viernes, 29 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “Variantes de la cura-tipo”. Lacan, J. (1955). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª ed. 2008. pp. 338. [Tercera parte del comentario]

“Esa palabra, que constituye al sujeto en su verdad, le está sin embargo vedada para siempre, fuera de los raros momentos de su existencia en que prueba, cuán confusamente, a captarla en fe jurada, y vedada en cuanto que el discurso intermedio lo destina a desconocerla. Habla sin embargo en todas partes donde puede leerse en su ser, o sea, en todos los niveles que lo ha formado. Esta antinomia es la misma del sentido que Freud dio a la noción de inconsciente.”

Comentario:

El silencio interroga, divide al sujeto. ¿Por qué? Precisamente porque allí, en lo no dicho, el Yo se ve enfrentado al retorno de la palabra que lo interroga, al realizarse en la oreja de aquel que la ha enunciado, luego de haber tenido un destinatario a quien se le supone un saber. Se trata de una cuestión fundamental para la experiencia analítica. El hecho de que se produzca tal división hace reconocer que, en relación al saber, siempre hay la suposición de que, en algún lugar, podría completarse. Es eso lo que se demanda a quien elige escuchar a otro en el dispositivo analítico; responsabilidad que se sustenta en el reconocimiento de que, precisamente, el saber no puede completarse y, por tanto, intentar colmar la demanda constituye, por definición, una imposibilidad lógica.

El sujeto surge ahí, en ese intersticio en el cual el saber supuesto queda expuesto a su incompletitud estructural. Un acontecimiento de esa magnitud enfrenta al Yo con la perplejidad derivada de la revelación de una vanidad que encubre su posición paranoica constituyente. Así, la verdad se manifiesta en aquella palabra que da cuenta de la división del sujeto. Es por ello que, en el discurso que Lacan denominó “del analista”, el saber, representado en la escritura por el S2, se ubica en la posición de la verdad. Es por la apuesta que el analista realiza en su elección de no intentar colmar la demanda, que se produce la semblanza de un agujero que retorna para causar la división en el lugar del Otro, señalando su inconsistencia y provocando la producción de los significantes por los cuales el amo clama el amor, siendo así que, de tal manera, el sujeto subvierte su posición frente a todo imperativo categórico, es decir, frente a las voces de la ferocidad superyoica que mantenían al Yo conminado al sufrimiento efecto de la ligadura fantasmática entre culpabilidad y erotismo.

Lo inconsciente, entonces, tiene el estatuto del acontecimiento en el cual el sujeto emerge por su división, interrogando la arrogancia y la vanidad del Yo. En este sentido, la entrada en un análisis implica que allí donde ese acontecimiento interroga el yo, en lugar de huir, pueda advenir para oír la palabra que constituye al sujeto en su verdad.

John James Gómez G. 

miércoles, 27 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “Variantes de la cura-tipo”. Lacan, J. (1955). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª ed. 2008. pp. 338. [Segunda parte del comentario]
 
“Esa palabra, que constituye al sujeto en su verdad, le está sin embargo vedada para siempre, fuera de los raros momentos de su existencia en que prueba, cuán confusamente, a captarla en fe jurada, y vedada en cuanto que el discurso intermedio lo destina a desconocerla. Habla sin embargo en todas partes donde puede leerse en su ser, o sea, en todos los niveles que lo ha formado. Esta antinomia es la misma del sentido que Freud dio a la noción de inconsciente.”

Comentario:

Luego de las elaboraciones de Freud acerca de la inscripción y transcripción psíquicas, la pregunta acerca de aquello que sería constituyente, cuando de lo inconsciente se trata, fue dejada de lado por los posfreudianos. Muchos de ellos prefirieron obviar las dificultades y la fineza de los detalles construidos por Freud y tomar lo inconsciente como un concepto meramente ligado a la defensa, lo cual, rápidamente, condujo a la mayoría hacia lo que hoy se conoce como “Ego Psychology”, modalidad terapéutica centrada en el Yo, los mecanismos de defensa y la interpretación por vía del "principio de realidad", que encontró en los Estados Unidos un lugar donde anidar y desarrollarse. Llegados a ese punto, el psicoanálisis se desvanece, pues ubica al analista en el lugar de un ideal, portador de un Yo fuerte, con el cual sería necesario identificarse para lograr la cura. Así, todos vestían igual, actuaban igual y operaban con los mismos rituales, como si de una iglesia se tratara; abundaban los psicoanalistas y escaseaba el psicoanálisis. Y bueno, si no queremos pasar por ingenuos, bien vendría preguntarnos si no ocurre algo similar en la actualidad. Lo real no deja de insistir y los efectos imaginarios que llevan a la búsqueda de un Amo, no paran de reunir personas para la fundación de iglesias, incluso psicoanalíticas.

Evidentemente, no todos prefirieron huir de las dificultades lógicas que plantea la noción de inconsciente, Winnicott, por ejemplo, avanzó notablemente articulando la noción de objeto transicional que, en buena medida, sirvió de inspiración a Lacan para situarse ante la pregunta acerca de la lógica del objeto a. El punto de una articulación como esa, a propósito de un objeto que no estaría adelante, en el horizonte del deseo, sino ubicado como agujero, en tanto su causa, permite un retorno constante a la pregunta Freudiana acerca de lo inconsciente, pues indica una huella que tiene todo su lugar por dejar una marca que no guarda relación con ningún referente alguno y que encuentra en todo objeto perteneciente al mundo sensible, una sustitución metonímica que tiende al infinito y que solo encuentra límites por el hecho de que, dichas huellas, se ligan como transcripciones significantes que producen un acontecimiento que, con Lacan, denominamos sujeto. “Symbama”, es la palabra que designaba, ya en la atiguedad, con los Estoicos, ese lugar para el sujeto como acontecimiento.
  

John James Gómez G.

lunes, 25 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “Variantes de la cura-tipo”. Lacan, J. (1955). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª ed. 2008. pp. 338. [Primera parte del comentario]
  
“Esa palabra, que constituye al sujeto en su verdad, le está sin embargo vedada para siempre, fuera de los raros momentos de su existencia en que prueba, cuán confusamente, a captarla en fe jurada, y vedada en cuanto que el discurso intermedio lo destina a desconocerla. Habla sin embargo en todas partes donde puede leerse en su ser, o sea, en todos los niveles que lo ha formado. Esta antinomia es la misma del sentido que Freud dio a la noción de inconsciente.”

Comentario:

Al observar la primera tópica Freudiana, no deja de sorprender la vacilación, o tal vez fuese la interrogación, sostenida por Freud acerca del lugar de esas impresiones originarias, a las que denominó huellas nmémicas y por las cuales se plantea la cuestión a propósito de la inscripción de aquello que constituye toda condición para lo que puede concebirse, aún hoy, bajo la noción de inconsciente. Mantenerlas ancladas a inscripciones estrictamente biológicas, en tanto marcas dejadas  por los estímulos sensoriales, es igual a desconocer que, cuando del sujeto se trata, no basta con que haya un organismo. Es así que Freud, quien nada tenía de ingenuo, reconoció rápidamente que el modelo del arco reflejo, del cual él mismo había partido, era insuficiente para aventurarse a la búsqueda de alguna comprensión posible de lo psíquico. Sabía con claridad que el modelo estímulo-respuesta era, cuando menos, precario, tal como dejó constancia de ello en su capítulo VII de su libro “La interpretación de los sueños”,  con los esquemas que presentó en el apartado intitulado “La regresión”.

Un avance sin duda crucial, fue la diferencia que Freud estableció entre la percepción y lo que, en ese momento, llamó percepción signo. La carta 52 a Fliess presenta con detalle las elaboraciones iniciales, esquemáticas si se quiere, pero de consecuencias mayores, acerca de las implicaciones que conlleva el paso de una huella dejada por un estímulo sensorial hacia su inscripción y transcripción psíquica. Dicho paso hacia la inscripción y transcripción, es un acto de continuidad con escansión, es decir, una continuidad constituida sobre puntos de corte (como la continuidad de una línea que solo se constituye porque hay una estructura continua de puntos separados entre sí que la hacen existir). Tal comprensión paradójica de la continuidad con escansión lograda por Freud, es por entero diferente a la oposición dicotómica entre lo psíquico y lo biológico sostenida por muchas disciplinas, incluso hoy, que apostando por una supuesta supremacía absoluta de lo anatomo-funcional, tienen la ilusión de explicar algo de lo psíquico a partir de su exclusión, dicho de otra manera, creen explicar lo psíquico en un organismo al que no atribuyen condición psíquica ninguna. Freud, por su parte, toma en serio esa continuidad entre lo psíquico y lo orgánico y se da cuenta que para avanzar en dicha tarea, es necesario salir no solo de las dicotomías radicales sino, incluso, ir más allá de la lógica aristotélica asumiendo a la paradoja no como contradicción sino como estructura. Efecto derivado de ello es, en primer lugar, la pérdida de toda ilusión acerca de que la única razón posible sería la que se atribuye a la consciencia. 


John J. Gómez G.

viernes, 22 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “Inhibición, Síntoma y Angustia”. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 120. [Segunda parte del comentario]

“La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma; lo es sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración.”

 Comentario:

Sería ingenuo negar la equivalencia que, por mucho tiempo, Freud intentó sostener entre el pene y el falo. Claro, es posible suponer que, por su tradición en la medicina, se orientaba por la referencia anatómica. Por otro lado, también es evidente, aún en la clínica de nuestros días, que el pene es, entre otros, el representante princeps acerca del cual el niño profiere sus enunciados cuando se trata de la función fálica y la pregunta por la castración. Sin embargo, es necesario reconocer que el lugar del falo no se reduce a su versión imaginaria, es decir, genital, y que la angustia castración no depende, por tanto, del temor a perder, literalmente, el pene. De hecho, es su estatuto simbólico, es decir, el significante que indica que él falta, lo que le otorga su valor.

El falo puede ser comprendido en su relación con la pulsión, en la medida en que se toma noticia de que su función es la de un llamado. La palabra falo encuentra en la expresión “fascinus” del latín antiguo, a la que corresponde el “phallus” griego, su línea etimológica. Y si bien el “fascinus” era el modo de nombrar el pene erecto, tenía su valor en lo que implicaba como ostentación de la potencia y objeto de la invidia (envidia en el latín antiguo), es decir, lo que se desea con la mirada porque está en otro lugar. El falo es, entonces, si asumimos su continuidad etimológica, aquello que provoca fascinación. Es por esa razón que tiene sentido hablar de un “brillo fálico”, pues así se señala el punto que llama al deseo, a la provocación de la invidia y con ello, al encuentro con la pregunta por la castración.

La castración, entonces, es el encuentro con el hecho, constatable una y otra vez, de que el falo es una imagen que se ostenta no porque se posea, sino porque ella pone en evidencia que hay deseo, es decir, que es incompleta, siempre inconsistente. Así, la palabra, función imaginaria del falo simbólico, viene a lugar de “la pose”, es decir, de la vanidad que implica el hecho mismo de hablar suponiendo que al hacerlo se puede ejercer el poder sobre los otros o, incluso, sobre sí mismo. Sin embargo, en la medida en que se trata del falo, también la palabra encuentra un límite. Es imposible decirlo todo, es imposible, además, decir toda la verdad. Así, el analista sabe que al enunciar la regla fundamental, invitando a quien acude a su escucha a que diga todo lo que pasa por su cabeza, ese “todo” no es más que un señuelo para que el Yo, en algún punto, pueda reconocer que tal aspiración lo enfrenta a la imposibilidad. Esa es la importancia de la escansión del discurso y de la interpretación en la sesión analítica. No solamente es imposible que quien se aboca a hablar diga todo lo que pasa por la cabeza, sino que, además, es imposible que todo lo que se dice sea reconocido por la minúscula cualidad de la consciencia. Así pues, hay un doble efecto de la castración.

John James Gómez G. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “Inhibición, Síntoma y Angustia”. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 120. [Primera parte del comentario]

“La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma; lo es sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración.”

 Comentario:

El concepto de pulsión constituye el punto por el cual el descubrimiento freudiano da cuenta de lo que puede considerarse propiamente humano. Por un lado, la pulsión permite dejar de lado la falsa oposición mente/cuerpo, sostenida durante siglos. Ella (la pulsión) expresa cómo eso que llamamos cuerpo no se reduce al organismo viviente y que éste último es mucho más que sensaciones y percepciones. Se trata del descubrimiento de los efectos derivados de la fusión entre el lenguaje y el organismo viviente; gracias a ello puede ex-sistir  un cuerpo sobre el cual la afirmación de que es solamente natural es igualmente falsa que aquella que promulgaría que ya no sería en absoluto natural. La paradoja viene al lugar crucial en el que la pulsión hace notar que hay una hiancia, un agujero entre el acceso a la certeza de lo verdadero y el acceso a la certeza de lo falso, que es infranqueable. 

Por otro lado, el concepto de pulsión permite dejar de lado también la falsa oposición entre sujeto y cultura que supondría la posibilidad de reconocer aspectos enteramente individuales de lo psíquico. Hay sujeto porque, a partir del hecho de que existe en el deseo de Otro, puede articularse a la demanda que lo llama a hacerse humano. Es cierto que Freud tenía dificultades para lograr una comprensión separada del positivismo en el cual se había formado, mas ello no impidió que su deseo de saber fuera más allá de los límites que le imponían sus propios prejuicios, al punto en que gracias a ello sabía que, por definición, toda psicología individual es a la vez psicología social, cuestión que no dudó en afirmar en su texto acerca de la psicología de las masas.

Así, la pulsión no responde a cuestiones puramente naturales, no es un reflejo ni una respuesta instintiva común a la especie, sino una interrogación que enfrenta al ser humano con el horror que representa no poder asir ninguna verdad como plena o, dicho en términos más comunes, que cuando se trata del conocimiento de sí mismo o del mundo, tal cual él sería en tanto realidad pura, no hay modo de “tener la sartén por el mango”. Por ello toda pregunta esencialista que intente establecer alguna definición del “ser”, cualquiera sea el estatuto que se le otorgue, siempre encuentra el obstáculo en una condición asintótica que revela una falta estructural.

En este sentido, la pulsión señala el reencuentro, afuera, de aquello que ya está adentro, a saber, el hecho de que si bien hay un objeto que le corresponde, su estatuto  es el de una ausencia estructural, una falta que no puede ser colmada, motivo por el cual todo objeto que se encuentra en el mundo sensible no será más que la reiteración perpetua de la incompletitud propia derivada del hecho de haber devenido sujeto.

 John James Gómez G. 

viernes, 15 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amororrtu Editores. 1979. pp. 172. [Segunda parte del comentario].

“No obstante, surgen algunas complicaciones que la ley no considera y por eso mismo exigen atención. Acaso se llegue a averiguar que en este caso los enfermos no son como otros enfermos, los legos no son genuinamente tales, ni los médicos son exactamente lo que hay derecho a esperar de unos médicos y en lo cual pueden fundar sus pretensiones.”

Comentario:

¿Desde qué lugar puede ejercerse el psicoanálisis? ¿Qué garantiza su ejercicio? ¿Quién autoriza a alguien a denominarse psicoanalista? Evidentemente no son preguntas sencillas de responder, incluso, bien vale la pena preguntarse si hoy, después de más de cien años de existencia del psicoanálisis, alguien puede responderlas.

En principio, el psicoanálisis, se trataba de una actividad destinada a los médicos. El fundamento para que así fuese no era otro que el hecho de que su praxis, inventada por Freud, había surgido al interior de la medicina, pues Freud mismo era médico. No obstante haber surgido allí, la clínica psicoanalítica rápidamente demostró cuan poco tenía que ver con la práctica médica, razón por la cual la formación en dicho campo no puede ser tomada como garantía. Y, como hoy sabemos, los médicos no son en la actualidad quienes ejercen en mayor número el psicoanálisis. Filósofos, psicólogos, literatos, antropólogos, músicos, entre otro amplio número de disciplinas, son aquellas de donde provienen la mayoría de psicoanalistas. Comprender este asunto solo es posible si no se pierde de vista que la formación del analista dista ampliamente de la profesionalización universitaria, pues al interior de  tales instituciones nada se garantiza salvo el aval jurídico para ejercer una práctica amparada en un trozo de papel, independientemente de la responsabilidad con que los graduados asumen la apuesta en la que, lo entiendan o no, se han comprometido.

Por su parte, Lacan intentó llevar las preguntas acerca de la formación del analista hasta sus últimas consecuencias, al punto de colocarlas en el centro del ejercicio intelectual del psicoanálisis. Respondió de maneras que algunos toman como imperativos categóricos que son repetidos sin cesar y sin saber muy bien en qué se sostienen, más allá del hecho de que hayan sido enunciados por Lacan. Sin embargo, tomarlas como imperativos categóricos las eleva al estatuto de voces feroces del superyó que están más del lado de la culpabilidad servil que de la responsabilidad subjetiva. Frases como: “El analista se autoriza de él mismo y de algunos otros”, se escuchan transitar sin reparo por las escuelas de psicoanálisis, mientras, paradójicamente, muchos de aquellos quienes se cobijan en el seno de dichas instituciones, esperan pacientemente la autorización que proviene del discurso del Amo, -usualmente encarnado por algún personaje de renombre-, que en muchas de ellas habita, muy a pesar que se profese a los cuatro vientos que allí se trata del discurso del psicoanálisis y no del discurso del Amo. No es difícil reconocer en lo extensa de la obra lacaniana, el lugar que jugaba la ironía en su discurso. ¿De qué manera tomar entonces tales enunciados sin suponer que se los comprende demasiado pronto ni hacer de la voz de Lacan una voz más del superyó?


John James Gómez G.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “La Instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”. Lacan, J. (1957). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 484

“No por ello es menos cierto que el cogito filosófico está en el núcleo de ese espejismo que hace al hombre moderno tan seguro de ser él mismo en sus incertidumbres sobre sí mismo, incluso a través de la desconfianza que pudo aprender desde hace mucho tiempo a practicar en cuanto a las trampas del amor propio.” … “Lo que hay que decir es: no soy, allí donde soy el juguete de mi pensamiento; pienso en lo que soy, allí donde no pienso pensar.”

Comentario:

El tropiezo del pensamiento cartesiano estriba en hacer equivaler el pensar al ser, en una relación causal. Por mi parte, dudo tanto de que haya otro ser que el de la falta, como de que lleguemos a una cosa tan presuntuosa como pensar. Ya es bastante suponer que podemos leer y escribir para hacer inteligible lo ininteligible; lo cual es algo sumamente afortunado.

Ahora bien, hacer equivaler el ser al pensar, calificando al sujeto en la identidad con el adjetivo provocada por su cópula con el verbo ser, resulta en el desconocimiento del “Symbama”, palabra con que los Estoicos nombraban el sujeto del acontecimiento. Es cierto que al decir: “cogito ergo sum” (a causa de pensar soy) surge la bella ilusión de que hay una causa para el ser y que con ella puede suponerse que, de hecho, hay “ser”. Sin embargo, a pesar de tal ilusión, el ser no deja de deslizarse entre los dedos revelando que de él solo hay noticias por su falta, por su ausencia. Así, en caso que se tome al ser como equivalente al pensar, la aspiración a un conocimiento pleno intenta negar el sujeto del acontecimiento (symbama) que, en términos de Lacan, en su interpretación de Freud, podemos llamar también: “sujeto del inconsciente”.

El acontecimiento es precisamente aquello que sorprende por no entrar en el cálculo. Claro, es necesario considere que la repetición, para el Yo, tiene valor de acontecimiento. Ella lo sorprende precisamente porque el Yo, en su ilusión de pleno dominio de sí, en su falaz idea de que el pensamiento equivale al ser, es sorprendido cuando se revela de manera inminente su impotencia y su desconocimiento de aquello que lo habita. No es extraño entonces escuchar cómo, por doquier, siempre hay alguien que dice: ¿pero por qué, si pensé que esta vez sería distinto? ¿Otra vez a mí, pero por qué, no entiendo por qué me pasa esto? ¿Es que ya lo sé, pero aún así…? Todos ellas, interrogaciones que revelan el punto en el que el Yo pierde de vista que si algo del ser puede revelarse es, precisamente, cuando no se piensa y que cuando se piensa, nada del ser aparece. El ser falta siempre, pero solo hay noticias de su falta allí donde el sujeto del acontecimiento sorprende a las pretensiones del pensamiento.

John James Gómez G. 

lunes, 11 de agosto de 2014

Fragmento del texto: “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amororrtu Editores. 1979. pp. 172. [Primera parte del comentario].

“No obstante, surgen algunas complicaciones que la ley no considera y por eso mismo exigen atención. Acaso se llegue a averiguar que en este caso los enfermos no son como otros enfermos, los legos no son genuinamente tales, ni los médicos son exactamente lo que hay derecho a esperar de unos médicos y en lo cual pueden fundar sus pretensiones.”

Comentario:

El olvido de la particularidad de un oficio, es decir, de la disciplina llevada adelante por aquel que encuentra su pasión en un saber hacer en particular, como artesanía, incluso intelectual, parece inminente. La producción en serie, y entre ellas la profesionalización como ideal de inserción en la denominada vida laboral, nos muestra, cada vez con mayor fuerza, la ingenuidad de un sistema que deja de lado la pregunta por la ética en torno a la responsabilidad que vincula a cada uno con el deseo que lo habita, mientras promete competencias amparadas en un trozo de papel que solo puede  ser realmente útil si llega a servir alguna vez de alimento a algún roedor famélico. Una ingenuidad tal, solo puede sostenerse si se pierde de vista la lógica misma del deseo; ingenuidad que el discurso del capitalismo ha propiciado sin miramiento alguno hasta nuestros días.

El deseo no guarda su riqueza en la garantía de su realización, como prometen falazmente por doquier los chachos que saben engordar con el rechazo del saber que pulula en esta época. Se amparan, incluso, en el discurso capitalista, prometiendo a diestra y siniestra la "devolución de su dinero", otros prometen el cielo o el retorno al paraíso. La riqueza del deseo radica en el hecho de que, por ser siempre irrealizado, es indestructible. Sin embargo, una riqueza de tal magnitud resulta insoportable para el Yo del neurótico, que prefiere padecer haciendo equivaler lo irrealizado, a la insatisfacción (histeria), a la imposibilidad (neurosis obsesiva), a la prevención que atemoriza (fobia). En ese sentido, la neurosis es una solución errónea de la ecuación que daría cuenta de la lógica del deseo. Lo irrealizado del deseo implica que siempre hay la posibilidad de servirse de él, incluso cuando pareciera que no hay nada más en el horizonte y la angustia aparece como señal. Eso es, precisamente, la angustia, una señal de que hay deseo.

Por razones como estas, es vital no perder de vista que la ética del capitalismo se reduce a la demanda de servilismo, en la cual el sujeto es tomado como simple medio de producción o como producto en sí mismo, para lo cual debe cumplir con ciertos "criterios de calidad". Dichos "criterios" no son otros aquellos otorgados por ciertas "marcas", a las que, en el mundo académico, para poner un ejemplo, se les llama universidades, como si un trozo de papel pudiese garantizar los alcances a los que puede llegar el saber hacer de cada uno. La producción en serie triunfa, mientras el deseo, en serio, intenta ser desalojado. Quien se resiste a ser-vil, apuesta por la dignidad y resulta peligroso e indeseable. Quien no cumple con la ostentación de la marca que supuestamente lo garantizaría como producto, es desechado. La posición de quien ostenta el ejercicio del poder, entonces, es la del aplastamiento del deseo y de la dignidad del sujeto.

Es necesario que aquel quien recibe un título universitario pueda responder por aquello en lo que, supuestamente, ha comprometido su deseo, pero también es necesario que las instituciones superen los límites de su propia ingenuidad, basada en la creencia de que un trozo de papel es suficiente para garantizar el deseo de saber y el saber hacer del uno por uno.


John James Gómez G.  

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....