Fragmento del texto: “Presentación Autobiográfica”. Freud,
S. (1925). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu Editores. pp. 53.
“No hay para el psicoanálisis necesidad más sentida que la
de una doctrina sólida de las pulsiones sobre la cual se pudiera seguir
construyendo. Pero nada de eso preexiste, y el psicoanálisis tiene que
empeñarse en obtenerla mediante tanteos.”
Comentario:
Con persistencia se habla de la maduración como aspiración
ideal humana, no solo como referencia biológica en cuanto al desarrollo del
organismo para el alcance ideal de sus funciones, sino también en relación con
la vida psíquica. La demanda social de un ser humano bien adaptado a la moral
sexual cultural sería una supuesta prueba del alcance de dicha madurez. Una
exigencia tal, propicia la posibilidad, cada vez más evidente, de que incluso
la más mínima desviación (trieb) sea tomada por anormalidad, siendo uno de sus
nombres lo que, en el sentido común, se denomina “inmadurez”. Lo que se
desconoce desde aquella exigencia de una madurez psíquica, equivalente como
proceso a la madurez orgánica, es el hecho de que la desviación (trieb) hace
parte estructural de la condición subjetiva. El sujeto resiste a la adaptación,
a la homogeneidad, aunque el yo, en su afán por el reconocimiento esté
dispuesto a presentar una máscara que lo haga parecer “maduro” y “normal”. Lo
que Freud denominó pulsión (trieb), es esa desviación estructural y sobre ella,
es necesario indagar si se desea reconocer la condición del sujeto.
A pesar de las particularidades que hicieron difícil para
Freud para articular una teoría lógica y
no biológica de la pulsión, los alcances de su descubrimiento brindaron un
fundamento clave para la comprensión de aquello que escapa a la idea
organicista desde la cual se olvidan los efectos del lenguaje que, por la
incorporación, hace cuerpo. Gracias a ese descubrimiento inaugural de Freud,
Lacan pudo articular la diferencia inédita, ya esbozada en la obra freudiana,
entre el yo y el sujeto.
La pulsión no es otra cosa que la desviación que se produce
en el momento mismo en que el lenguaje se incorpora en el organismo viviente.
Dicha incorporación responde a la fusión entre uno y otro, dejando como resto
una pérdida estructural. Desde ese momento se plantea una negación paradójica
para la existencia humana, a saber, que es falso que sea un animal y que, al
mismo tiempo, no es falso que sea un animal. En el intersticio de esa pérdida
que resta como agujero (trauma), sin sentido, el ser que habla y usa letras
intenta escribir un mito que ponga el sentido allí donde falta. Bien sea
atribuyendo a su origen causas místicas, bien suponiendo que es el culmen de la
evolución, apunta desesperado al sueño narcisista de una existencia que no
tenga como único sentido (vectorial) la muerte.
Así, la doctrina de las pulsiones implica la pregunta por lo
que en dicha paradoja da cuenta de un yo que, extrañado por su falta de
sentido, intenta producir una ilusión lo suficientemente fuerte como para
soportar la angustia derivada del hecho de que, sin importar lo que haga, en el
origen no hay más que agujero y que lo que se teje alrededor de dicho agujero
tiene que ver con un sujeto del inconsciente sobre el cual ese fatuo yo no
tiene mayor dominio. La experiencia analítica implica, precisamente, poder prescindir
de la búsqueda desesperada de un origen basado en alguna garantía del sentido
de la existencia, para articular, a partir del agujero (trauma), la invención
de un sentido que no excluya la falta y reconozca que no hay garantía, sino el
acto posible de la responsabilidad subjetiva.
John James Gómez G.
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