se toma noticia de que su función es la de un llamado. La
palabra falo encuentra en la expresión “fascinus” del latín antiguo, a la que
corresponde el “phallus” griego, su línea etimológica. Y si bien el “fascinus”
era el modo de nombrar el pene erecto, tenía su valor en lo que implicaba como
ostentación de la potencia y objeto de la invidia (envidia en el latín
antiguo), es decir, lo que se desea con la mirada porque está en otro lugar. El
falo es, entonces, si asumimos su continuidad etimológica, aquello que provoca
fascinación. Es por esa razón que tiene sentido hablar de un “brillo fálico”,
pues así se señala el punto que llama al deseo, a la provocación de la invidia
y con ello, al encuentro con la pregunta por la castración.
La castración, entonces, es el encuentro con el hecho,
constatable una y otra vez, de que el falo es una imagen que se ostenta no
porque se posea, sino porque ella pone en evidencia que hay deseo, es decir,
que es incompleta, siempre inconsistente. Así, la palabra, función imaginaria
del falo simbólico, viene a lugar de “la pose”, es decir, de la vanidad que
implica el hecho mismo de hablar suponiendo que al hacerlo se puede ejercer el
poder sobre los otros o, incluso, sobre sí mismo. Sin embargo, en la medida en
que se trata del falo, también la palabra encuentra un límite. Es imposible
decirlo todo, es imposible, además, decir toda la verdad. Así, el analista sabe
que al enunciar la regla fundamental, invitando a quien acude a su escucha a
que diga todo lo que pasa por su cabeza, ese “todo” no es más que un señuelo
para que el Yo, en algún punto, pueda reconocer que tal aspiración lo enfrenta
a la imposibilidad. Esa es la importancia de la escansión del discurso y de la
interpretación en la sesión analítica. No solamente es imposible que quien se
aboca a hablar diga todo lo que pasa por la cabeza, sino que, además, es
imposible que todo lo que se dice sea reconocido por la minúscula cualidad de
la consciencia. Así pues, hay un doble efecto de la castración.
John James Gómez G.
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