Fragmento del texto: “Inhibición, Síntoma y Angustia”.
Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu Editores. 1979. pp.
120. [Primera parte del comentario]
“La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma; lo es
sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración.”
El concepto de pulsión constituye el punto por el cual el
descubrimiento freudiano da cuenta de lo que puede considerarse propiamente
humano. Por un lado, la pulsión permite dejar de lado la falsa oposición
mente/cuerpo, sostenida durante siglos. Ella (la pulsión) expresa cómo eso que llamamos cuerpo
no se reduce al organismo viviente y que éste último es mucho más que
sensaciones y percepciones. Se trata del descubrimiento de los efectos
derivados de la fusión entre el lenguaje y el organismo viviente; gracias a ello puede ex-sistir un cuerpo sobre
el cual la afirmación de que es solamente natural es igualmente falsa que
aquella que promulgaría que ya no sería en absoluto natural. La paradoja viene al lugar crucial en el que la pulsión hace
notar que hay una hiancia, un agujero entre el acceso a la certeza de lo verdadero y el acceso a la certeza de lo falso, que es
infranqueable.
Por otro lado, el concepto de pulsión permite dejar de lado también la falsa
oposición entre sujeto y cultura que supondría la posibilidad de reconocer
aspectos enteramente individuales de lo psíquico. Hay sujeto porque, a partir del hecho de que existe en el deseo de Otro, puede articularse a la demanda que lo llama a hacerse humano. Es cierto que Freud tenía dificultades para lograr una comprensión separada del positivismo en el cual se había formado, mas ello no impidió que su deseo de saber fuera más allá de los límites que le imponían sus propios prejuicios, al punto en que gracias a ello sabía que, por definición, toda psicología individual es a la vez psicología social, cuestión que no dudó en afirmar en su texto acerca de la psicología de las masas.
Así, la pulsión no responde a
cuestiones puramente naturales, no es un reflejo ni una respuesta instintiva
común a la especie, sino una interrogación que enfrenta al ser humano con el
horror que representa no poder asir ninguna verdad como plena o, dicho en términos más comunes,
que cuando se trata del conocimiento de sí mismo o del mundo, tal cual él sería
en tanto realidad pura, no hay modo de “tener la sartén por el mango”. Por ello
toda pregunta esencialista que intente establecer alguna definición del “ser”,
cualquiera sea el estatuto que se le otorgue, siempre encuentra el obstáculo en una condición asintótica
que revela una falta estructural.
En este sentido, la pulsión señala el reencuentro, afuera, de
aquello que ya está adentro, a saber, el hecho de que si bien hay un objeto que le corresponde, su estatuto es el de una ausencia estructural, una
falta que no puede ser colmada, motivo por el cual todo objeto que se encuentra en el mundo sensible no será más que la reiteración perpetua de la incompletitud propia derivada del hecho de haber devenido sujeto.
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