lunes, 19 de mayo de 2014

Fragmento del texto: “Breves comentarios al margen”. Lacan, J. (1960). En: La Ética. El Seminario, libro 7.  Editorial Paidós. 1992. pp. 162. (Primera parte del comentario).

“El discurso de la ciencia rechaza la presencia de la Cosa, en la medida en que, desde su perspectiva, se perfila el ideal del saber absoluto, es decir de algo que, aunque plantea la Cosa, al mismo tiempo no la reconoce. Todos saben que esta perspectiva se revela a fin de cuentas en la historia de un fracaso.”

Comentario:

La sublimación fue ubicada por Freud en tres modos específicos: el arte, la religión y la ciencia. Ello no significa que la lógica en que se presentan sea idéntica para los tres casos; de hecho, sus diferencias marcan variaciones sensibles que no dejan de presentar sus efectos, cada vez con más fuerza y en sentidos diversos. Lo que sí resulta común para los tres modos es que "la Cosa" (das Ding) se encuentra en el centro mismo de la cuestión. Fue así desde Freud, cuestión que Lacan tomó con el rigor que requiere no sin reconocer, claro está, lo que de ella pudo decir Heidegger.

En cuanto al arte, señala Lacan, la sublimación implica construir alrededor de la Cosa, es decir, del agujero, pues ella no puede ser aprehendida, lo que la diferencia del objeto, tal y como es entendido por la ciencia, que es ya un sustituto de la Cosa originaria, perdida, correspondiente a lo que Lacan denominó objeto a. En tal sentido, el arte requiere del reconocimiento de la Cosa y, por tanto, de la incompletitud, expresada así en la obra que no deja de sorprender porque la razón que la mueve no es la búsqueda de un saber absoluto, sino, servir de modo de presentación de la división del sujeto. De lo que se trata en el arte es de la represión (verdrängung) en su articulación como destino pulsional, con el destino de la sublimación.

Así, el arte suele sorprender, también incomodar. En buena parte de las ocasiones requiere incluso de la muerte del artista y encontrar un modo de hacerse parte del discurso capitalista, poniéndolo al servicio de los fines de producción económica para que pueda hacerse soportable. Ello no cambia su estatuto en cuanto modalidad sublimatoria, mucho menos la interrogación que plantea, es decir, la incomprensión que le es propia, pero sí permite apaciguar los corazones de quienes se suponen a sí mismos autorizados para definir cuál sería el discurso verdadero que podría aceptar o rechazar la creación del artista. Ese apaciguamiento no es otro que el que supone hacer de la obra un medio de producción, pues si bien ella seguirá rechazada en sus efectos de presentación de la división subjetiva, se hará menos insoportable en tanto permita acumular capital y se haga de ella un signo de distinción. Así, el arte pasa de ser una construcción alrededor de la Cosa, a ser un objeto con el que se intenta taponar la Cosa misma en tanto podría servir para ostentar un brillo fálico por el solo hecho poseerla.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....