Fragmento del texto: “Breves comentarios al margen”. Lacan,
J. (1960). En: La Ética. El Seminario, libro 7. Editorial Paidós. 1992. pp. 162. (Primera parte del
comentario).
“El discurso de la ciencia rechaza la presencia de la Cosa,
en la medida en que, desde su perspectiva, se perfila el ideal del saber
absoluto, es decir de algo que, aunque plantea la Cosa, al mismo tiempo no la
reconoce. Todos saben que esta perspectiva se revela a fin de cuentas en la
historia de un fracaso.”
Comentario:
La sublimación fue ubicada por Freud en tres modos
específicos: el arte, la religión y la ciencia. Ello no significa que la lógica
en que se presentan sea idéntica para los tres casos; de hecho, sus diferencias
marcan variaciones sensibles que no dejan de presentar sus efectos, cada vez
con más fuerza y en sentidos diversos. Lo que sí resulta común para los tres
modos es que "la Cosa" (das Ding) se encuentra en el centro mismo de
la cuestión. Fue así desde Freud, cuestión que Lacan tomó con el rigor que
requiere no sin reconocer, claro está, lo que de ella pudo decir Heidegger.
En cuanto al arte, señala Lacan, la sublimación implica
construir alrededor de la Cosa, es decir, del agujero, pues ella no puede ser
aprehendida, lo que la diferencia del objeto, tal y como es entendido por la
ciencia, que es ya un sustituto de la Cosa originaria, perdida, correspondiente
a lo que Lacan denominó objeto a. En tal sentido, el arte requiere del
reconocimiento de la Cosa y, por tanto, de la incompletitud, expresada así en
la obra que no deja de sorprender porque la razón que la mueve no es la
búsqueda de un saber absoluto, sino, servir de modo de presentación de la
división del sujeto. De lo que se trata en el arte es de la
represión (verdrängung) en su articulación como destino pulsional, con el
destino de la sublimación.
Así, el arte suele sorprender, también incomodar. En buena
parte de las ocasiones requiere incluso de la muerte del artista y encontrar un
modo de hacerse parte del discurso capitalista, poniéndolo al servicio de los
fines de producción económica para que pueda hacerse soportable. Ello no cambia
su estatuto en cuanto modalidad sublimatoria, mucho menos la interrogación que
plantea, es decir, la incomprensión que le es propia, pero sí permite apaciguar
los corazones de quienes se suponen a sí mismos autorizados para definir cuál
sería el discurso verdadero que podría aceptar o rechazar la creación del
artista. Ese apaciguamiento no es otro que el que supone hacer de la obra un
medio de producción, pues si bien ella seguirá rechazada en sus efectos de presentación
de la división subjetiva, se hará menos insoportable en tanto permita acumular
capital y se haga de ella un signo de distinción. Así, el arte pasa de ser una
construcción alrededor de la Cosa, a ser un objeto con el que se intenta
taponar la Cosa misma en tanto podría servir para ostentar un brillo fálico por
el solo hecho poseerla.
John James Gómez G.
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