miércoles, 7 de mayo de 2014

Fragmento del texto: “Presentación Autobiográfica”. Freud, S. (1925). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu Editores. pp. 53.

“No hay para el psicoanálisis necesidad más sentida que la de una doctrina sólida de las pulsiones sobre la cual se pudiera seguir construyendo. Pero nada de eso preexiste, y el psicoanálisis tiene que empeñarse en obtenerla mediante tanteos.”

Comentario:

Con persistencia se habla de la maduración como aspiración ideal humana, no solo como referencia biológica en cuanto al desarrollo del organismo para el alcance ideal de sus funciones, sino también en relación con la vida psíquica. La demanda social de un ser humano bien adaptado a la moral sexual cultural sería una supuesta prueba del alcance de dicha madurez. Una exigencia tal, propicia la posibilidad, cada vez más evidente, de que incluso la más mínima desviación (trieb) sea tomada por anormalidad, siendo uno de sus nombres lo que, en el sentido común, se denomina “inmadurez”. Lo que se desconoce desde aquella exigencia de una madurez psíquica, equivalente como proceso a la madurez orgánica, es el hecho de que la desviación (trieb) hace parte estructural de la condición subjetiva. El sujeto resiste a la adaptación, a la homogeneidad, aunque el yo, en su afán por el reconocimiento esté dispuesto a presentar una máscara que lo haga parecer “maduro” y “normal”. Lo que Freud denominó pulsión (trieb), es esa desviación estructural y sobre ella, es necesario indagar si se desea reconocer la condición del sujeto.


A pesar de las particularidades que hicieron difícil para Freud  para articular una teoría lógica y no biológica de la pulsión, los alcances de su descubrimiento brindaron un fundamento clave para la comprensión de aquello que escapa a la idea organicista desde la cual se olvidan los efectos del lenguaje que, por la incorporación, hace cuerpo. Gracias a ese descubrimiento inaugural de Freud, Lacan pudo articular la diferencia inédita, ya esbozada en la obra freudiana, entre el yo y el sujeto.

La pulsión no es otra cosa que la desviación que se produce en el momento mismo en que el lenguaje se incorpora en el organismo viviente. Dicha incorporación responde a la fusión entre uno y otro, dejando como resto una pérdida estructural. Desde ese momento se plantea una negación paradójica para la existencia humana, a saber, que es falso que sea un animal y que, al mismo tiempo, no es falso que sea un animal. En el intersticio de esa pérdida que resta como agujero (trauma), sin sentido, el ser que habla y usa letras intenta escribir un mito que ponga el sentido allí donde falta. Bien sea atribuyendo a su origen causas místicas, bien suponiendo que es el culmen de la evolución, apunta desesperado al sueño narcisista de una existencia que no tenga como único sentido (vectorial) la muerte.

Así, la doctrina de las pulsiones implica la pregunta por lo que en dicha paradoja da cuenta de un yo que, extrañado por su falta de sentido, intenta producir una ilusión lo suficientemente fuerte como para soportar la angustia derivada del hecho de que, sin importar lo que haga, en el origen no hay más que agujero y que lo que se teje alrededor de dicho agujero tiene que ver con un sujeto del inconsciente sobre el cual ese fatuo yo no tiene mayor dominio. La experiencia analítica implica, precisamente, poder prescindir de la búsqueda desesperada de un origen basado en alguna garantía del sentido de la existencia, para articular, a partir del agujero (trauma), la invención de un sentido que no excluya la falta y reconozca que no hay garantía, sino el acto posible de la responsabilidad subjetiva.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....